miércoles, 21 de mayo de 2014




      En un nuevo alarde de mi más absoluto gataglorismo, tras haber argumentado vehementemente sobre la imposibilidad de hacer participar a El Portal… (el “coso” de las máscaras) en un concurso, acabo de completar la solicitud enviando las fotos y la memoria del proyecto a la convocatoria de Site Specific 00/24 (sitespecific00.24@gmail.com).


Sospecho (o rememoro por cruda experiencia) que no van a seleccionarme.  ¿Por qué?  Porque en estos eventos se presentan muchísimas propuestas y el jurado de selección (personas tan “personas” como cualquiera) ante el exceso se inclinan hacia lo ya conocido (“los” conocidos).

No digo que esté bien o que esté mal: simplemente es lo que pasa.  En cualquier preselección “justa”, para tener alguna chance, no tiene que haber tanta oferta que impida la observación tranquila y espaciada y la extravagancia de apreciar a un desconocido.


Siendo honesta y memoriosa (desde mis lejanos 14 años he estado mandando obra a todo tipo de convocatorias) muchas veces retiré mi trabajo con la misma e inalterada envoltura con la que la llevé.  He averiguado con el correr de los años que  en las convocatorias multitudinarias los jurados  revisan primero las planillas o formularios de inscripción (pongamos, unos trescientos), y habiendo espacio para la cuelga sólo de unos pocos (pongamos, unos treinta), seleccionan una cincuentena de planillas por los nombres de los participantes.  Recién ahí se separan esas cincuenta obras “preseleccionadas” y esas si son observadas por el jurado, de las que luego decantan las colgables y se asignan los premios.  Sólo cuando reciben 30 con espacio para colgar 25 es probable que las miren todas (y aun así se reacciona con más facilidad hacia las imágenes o el nombre familiar…).

Pero estas son las reglas de juego  Uno las conoce y si se presenta a estos concursos es porque las acepta.  Ahora, sabiendo que uno no tiene chances reales, ¿para qué presentarse?  Y, ¿por qué no hacerlo?  El que me ignoren no acarrea mi inexistencia.  Sólo “desaparezco” si yo lo permito, si dejo voluntariamente de “estar”.

Creo que el fracaso (constante, irreductible, real) es también una manera de estar haciendo algo.  Existo para que me rechacen.  Existo para que otra vez me digan: NO.  Así, el “poder” de esos “elegidos” que digitan el who is who del arte sólo puede afectar mi geografía (dónde cuelgo)  no mi ontología (ser una artista que quiere colgar).  Aun siendo una ignota artista que no gana concursos y que no cuelga ni todo lo que quiere ni donde le gustaría, sigo siendo una artista.  Y esa es la cuestión, ¿no?


P.D.: Y siempre está esa pequeña gota de incertidumbre...  Como dije más arriba, ya a los 14 años presentaba trabajos -¡espantosos!- a concursos y salones diversos dónde, con comprensible criterio, los rechazaban.  Hoy, retrospectivamente, de ser yo jurado (¡el dios del establishment nunca lo permita!) también me rechazaría a mí con mi obra de, digamos, quince años atrás.  Entonces, en alguna partecita de nuestra más honesta y privada conciencia, cuando no nos aceptan un desliz de duda se cuelga y una malvada voz allá atrás en nuestro cráneo sugiere si no tendrán razón...



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