jueves, 12 de diciembre de 2013

 
 
 
     Yo creo, indiscutiblemente, en el código secreto de las coincidencias. El destino. “La mano de dios” (sin el Diego de por medio). Aunque alguna vez estuve segura de que las casualidades son el humor negro de los dioses o la evidencia de la supremacía de Satanás, hoy adhiero definitivamente a la teoría de que las musas tienen días en que nos quieren un poco y, a su manera, nos lo tratan de decir.
 
     Ayer tuve que demorarme en tareas domésticas varias, una de ellas comprar una heladera. Dada que mi capacidad de concentración para emprender tales labores es nula (abrí ocho modelos distintos de otra tantas marcas y juro solemnemente que eran todas iguales), mientras aceptaba cualquier preferencia que el vendedor tuviera a bien proponerme, me distraje en la góndola de los lanzamiento de CDs musicales. Me topé con la última producción de Miguel Bosé (Bosé Colección Definitiva) y no sé si hoy entregarán la heladera pero los dos compacto con una selección de temas de toda la carrera de Bosé están desde ayer sonando en mi equipo. Todos los temas son viejos conocidos y que habitan en otros CDs conservados desde hace años; el material no es nuevo aunque la edición y el sonido es magnífico y la selección pretende (y logra) un resumen de más de treinta años de sólida carrera.
 
      Pero quiso la “casualidad” que la estética del diseño de packaging del CD incluyera fotografías de Bosé desde sus inicios hasta la actualidad. Más allá de que yo lo considere el hombre más lindo del mundo (en todas sus versiones, a todas sus edades, soy absolutamente incondicional), entre las fotos de la producción apareció un estilizado y desafiante desnudo de por sus veintitantos años. La imagen pareció estar puesta ahí para mí: ¡ahí estaba la esencia perdida de mis Ángeles, la que llevo meses buscando infructuosamente! Esa mirada, esa razón… Al mismo tiempo siguió la “casualidad” insistiendo en el punto, porque en el equipo sonaba –mientras yo me detenía en esa foto- “Solo pienso en ti”:
 
“Me pongo a pintarte y no lo consigo/
Después de estudiarte lentamente termino/
Pensando que faltan sobre mi paleta/
Colores intensos que reflejen tu rara belleza./
No puedo captar tu sonrisa,/
Plasmar tu mirada/
Pero poco a poco/
Sólo pienso en tí.../
Tú sigues viniendo y sigues posando/
Con mucha paciencia porque siempre/
Mi lienzo está en blanco./
Las horas se pasan volando/
Y hay poco trabajo adelantado para tu retrato./
Sospecho que no tienes prisa/
Y que te complace/
Ver que poco a poco/
Sólo pienso en tí...”
 
 
Sólo pienso en ti, del álbum Once maneras de ponerse un sombrero.




 
 
 
     Como si fuera un mensaje de quién sabe quién, que venía a despabilarme de mis confusiones gritándome obviedades en la cara. Disfruté un rato más de la música y en una frase de otro tema descubro exactamente ESO que había estado buscando. ¿Era tan simple y hasta ahora no me había dado cuenta? El desnudo femenino me significó siempre la multiplicidad, la capacidad de infinito, la femineidad como universo contundente y acogedor. El desnudo masculino, en cambio, es –en esas palabras de Bosé que escuché mil veces pero sólo ayer oí-: babel y laberinto.
 
 
“Mi corazón salvaje y estepario/
Lame poemas caídos de tus labios./
¿Qué va a ser de ti? ¿Qué va a ser de ti?/
Tu pecho es tan cruel como bendito;/
tu cuerpo, en fin, babel y laberinto.”
 
 
Como un lobo, del álbum XXX.
 
 
 
 
 

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