jueves, 21 de mayo de 2015


     Cultura versus rentabilidad, ter (o manifiesta obsesión).

 


     Insisto: si hay “cazadores de talentos” concurriendo a clubes de barrio a observar el futbol infantil, en ávida caza de talentos en pañales, ¿por qué resulta absurdo pretender que haya  cazadores similares concurriendo a salones municipales y exposiciones de medio pelo y autogenerada a reconocer artistas que merezcan un espaldarazo?  Me responden que si encontrás un Messi te volvés millonario, que nadie seriamente puede discernir si un artista es bueno o malo hasta que se muere y en su obituario se lo llama genio.

    Puedo aceptar que  parte de eso sea verdad, pero pese a las excepciones de aquellos creadores que rompen esquemas y son incomprendidos en su tiempo, lo bueno siempre decanta y saliéndonos de las poses (pretensiosas y estúpidas) vanguardistas se puede reconocer el talento natural. Claro que apoyar a un artista emergente no hace millonario a nadie pero, bueno, toda inversión requiere tiempo y fe.
 
 

    Me desafían a elaborar una propuesta concreta, y, en plano teórico, puedo elaborar quinientas si me pagan un café.  Supongamos que un banco, digamos el mismo que paga fortunas para que su nombre aparezca en las camisetas de los dos equipos de futbol hoy archienemigos -Boca y River-, en un compromiso ético con la comunidad dispone que el 5% de todo lo que gasta en publicidad (sólo un 5%) lo va a aplicar en apoyar a artistas plásticos emergentes.  El mecanismo sería muy básico y sencillo: costear el alquiler de una sala (decente, emplazada en el circuito de arte más concurrido), el flete para el traslado seguro de la obra, catálogos dignos y prensa bien hecha.  Los artistas se postularían con un  dossier con imágenes de sus obras y un comité de bancarios (especialistas o no, de veras creo que lo bueno lo reconoce cualquiera) seleccionaría dos postulantes por mes para que cada uno tenga la chance de exhibir quince días sin costo alguno.  El gasto para el banco sería ínfimo y la publicidad por sostén cultural sería tan eficaz como cualquier otra.  Probablemente la aceptación de la comunidad convencería a otros sobre la conveniencia de  esa mínima desviación de sus gastos publicitarios hacia algo que no es estricto consumo.

     Acá me rebaten: si eso ya lo hacen…  Si, claro.  Coca-Cola que sponsorea ArteBA donde los artistas emergentes no tenemos acceso y si me apuran, ni podemos pagar la entrada ($ 120.- si no me falla el dato).  Si, claro.  Las actividades culturales sponsoreadas por empresas son esas actividades de mega producción, que cuentan con agencias de publicidad y relacionistas públicos armando sus estrategias de difusión, con fondos suficientes para hacer lo que se les cante y generando negocios (a la luz y en las tinieblas) que hacen que se cocinen las cosas siempre entre la misma gente.  Y los de afuera nos quedamos afuera, siempre afuera, donde nos corresponde.

     No pretendo que el Estado se meta en esto, que ya ha demostrado sobradamente que si algo no saben hacer es beneficiar a la cultura nacional con su chapucera práctica de hijos y entenados.  Tampoco que se obligue a nadie a nada.  Pero si creo en la presión social, en el prestigio real que se genera cuando la sociedad (la “sociedad”, que observa, analiza y premia con su consumo,  no el “pueblo” como masa que exige a los golpes y gritos de anacronismos ridículos) reconoce el mérito de una empresa por su manejo lógico (hacer dinero pero dejando un extra a la comunidad de la que se beneficia económicamente).
 
 
     ¿Cómo hacerlo?  Y sí, obviamente, deberíamos ser los artistas los que actuáramos en ese sentido.  Boicoteando al circo (ArteBA, digamos como ejemplo) y armando circuitos de apoyo entre nosotros para llegar a distintas entidades y empresas y convencerlo de que vale la pena hacernos un lugar y apostar en nuestra obstinación por el arte honesto.  Lamentablemente, tengo que reconocer también, que las escasas asociaciones de artistas que  se mueven en la actualidad buscan conseguir subsidios estatales y leyes para acceder pensiones previsionales.  La conforman mayoritariamente artistas de cierta  trayectoria que pretenden su propio reconocimiento y no abrir puertas y generar espacios para los artistas jóvenes o emergentes, para darle a las próximas generaciones –en base a nuestra experiencia y frustración- herramientas sólidas para armar sus carreras sin tener que vender ni el alma ni un riñón para sostenerse en el tiempo.

     Suelo entrar en este tipo de discusiones con personas muy, pero muy cínicas, que son capaces de decirme que el artista que llega ya no tiene el interés de permitirle el arribo a otro artista.  Que en un mercado como el del arte, tan chico, exclusivo y arisco, nadie con dos dedos de frente va a mover un dedo en favor de la competencia. 
 
     No comparto eso.    Contrariamente a lo que se cree, los artistas plásticos  no tenemos las ínfulas de divismo que pueden darse en otras áreas del arte.  He conocido a muchísimos artistas generosos, abiertos a la enseñanza, dispuestos a alentar y a colaborar para que la obra de colegas se conozca y valorice.  Es más, creo que si los artistas emergentes, los que no tenemos apoyo de nadie, podemos continuar en esta batalla es pura y exclusivamente por el mutuo aliento y la cálida fuerza que nos retribuimos para la insistencia en las naderías del arte.  Los artistas no sólo somos el constante sostén económico  de  este juego, somos también el sostén emocional de sus participantes esenciales.
 
 
 
 
 
 

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