Estoy
enojada de ese modo peligroso que me agarra cuando me enojo por mera estupidez,
por entrar en discusiones absurdas que ya sé por anticipado que no conducen a
ningún lado. De hecho, tengo una lista mental
de los temas a evitar, de los que
discuto sólo por mero gusto de enojarme mal: la religión, la condescendencia
machista, el psicoanálisis y las campañas de prensa. ¿La biblia y el
calefón? Nada que ver: todo es lo mismo;
cualquiera de esos ítems pueden definirse por su esencia: pura farsa. Todo es mentira,
pero no cualquier mentira, sino la más intencionada. La mentira que construye el poder en el otro
en desmedro de la pobre víctima propiciatoria y crédula. Mentiras, mentiras y más mentiras. Pero mentiras obvias, de manual. Y, sin embargo, mentiras que siguen
construyendo imperios.
Por
supuesto entiendo (¡no soy tan necia!) que “dar
a conocer” un producto o un servicio es herramienta imprescindible para
comercializarlo. Que las marcas deben promocionarse para poder entrar al
mercado y competir con las ya instaladas.
Que suena razonable testear el gusto del consumidor para ajustar el producto
a esas preferencias y ampliar la venta. Todo muy bien. Todo muy lindo. Pero estábamos conversando sobre arte…
El asunto empezó así: alguien empecinado en
pensar por mí pese a que le he asegurado hasta el cansancio que puedo hacerlo
solita, me vino con la convocatoria 00/24 Site Specific 2014 (sitespecific00.24@gmail.com),
por la que se llama a presentar proyectos para exhibir en una marquesina tipo
caja instalada en una esquina de Palermo
(o algo así porque tras el griterío se me mezclaron las ideas). Lo de la información probablemente lo hubiera
recibido con agrado y hubiera merituado su cortesía de recoger data en mi
interés. Pero agregó que la convocatoria
era ideal para “el coso ese tuyo de las máscaras”, y ahí comencé a sentirme molesta. Ya en el pasado tuve que soportar el “te quedaron bien los arabescos del fondo” referido a los nombres de víctimas de la
Inquisición que pueblan a La Santa Inquisición, por lo que el
que llamara tan alegremente “coso” a El Portal de las listas de
Ángeles y Demonios” me resultó particularmente irritativo.
Fastidiada por su irreverente
vocabulario desestimé de cuajo la convocatoria, con el altivo argumento de que yo no expongo en un cartel a la intemperie. Eso derivó en que me diera un discurso
técnico sobre las diferencias entre un cartel y una “vidriera a la calle tipo caja cerrada iluminada automáticamente”; y
que culminara puntualizando con parafernalia marketinera sobre el valor
publicitario de exponer bajo ese mecanismo.
Aclaro que la convocatoria
es un concurso, que hay muy pocas probabilidades de que yo gane la posibilidad
de exponer en esa vidriera. Pero en la
discusión eso era un detalle absolutamente intrascendente y salté a
desacreditar por completo (reconozco que exageradamente) a la publicidad como
necesidad real de un artista real. Él con su “el marketing genera la necesidad y genera el producto”, y yo con el “el arte no necesita nada más que arte” perdimos una cantidad
innecesaria de tiempo discutiendo nuestras dos obtusas e irreconciliables
posturas. EL hubiera llamado a EL
Portal “El Portal” y yo seguramente hubiera encontrado simpática la
convocatoria. Mi “coso” de las máscaras exigía el desagravio.
Y como
cuando entramos en guerra dialéctica sacamos todos los pertrechos para generar
el fin del mundo, pasamos revista a todos los casos testigos: el demostrándome como
se posicionó a fuerza de infle publicitario a cierto artista chaqueño que
realmente apenas dibuja y yo alardeando de con qué facilidad puedo plagiar
todas y cada una de sus obras en lo que tardo en limarme las uñas de una mano y
vender sus obras en La Salada. Alguien atrás (el Sr. Mercado) está evidentemente tratando de imponer esta especie de
Romero Britto local y salir a
imprimir cuadernitos y agendas con los reconocibles colorinches de Lockett. Ese alguien hará mucho dinero y algo “derramará”
para el limitado ilustrador. Pero no
estamos hablando de arte de verdad. Yo
me compré en Disney un Gato de Cheshire de cerámica pintado
con los diseñitos de Britto, que me
encanta; pero quiero empezar mi propia colección de arte comprando (tras robar
un banco) un Vito Campanella, y
seguir con un Carpani, un Vacarezza y -tras robar el segundo
banco- un Berni. Son
cosas muy distintas. Por más publicidad
que le hagan con RRPP y campañas en gráfica asociándolo a productos masivos (¡BIC!) yo no compraría un Lockett.
Él, sonriendo para demostrar que con su última
estocada finiquita la cuestión y demuestra el punto concluyó: “Milo
Lockett va a estar en ArteBA y vos no.
Ese criterio de selección se llama publicidad inteligente.” No
iba a dejarle la última palabra y la dije yo.
Lo insulté.
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