Experiencia
tienderil. Determinación del proyecto. Esbozo de hipótesis y desarrollo etapas de
comprobación. Tesis buscada.
Si vamos
a hacer algo (aun cuando sea una estupidez) vamos a hacerlo bien. Con orden y método, Hecules Poirot dixit.
Se supone
que si uno hace mucho de algo y lo pone en venta muy barato la gente se
desespera, chilla de excitación y compra compulsivamente. Obviamente, en lo personal, no lo
comparto. Ni la gente actúa como manada
de ovejas ni un precio paupérrimo genera la codicia si el objeto carece del más
mínimo interés. Pero parece ser que es
sólo cuestión de poner las cosas a muy bajos precios para tornar el arte "accesible a las masas”. Yo sospecho que a las masas, por ser precisamente
masa, le es indiferente el arte (no
sienten la necesidad estética cuando se encuentran obligados a la supervivencia
más elemental; que el arte es un bien
suntuario al que sólo se puede acceder cuando la necesidades básicas están
sobradamente satisfechas). Pero que
sabré yo, y para demostrar mi ignorancia acepto esta experimentación fáctica.
Entonces,
decía, si la premisa de inicio es poner supuestas obras de arte a la venta a un
precio pre-determinado (ya acordamos mil pesos, un poco menos de cien dólares),
lo que sigue es hacernos de los objetos a vender.
Y cual
artista conceptual, que elabora el argumento y luego amontona basura (con perdón de la basura, que alguna vez tuvo
algún sentido), armo una teoría de lo que voy a hacer.
Uno:
obras pequeñas y todas del mismo tamaño, ya que se supone iguales en valor y no
vamos a complicar al comprador en su elección.
Debería recurrir a pequeños bastidores de 25X25, pero como no tengo
artística cerca y me veo enclaustrada en la oficina hasta la noche, opto por
comprar en la maderera de bricolaje de enfrente (a la que accedo con la excusa de bajar al kiosco a buscar una barrita
de cereal) unas bandejas de fibro-fácil, “planas para azulejos”, según la vendedora. Para que conste en el inventario contable de
la experiencia: $ 46.- cada una de ellas.
Dos:
las obritas no tienen que generarme mucho trabajo, ya que el plan es sacarlas
como línea de producción fabril. Entonces vuelvo a mis fuentes. Serán retratos femeninos en tinta china. Ya en la escuela primaria llenaba las hojas
de los cuadernos haciendo los retratos de mis compañeras de colegio,
desarrollando la habilidad de dibujarlas durante los recreos. Aprendí a ser
rápida y eficaz. Sigo siendo práctica
para eso, aunque por comodidad elegiré los quietos rostros de las lánguidas modelos de
una revista de modas. Claro que el
riesgo en esto es caer en un soberano aburrimiento. Y si me aburro probablemente abandone. Tengo que darme algún aliciente. Voy a meter alguna máscara en el retrato,
para poder aplicar cartapesta y estampillas y cartas de tarot y las manijas de
cordón de las bolsas de compras, y tener fundamento para lentejuelas y dorados
y cosas por estilo que, por lo general, me entretienen bastante. Entonces, serán Retratos Enmascarados en Bandeja. Me gusta. Suena lógico a mi lógica. A media cuadra de oficina hay un cotillón. La supuesta tos causada por atorarme con la
barrita de cereal me justificó volver a bajar por una gaseosa diet. Compre media docena de mascaritas de plástico endeble
y tres de plástico duro. $ 90.- en total
para conocimiento del señor contable.
Mañana a la tarde –momento en que me libero de las obligaciones
mundanas- voy a jugar con todo y empezar la producción
en serie.
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