domingo, 3 de mayo de 2015

   


    Se hace difícil mantener la calma cuando uno corrobora que está rodeado de inútiles e incompetentes.  Nadie es responsable de nada.  Nadie actúa con la profesionalidad que se supone debe tener por cargo de su función.  No hay parámetros de calidad que exigir, ni sanción a la ineficiencia y a la desidia, todo es lo mismo.  Si me comprometí a algo pero me olvidé o me distraje o –sencillamente- no me dio la gana de trabajar en eso por lo que se me paga, da igual.  Lo hago mañana, o después, o nunca.  Total…


     Y ahí vamos.  Claro, vivo acá, sé por experiencia cotidiana que la vida es así.  Que llevamos décadas (la ganada y las anteriores, y me temo las que vendrán) nivelando para abajo, que por no “estigmatizar” al inepto le damos trato y sueldo de funcionario.  Y de mal en peor, sobrevivir en este sistema es avanzar en terreno minado para llegar, ileso, al abismo. 

     Pero hay días en los que uno encuentra su hastío a flor de piel, que se indigna con acumulada razón y que desea irrefrenablemente entrar a dar palazos de escoba a cuanto vago y estúpido la rodea y compelerlos a fuerza de gritos a salir del letargo y ocuparse de lo que deben bajo pena de no volver a comer por los siglos de los siglos. 



     No debiera ser así, pero es.  Y si uno quiere hacer algo debe asumir que deberá hacerlo solo, sin contar jamás con ayuda de nadie, sin poder siquiera asegurarse a fuerza de dinero la debida y oportuna colaboración.  Que el trabajo, la inversión y el riesgo, todo deberá correr de nuestro solitario lado. El esfuerzo a destajo, la histeria de cubrir todos los flancos multiplicándonos en labores que nos son impropias pero que nadie más hará. Y saber que si las cosas salen bien habrá una manada de indeseables que se atribuirán el mérito, que pretenderán participación, que se apropiarán de  la parte del león.

     Si, mantener la calma y seguir. Mantenerse enfocado y darle para adelante.  ¿Qué otra opción queda?  Pero cada vez me cuesta más la resignación de sostener a un entorno que ni de alegre comparsa sirve.  Lastre.  Los estúpidos se han vuelto un lastre.  A veces, cuando uno se pregunta por qué cuesta tanto levantar vuelo, debería sencillamente asumir que es por no tirar el lastre innecesario por la borda.  Ni más ni menos.   La mediocridad mutila, la lástima hiere a quien la siente.



Algunas veces vivo
y otras veces
la vida se me va con lo que escribo;
algunas veces busco un adjetivo
inspirado y posesivo
que te arañe el corazón;
luego arrojo mi mensaje,
se lo lleva de equipaje
una botella..., al mar de tu incomprensión. 
(…)
Y algunas veces suelo recostar
mi cabeza en el hombro de la luna
y le hablo de esa amante inoportuna
que se llama soledad. 

Joaquín Sabina,  Que se llama soledad


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