En mi lista mental de libros que no tengo y deseo desesperadamente
conseguir está en sus primeros lugares Por
qué no soy cristiano de Bertrand
Russell. Di con este librito (porque
era físicamente pequeño) en la Biblioteca
del Congreso de la Nación hace como 25 años, en mi época universitaria,
haciendo un trabajo de investigación sobre religiones comparadas para mi
profesor de Teología. El librito sólo lo
tuve en mis manos un par de horas, lo leí con avidez y tomé notas de él que en
el tiempo he perdido. Pero mi memoria
sigue registrando la iniciática “¿y qué culpa tenía la higuera si no era
época de dar frutos?” y desde
entonces consciente e inconscientemente lo busco en las librerías de viejo de Buenos Aires a fin de nuestro reencuentro y
su incorporación a mi biblioteca.
Como suele sucederme, aunque no encuentre la presa específica que
motiva la cacería, otras obras del mismo autor que persigo se suman a mis
posesiones. Mi biblioteca, cualquiera
puede apreciarlo de un simple y primer vistazo, es una biblioteca de
autores. Tiendo a completar la obra de aquellos que me gustan, que
me provocan o con los que me identifico.
Y hace una semana di con un Russell,
aunque no era el que buscaba.
Me encontré El impacto de la ciencia en la sociedad, librito (también físicamente pequeño) basado
en las conferencias dadas por el autor en Oxford
y posteriormente en la Universidad de
Columbia de New York. Y leyéndolo
recordé que amena y clara manera de razonar tenía este Premio Nobel y que enorme
facilidad para colocarlo a uno en obligación de replantearse posturas.
Transcribo el párrafo en cuestión.
Cuando lo leí mi primera reacción fue fastidiarme y decir que estaba mal,
que estaba por completo equivocado. Que
no era ni debía ser así. Después me
percaté que puedo no estar de acuerdo en teoría pero que lo descripto por Russell era exactamente lo que he hecho
en la práctica durante toda mi vida. Y
acabé dudando de qué creo en realidad.
¿Esa es la finalidad de los filósofos?
¿Enloquecernos más de lo que estamos?
¿Echar luz sobre nuestras contradicciones? O, simplemente, desafiarnos a pensar, pensar,
pensar…
“En arte y literatura el problema es diferente. Por una parte, la libertad es posible, porque
no se pide a las autoridades la provisión de aparatos costoso. Pero, por otra parte, el mérito es mucho más difícil
de estimar. La vieja generación de
artistas y escritores está casi invariablemente equivocada en cuanto a la generación
más joven. Los dómines casi siempre
condenan a los hombres nuevos, a quienes más tarde se juzga como de méritos
sobresalientes. Por tal razón,
organismos tales como la Academia Francesa y la Real Academia son ineficaces,
si no dañosos. No existe el método
concebible por el cual la comunidad pueda reconocer al artista hasta que es
viejo y ha realizado la mayor parte de su obra.
La comunidad puede dar únicamente oportunidad y tolerancia. Difícilmente podemos esperar que la comunidad
dé licencia a todo el que diga que se propone pintar y lo mantenga a cambio de
sus mamarrachadas, por execrables que puedan ser. Creo que la única solución es que el artista
se mantenga a sí mismo por medio de un trabajo distinto a su arte, hasta que
alcance una encomienda. Que busque un
empleo a media jornada, menos retribuido, que viva austeramente, y que haga su
labor creadora en el tiempo libre.
Algunas veces son posibles soluciones menos arduas: un dramaturgo puede
ser actor; un compositor, ejecutante,
Pero en cualquier caso, el artista o escritor, mientras es joven, debe
mantener su labor creadora al margen de la máquina económica, y ganarse la vida
con algún trabajo cuyo valor resulte obvio para las autoridades. Porque si su trabajo creador le proporciona
oficialmente medios de vida, será estorbado y perjudicado por la ignorante censura
de las autoridades. Lo más que puede
esperarse –y esto es mucho- es que un hombre que hace buena labor no sea
castigado por ello.” Bertrand Russell, El impacto de la ciencia en la sociedad Aguilar S.A. de Ediciones, Madrid 1957, págs.
89/90.-
Pensar, pensar, pensar…
“Piense usted. Como quiera y
pueda, pero piense. Luego razone su pensamiento con los demás, para pensar
mejor.” Fernando Savater.
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