La totalidad de las imágenes que se reproducen en este blog corresponden a obras de mi autoría.
domingo, 24 de mayo de 2015
Sobre cómo se puede ser causa involuntaria del divague ajeno y del enojo
propio.
Ya conté (en la entrada del 4 de abril de este año) que La Digestión era el título del trabajo escolar hecho sobre el cartón de metro diez
por ochenta que acabó herrumbrado en mi taller.
Yo soy incapaz de tirar nada, y el cartón estaba bastante bueno salvo el
relieve del intestino –delgado y grueso- que las jóvenes estudiantes autoras de
la lámina ilustrativa había realzado con una plastilina ya seca. Fue fácil alisar la superficie y pegar los
trozos de passepartout negro que me habían sobrado del montaje de las seis
obritas que fueron a New York, La Serie de
Hondius. Es claro y
simple: la digestión fue mi motivación de inicio, y usé las sobras de Hondius para la
composición.
Pero bueno, como uno busca que
el eventual observador no familiarizado con los intrincados recovecos de
nuestro cerebro entienda lo que está mirando, la bauticé oficialmente Puerto de Palos por los barquitos que dibujé con
tintas claras sobre el cartón negro. ¿Era
realmente el Puerto de
Palos el modelo que tomé de base? Lo ignoro, porque la imagen que copie era una
que había recortado de un diario hará por lo menos quince años y entonces no
cuidé de resguardar la data identificatoria.
Un dibujo antiguo de un puerto.
Adorable. Yo al principio apenas
si estaba jugando sobre las sobras de Hondius con esos barquitos
endebles. Podría ser o no el de Palos, para mí
–y por ponerle un nombre decente a La Digestión- lo fue.
Obra terminada y a mi gusto,
sería para afuera Puerto de Palos y fin de la cuestión.
Después de escucharle un
rato disertar equivocación tras equivocación sobre Colón y del
por qué partió de Palos me puse muy molesta. Creo que no
era por mi obra, puntapié inicial de su monólogo, sino porque despotricaba
injustamente sobre Colón, quién en ese momento se me
representaba más que nunca como un Depardieu en todo su esplendor. A milímetros de mi enojo, quise cortarlo afirmando
con la lógica obstinación que nace de un buen Syrah: -En realidad, la obra se llama La Digestión.
Se suponía que el estúpido
debía callarse y, a lo sumo tras una pausa incómoda, cuestionarme el por qué de
ese segundo nombre. Pero el estúpido era
MUY estúpido y exclamó como si fuera una consecuencia obvia de sus dichos: -Claro, la figura yacente es América, a la espera para fagocitarse la anquilosada
cultura europea y concebir un nuevo régimen de libertad y progreso. La América que espera para vencer al
conquistador infame.
Iba a protestar, ahora sí
auténticamente furiosa, que mi chica (que según se la mirase por su cadera
engañosa podía ser tomada por un chico) no estaba asechando a nadie para
comérselo. Pero alguien me agarró de un
brazo y me distrajo. El estúpido
continuo disertando con tono grandilocuente sobre Juan Días de Solís y si habían sido guaraníes o charrúas los que se lo comieron a las
brasas en tierras bonaerenses para concretar la sublimación de la justicia poética sobre
el invasor.
-No decís siempre que la obra se completa en cada
observador- me
susurró ese alguien, evitándome de vuelta la intervención indignada. - La versión alimentaria es la de él, no lo contradigas. ¿Qué te importa? El aparato digestivo que se esconde detrás de
los cartones no puede abandonar su influencia…
Honestamente, no sé por qué me
molestaba tanto el desvarío ajeno sobre mi obra. Quizá porque le atribuía un resentimiento inexistente o una finalidad moralizante que los dioses de todos
los credos me eviten siempre incluir en mi trabajo. Quizá sólo porque venía de
un reconocido estúpido.
Puerto de Palos a.k.a. Las Sobras de Hondius a.k.a. La Digestión es sólo la secuela de la
patología acumuladora de rezagos que padezco.
Sólo un juego. No tengo nada en contra ni de Solís ni del
charrúa (o el guaraní) que lo cocinó para la cena. Esa historia (que la cuenta maravillosamente Mujica Láinez en su Misteriosa Buenos Aires) es parte de la cultura de la que provengo como sudamericana y
rioplatense. La mistura étnica y cultural de América propende
a la riqueza del alma, a sumar no a dividir ni a buscar revanchas. Y pretender
analizar con parámetros actuales la realidad medieval de la llegada de europeos
a esta tierra es un error habitual, precisamente,
de los estúpidos -y a las pruebas me remito-.
Por
un buen rato rumié la posibilidad de cambiarle el nombre de Puerto de Palos. Pero es cierto, la obra una vez concluida es libre de mí y su
diálogo se vuelve personal con cada espectador. Tal vez deba contar la
versión del estúpido, tal vez deba ser apenas un juego estético, tal vez deba
recordar el placer de la creación provocadora. Tal vez... quién sabe.
Yo, ciertamente, no.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario