jueves, 19 de diciembre de 2013

Resabio de Conquista






     ¿Cuál era la intención? Varias intensiones, como siempre. La mujer “conquistada” como individual y como paradigma. La mujer como metáfora de América. La mujer como símbolo de la humanidad o de aquello que nos diferencia como humano (lo sensible, lo espiritual, lo afectivo). La conquista como avasallamiento, como fuerza incontrolable, sorpresiva, irremediable. Y como resabio esa identidad, ese orgullo de ser, ese seguir estando ahí a pesar de todo. 


      Como acotación marginal íntima reconozco que me enamoré de la línea de la barbilla de la modelo, un gesto que trasmitía dignidad y auténtico poder. Papeles artesanales, un poco de fuego, y lapiceras de tinta en gel y una auténtica orgía de disfrute sensorial en el dibujo. Esta obra fue a un concurso en México, recibió una mención de honor y allá se quedó. Después hubo una segunda versión para mi propio disfrute y ahí anda colgada en mi dormitorio.






     Suelo identificarme con ese concepto y esa imagen: Resabio de Conquista o como ser lo que queda después de todo. Hoy particularmente, después de más de 30 horas de apagón con más de 32 grados de temperatura. Hoy, cuando la radio sigue contando de la cantidad de lugares (y personas) que siguen sin luz. Hoy, 19 de diciembre, cuando se sabe y no se sabe sobre los presuntos saqueos organizados por nadie en particular, que tal vez pasen o no, pero por las dudas, y entonces… Hoy, cuando leo sobre diputados que quieren regular Twitter y Facebook como únicos culpables del clima de violencia y desborde de los últimos día. Hoy, que sigue haciendo calor y está cada vez más caliente la calle...






     ¿Cómo llegamos hasta acá? ¿Cómo es posible que estemos invariablemente SIEMPRE en el mismo lugar?    En el 2001, un 19 de diciembre estaba en mi oficina en Lomas de Zamora mirando por la ventana como el local de Alcoyana de la esquina de enfrente subía y bajaba la cortina por períodos de treinta/cuarenta y cinco minutos. Otro tanto hacían la mercería, la tienda de ropa y la casa de golosinas. El muchacho del kiosko de debajo de mi edificio me informaba por el portero eléctrico que “Parece que vienen los saqueadores desde Monte Grande, aléjate de las ventanas o tirate bajo el escritorio.” 

      Entonces, recuerdo, presa de mi natural escepticismo, yo seguí junto a la ventana casi todo el día y realmente nada pasó. Nunca llegaron. Hoy miro por la misma ventana, la misma esquina de Alcoyana, los mismos locales linderos. Algunos a esta hora (media mañana) tienen las cortinas a media asta, como dudando o a la espera de la última oleada de rumores. Pasaron 12 años. Pero no es un dejá vú: es una prueba incuestionable de qué, como Nación, no hemos aprendido nada.








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