Cultura versus rentabilidad, ter (o
manifiesta obsesión).
Insisto:
si hay “cazadores de talentos” concurriendo a clubes de barrio a
observar el futbol infantil, en ávida caza de talentos en pañales, ¿por qué resulta
absurdo pretender que haya cazadores similares concurriendo a salones
municipales y exposiciones de medio pelo y autogenerada a reconocer artistas
que merezcan un espaldarazo? Me
responden que si encontrás un Messi te
volvés millonario, que nadie seriamente puede discernir si un artista es bueno
o malo hasta que se muere y en su obituario se lo llama genio.
Puedo
aceptar que parte de eso sea verdad, pero pese a las excepciones de aquellos
creadores que rompen esquemas y son incomprendidos en su tiempo, lo bueno
siempre decanta y saliéndonos de las poses (pretensiosas
y estúpidas) vanguardistas se
puede reconocer el talento natural. Claro que apoyar a un artista emergente no
hace millonario a nadie pero, bueno, toda inversión requiere tiempo y fe.
Me
desafían a elaborar una propuesta concreta, y, en plano teórico, puedo
elaborar quinientas si me pagan un café.
Supongamos que un banco, digamos el mismo que paga fortunas para que su
nombre aparezca en las camisetas de los dos equipos de futbol hoy archienemigos
-Boca y River-, en un compromiso ético con la comunidad dispone que el 5% de todo
lo que gasta en publicidad (sólo un 5%) lo va a aplicar en apoyar
a artistas plásticos emergentes. El
mecanismo sería muy básico y sencillo: costear el alquiler de una sala
(decente, emplazada en el circuito de arte más concurrido), el flete para el traslado seguro de la obra, catálogos dignos y
prensa bien hecha. Los artistas se postularían
con un dossier con imágenes de sus obras
y un comité de bancarios (especialistas o no, de veras creo que lo bueno lo reconoce cualquiera) seleccionaría dos postulantes por mes para que cada uno tenga la chance
de exhibir quince días sin costo alguno.
El gasto para el banco sería ínfimo y la publicidad por sostén cultural
sería tan eficaz como cualquier otra.
Probablemente la aceptación de la comunidad convencería a otros sobre la
conveniencia de esa mínima desviación de
sus gastos publicitarios hacia algo que no es estricto consumo.
Acá me
rebaten: si eso ya lo hacen… Si, claro. Coca-Cola que sponsorea ArteBA
donde los artistas emergentes no tenemos acceso y si me apuran, ni podemos pagar la
entrada ($ 120.- si no me falla el dato).
Si, claro. Las actividades
culturales sponsoreadas por empresas son esas actividades de mega producción,
que cuentan con agencias de publicidad y relacionistas públicos armando sus
estrategias de difusión, con fondos suficientes para hacer lo que se les cante
y generando negocios (a la luz y en las tinieblas) que hacen que se cocinen
las cosas siempre entre la misma gente.
Y los de afuera nos quedamos afuera, siempre afuera, donde nos
corresponde.
No
pretendo que el Estado se meta en esto, que ya ha demostrado sobradamente que
si algo no saben hacer es beneficiar a la cultura nacional con su chapucera
práctica de hijos y entenados. Tampoco
que se obligue a nadie a nada. Pero si
creo en la presión social, en el prestigio real que se genera cuando la
sociedad (la “sociedad”, que observa,
analiza y premia con su consumo, no el “pueblo” como masa que exige a los golpes
y gritos de anacronismos ridículos) reconoce el mérito de una empresa por su
manejo lógico (hacer dinero pero dejando un extra a la comunidad de la que se
beneficia económicamente).
¿Cómo
hacerlo? Y sí, obviamente, deberíamos
ser los artistas los que actuáramos en ese sentido. Boicoteando al circo (ArteBA, digamos como
ejemplo) y armando circuitos de apoyo entre nosotros para llegar a distintas entidades
y empresas y convencerlo de que vale la pena hacernos un lugar y apostar en
nuestra obstinación por el arte honesto.
Lamentablemente, tengo que reconocer también, que las escasas
asociaciones de artistas que se mueven en
la actualidad buscan conseguir subsidios estatales y leyes para acceder
pensiones previsionales. La conforman mayoritariamente
artistas de cierta trayectoria que
pretenden su propio reconocimiento y no abrir puertas y generar espacios para
los artistas jóvenes o emergentes, para darle a las próximas generaciones –en base
a nuestra experiencia y frustración- herramientas sólidas para armar sus
carreras sin tener que vender ni el alma ni un riñón para sostenerse en el tiempo.
Suelo
entrar en este tipo de discusiones con personas muy, pero muy cínicas, que son
capaces de decirme que el artista que llega ya no tiene el interés de permitirle
el arribo a otro artista. Que en un
mercado como el del arte, tan chico, exclusivo y arisco, nadie con dos dedos de
frente va a mover un dedo en favor de la competencia.
No comparto eso. Contrariamente a lo que se cree, los
artistas plásticos no tenemos las
ínfulas de divismo que pueden darse en otras áreas del arte. He conocido a muchísimos artistas generosos,
abiertos a la enseñanza, dispuestos a alentar y a colaborar para que la obra de
colegas se conozca y valorice. Es más,
creo que si los artistas emergentes, los que no tenemos apoyo de nadie, podemos
continuar en esta batalla es pura y exclusivamente por el mutuo aliento y la cálida
fuerza que nos retribuimos para la insistencia en las naderías del arte. Los artistas no sólo somos el constante sostén
económico de este juego, somos también el sostén emocional
de sus participantes esenciales.
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