martes, 12 de mayo de 2015

     Así fue la acción de DesigualdArt del pasado domingo en Madrid:



   

     Mientras, en Buenos Aires, La Nación publicaba en tapa Cómplices en el arte.  Asistentes, una especie silenciosa y vital. Sección A Fondo, por  María Paula Zacharías (bajada en tapa, continúa en página 30, edición impresa del Sábado 9 de mayo de 2015):

     “…Para algunos el arte es algo solitario y personal.  Para otros, un trabajo en equipo en el que los asistentes son necesarios.
     Alexander Gorlizki vive en Nueva York y sus pinturas son realizadas por siete artistas en la India.  Jeff Koons dice que trabajan para él 150 personas y que nunca toca un pincel.  David Hockney presentó en 2012 una muestra en la Real Academia de artes de Londres, y aclaró en un cartel: “Todos estos trabajos están hechos por el artista, personalmente.”   

      A página 30 continuaba el artículo:
     “Encendió la polémica contra Damien Hirst, que tiene un pequeño ejército de ayudantes, autores de sus 1400 cuadros de círculos de colores.  “Ellos lo hacen mejor.  Yo me aburro, me vuelvo impaciente”, dijo entonces. (…)  En la vidriera del Espacio de Arte Milo Lockett se ve a tres jóvenes vestidos con overoles.  Uno pinta rayas de colores en un caballo tamaño natural, mientras otro lija casitas de madera y el tercero lleva de acá para allá tachos de pintura de varios litros.  En la espalda llevan inscripta una advertencia: “Yo no soy Milo”.  No lo son, pero casi: son los colaboradores en la creación de los cuadros art brut que se venden en cantidades industriales. “Este año queremos llegar a las 3000 obras”, revela Lockett. (…)…”…La única manera de tener una obra a lo largo del tiempo, de poder construir un discurso, es haciendo en cantidad.  Si se revisa la historia del arte, son los más productivos los que trascienden.  La inspiración no existe.  Existe el trabajo.”, determina Lockett, que tampoco cree en el mercado del arte: “No existe en la Argentina, hay que inventarlo, poniendo algo a disposición de la gente en un formato, con unos colores y un precio interesantes.  Todos tienen derecho a consumir arte.  Hay que ser menos prejuiciosos y más generosos.  El arte no es para pocos”.

     A esta altura del artículo tuve que hacer una pausa (¿queda alguna duda?), y a punto estuve de declamar a los cielos de la infamia que  Milo  no había tenido en cuenta para su afirmación sobre la trascendencia exclusiva de los artistas muy productivos el caso de Vermeer (sólo 33 obras constituyen su inigualable legado), pero me detuve a tiempo.  Incluir a Vermeer y a Lockett en una misma frase es un sacrilegio.  Muy la Biblia junto al calefón.  Respiré profundo y seguí leyendo.




     Evito transcribir las payadas zen a que somete Cuttica a sus asistentes (mientras los explota con jornadas laborales de más de 12 horas, en vínculos deficientemente registrados aunque se reconoce como insolvente ante cualquier reclamo que se le haga como empleador) y el bricolaje oportunista de los Mondongo.  

     Me detengo (con angustia) en el relato sobre Kuitca:  “Jorge Miño pasó 24 años como silencioso asistente de Guillermo Kuitca… “Fui creciendo en paralelo…  Y ésa fue mi primera disyuntiva: ¿asistente o artista?  La prioridad era Guillermo siempre, era mi actividad y sustento diario, y lo disfrutaba muchísimo.  Fui un testigo privilegiado de su desarrollo, aunque nunca le pedí su mirada sobre mi trabajo.  Nunca quise usar a mi jefe como acceso para mi obra, por una cuestión personal mía”, aclara… (…) “…En un momento, con mucha culpa, prioricé por primera vez mi trabajo… (…)”.  

     No soy original si digo que después de leer el artículo salí a conseguir una copia del film de Tim Burton, Big Eyes.  Y aunque la historia en sí me pareció demasiado naif (o demasiado americana), Christoph Waltz me confirmó por qué es uno de mis actores favoritos, y Burton -como siempre- me gustó y me disgustó, me decepcionó y me reconcilió todo al mismo tiempo (como una especie de aleph fílmico), corroboré la angustia lógica de aquel que en el arte hace el trabajo para que otro se lleve el crédito.



     Tal vez la autora de la nota (María Paula Zacharías) en vez de usar el tono dicharachero de “qué locos son los artistas”, “qué cool que tengan asistentes”, debió haber planteado la historia desde el lugar del otro, del que se posterga, del que se esfuma para ceder el primer plano, del que hace en silencio y a oscuras para que otro simplemente diga bajo el haz de luz (y facture).  Pero viendo los nombres de los artistas citados en la nota, ésta quizá no fuera otra cosa que una gestión de prensa y, entonces, qué importan los asistentes.  Todo se trata de estrategia de marketing par artistas ("consagrados").









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