martes, 19 de mayo de 2015

 

Cultura versus rentabilidad.


    A través de un link que me llega por Twitter accedo a un artículo de un diario de Canarias: (http://www.eldiario.es/lapalmaahora/lapalmaopina/Museo_de_Arte_Contemporaneo_6_388171182.html)  


     Relata la nota (en voz de uno de los artistas donantes de obra, Paco Guimerá) la controversia surgida respecto de la casi inmediata privatización  de un recién inaugurado Museo de Arte Contemporáneo bajo el argumento de su falta de rentabilidad.  El autor se pregunta: “¿Tiene que ser rentable un Museo de Arte Contemporáneo? ¿Es un negocio? No señores… es cultura.”




¿Es un negocio? No señores… es cultura.


     Es evidente que la (falsa) convicción de que la cultura en general y las artes visuales en particular tienen que generar ganancias para tener razón de existencia es ley en todas partes. 


     No sólo por estos lados los artistas sufren la presión de generar arte honesto (léase: auténticamente visceral) y de generar dinero (honesto o no) al mismo tiempo. Porque si algo no es rentable no merece producirse.  Todo (pero todo, TO-DO) tiene un único parámetro de medida: el signo pesos o dólar o euro o sus diversidades lugareñas. 


    Nada se escapa de los dogmas de rentabilidad, flujo económico, inversión rápidamente recuperable y renta asegurada.  Evidentemente, habrá artistas autodidactas en proporción, perspectiva y zona áurea, pero el cursito de ciencias económicas no se puede obviar.  Economía elemental y marketing  básico son materias obligatorias sí o sí aunque lo único que uno quiera es pintar un ranchito con su tranquera.    


     ¿Es que nadie puede hacer algo sólo por placer propio y  ajeno?  ¿Ya no es creíble el argumento de hacer lo que sea “por amor al arte”?  Pareciera imposible dejar de hablar de dinero si queremos hablar de cultura.  Y aunque uno se subleve, acaba al final contando monedas para ver si se puede continuar en este empecinamiento tan poco redituable a fuerza de pluriempleo personal.



    Veo (porque siempre se dan las coincidencias de a manada o porque yo estoy relacionada exclusivamente con gente que se mueve en el ámbito artístico), que mientras ayer –Día Internacional de los Museos- la cuestión del aggiornamiento a la era digital y la búsqueda de financiamiento de las entidades museísticas era una constante en las redes, la convocatoria a comprar cursillos, participar de charlas, recibir mentoring y coaching y adiestramientos varios para el posicionamiento en el mercado, no relegaba su espacio.


     Todos (galerías, críticos, artdealers, gurúes de moda, y siguen las firmas) viven de los artistas.


    Se nos invita constantemente a la más variopinta amalgama de propuestas, siempre a nuestro costo exclusivo (aunque nos faciliten el pago con tarjetas y en cuotas, por transferencia bancaria o PayPal).  El artista es la fuente inagotable de ingresos para todos los otros participantes de este asunto.


     No me he enterado (si alguien puede desmentirme ¡por favor! ¡háganlo!) de cursos presenciales o a distancia, de charlas privadas o conferencias multitudinarias, en donde se le enseñe a cualquier persona a poner dinero para que los artistas puedan desarrollar su carrera.  



     Nada de mentoring para el mecenazgo real, para la educación en el arte que lleve a que se priorice comprar originales en lugar de posters o reproducciones bien enmarcadas. 


   Que exista coaching para que cualquier empresario se perfeccione en invertir en actividades culturales a fin de mejorar su imagen social y reduzca sus cargas impositivas.  Nada de cobrarle a otros para que aprendan a poner dinero en el mercado y dejar de sacárselo a los artistas. 


     Los editores de libros de arte le cobran a los artistas para costear la publicación, no se toman la molestia de buscar empresarios o profesionales para que auspicien o apadrinen y cubran los costos de impresión.  


     Nada de coaching a emprendedores  para que vinculen su marca a espacios culturales donde los artistas puedan exhibir sin tener que cubrir alquiler y brindis. 

 

     Nada de fomento a consultores financieros para que se diversifique la cartera invirtiendo en arte.


   Al resto del mundo no lo bombardean con nada mientras a los artistas nos prometen la clave del éxito si le pagamos al Señor X por su sabiduría y asesoramiento.  Por supuesto, el Señor X no es artista y de la “consagración” tiene sólo el conocimiento teórico (y ficticio) de un manual de autoayuda.  Pero igual, los artistas tienen que pagarle para tener conocimiento directo de su absoluta estupidez.


 ¿Es un negocio? No señores… es cultura.



     Sé que es así (siempre lo fue, seguirá siéndolo por los siglos de los siglos).  Pero hay días que me molesta un poco más y me dan ganas de proclamar a los cielos (y a los gritos) que me dedico a una actividad sin fines de lucro.  Que no mido el valor de las cosas por la cantidad de billetes que pueden generar en una vulgar operación de compra-venta.  Qué no quiero vivir sacando cuentas para elaborar juicios de valor estético. 


     La mortaja no tiene bolsillos y un artista sabe que la única inmortalidad posible es la que se logra cuando la obra trasciende en ese tiempo donde nosotros, por pura biología, estaremos ausentes.


 ¿Es un negocio? No señores… es cultura.

 

 



 

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