martes, 13 de mayo de 2014


   Estoy enojada de ese modo peligroso que me agarra cuando me enojo por mera estupidez, por entrar en discusiones absurdas que ya sé por anticipado que no conducen a ningún lado.  De hecho, tengo una lista mental de los temas a evitar, de  los que discuto sólo por mero gusto de enojarme mal: la religión, la condescendencia machista, el psicoanálisis y las campañas de prensa. ¿La biblia y el calefón?  Nada que ver: todo es lo mismo; cualquiera de esos ítems pueden definirse por su esencia: pura farsa.  Todo es mentira, pero no cualquier mentira, sino la más intencionada.  La mentira que construye el poder en el otro en desmedro de la pobre víctima propiciatoria y crédula.  Mentiras, mentiras y más mentiras.  Pero mentiras obvias, de manual.  Y, sin embargo, mentiras que siguen construyendo imperios.

  Por supuesto entiendo (¡no soy tan necia!) que “dar a conocer” un producto o un servicio es herramienta imprescindible para comercializarlo. Que las marcas deben promocionarse para poder entrar al mercado y competir con las ya instaladas.  Que suena razonable testear el gusto del consumidor para ajustar el producto a esas preferencias y ampliar la venta. Todo muy bien.  Todo muy lindo.  Pero estábamos conversando sobre arte…


El asunto empezó así: alguien empecinado en pensar por mí pese a que le he asegurado hasta el cansancio que puedo hacerlo solita, me vino con la convocatoria 00/24 Site Specific 2014 (sitespecific00.24@gmail.com), por la que se llama a presentar proyectos para exhibir en una marquesina tipo caja instalada en una esquina de Palermo (o algo así porque tras el griterío se me mezclaron las ideas).  Lo de la información probablemente lo hubiera recibido con agrado y hubiera merituado su cortesía de recoger data en mi interés.  Pero agregó que la convocatoria era ideal para “el coso ese tuyo de las máscaras”,  y ahí comencé a sentirme molesta.  Ya en el pasado tuve que soportar el “te quedaron bien los arabescos del fondo”  referido a los nombres de víctimas de la Inquisición que pueblan a La Santa Inquisición, por lo que el que llamara tan alegremente “coso” a El Portal de las listas de Ángeles y Demonios” me resultó particularmente irritativo.

  Fastidiada por su irreverente vocabulario desestimé de cuajo la convocatoria, con el altivo argumento de que yo no expongo en un cartel a la intemperie.  Eso derivó en que me diera un discurso técnico sobre las diferencias entre un cartel y una “vidriera a la calle tipo caja cerrada iluminada automáticamente”; y que culminara puntualizando con parafernalia marketinera sobre el valor publicitario de exponer bajo ese mecanismo.

  Aclaro que la convocatoria es un concurso, que hay muy pocas probabilidades de que yo gane la posibilidad de exponer en esa vidriera.  Pero en la discusión eso era un detalle absolutamente intrascendente y salté a desacreditar por completo (reconozco que exageradamente) a la publicidad como necesidad real de un artista real.  Él con su “el marketing genera la necesidad y genera el producto”,  y yo con el “el arte no necesita nada más que arte” perdimos una cantidad innecesaria de tiempo discutiendo nuestras dos obtusas e irreconciliables posturas.  EL hubiera llamado a EL PortalEl Portal” y yo seguramente hubiera encontrado simpática la convocatoria.  Mi “coso” de las máscaras exigía el desagravio.


  Y como cuando entramos en guerra dialéctica sacamos todos los pertrechos para generar el fin del mundo, pasamos revista a todos los casos testigos: el demostrándome como se posicionó a fuerza de infle publicitario a cierto artista chaqueño que realmente apenas dibuja y yo alardeando de con qué facilidad puedo plagiar todas y cada una de sus obras en lo que tardo en limarme las uñas de una mano y vender sus obras en La Salada.  Alguien atrás (el Sr. Mercado) está evidentemente tratando de imponer esta especie de Romero Britto local y salir a imprimir cuadernitos y agendas con los reconocibles colorinches de Lockett.  Ese alguien hará mucho dinero y algo “derramará” para el limitado ilustrador.  Pero no estamos hablando de arte de verdad.  Yo me compré en Disney un Gato de Cheshire de cerámica pintado con los diseñitos de Britto, que me encanta; pero quiero empezar mi propia colección de arte comprando (tras robar un banco) un Vito Campanella, y seguir con un Carpani, un Vacarezza y -tras robar el segundo banco- un Berni.    Son cosas muy distintas.  Por más publicidad que le hagan con RRPP y campañas en gráfica asociándolo a productos masivos (¡BIC!) yo no compraría un Lockett.

  Él, sonriendo para demostrar que con su última estocada finiquita la cuestión y demuestra el punto concluyó: “Milo Lockett va a estar en ArteBA y vos no.  Ese criterio de selección se llama publicidad inteligente.” No iba a dejarle la última palabra y la dije yo.  Lo insulté.




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