viernes, 15 de mayo de 2015

     Hacía bastante tiempo que las ganas de volver a los retrato me venía asechando.  Siempre hay algo que nos es propio y natural, que nos sale con simplicidad, de modo casi instintivo, e invariablemente se vuelve a ello.  Aunque racionalmente sabemos que tenemos que dejarlo atrás, buscar precisamente lo que no nos es fácil, lo que nos es esquivo.  Esforzarse por lo que no se puede, no acomodarse en la fórmula ya probada.  Además, en mis inicios me calificaban de “retratista” dándole a ese calificativo el tono reprobador de un insulto.  Dejé mi afición por los ojos acuosos e intensos, y sólo por no dar más pie a la crítica empecé con mis figuras sin cara. Ya sé, me fui de un extremo a otro.  Muy melodramático.



     Ahora que estoy sencillamente jugando puedo permitirme ser infantil e irresponsable.  Y en un rato trazo con tinta varios rostros de chicas de revistas.  Sigo la tradición: parto de los ojos, puede que me moleste en la nariz, le pongo algo de cuidado a la boca.  Cuando buscaba el parecido con el modelo tenía que prestar atención al detalle y a los pómulos, cuando sólo busco la armonía del conjunto ni me molesto en mirar dos veces.

    Ahora será pasar ese primer esbozo a mi bandeja  de madera y por encima acoplar una máscara en 3D.  El chiste está en primero) que se entienda; segundo) que tenga cierta armonía; tercero y obvio) que quede prolijo y cuarto y esencial) que quede bonito.  Lo bonito para mí es requisito de todo.  Así que, vamos a la experimentación real:



     La cartapesta (lea el lego: pegar pedacitos de papel muy fino, de servilletas o de pañuelitos tissue con cola vinílica diluida en agua) es muy útil, adhiere y unifica superficies y a las mascaritas endebles de plástico fino y chueco les da entidad y arregla distorsiones propias de la baja calidad.  Una mano de base acrílica blanca o amarillo claro y pareciera que tenemos una interesante pieza de yeso.






     Bien.  La base de mi cachivache es prometedora.  Sigamos.

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