Consideraciones
cuasi-religiosas en San Patricio.
Uno de
los recuerdos de mi infancia, de cuando tendría poco más de cinco o seis años, remite
a la fascinación que me provocaba el ritual de mi abuela que se demoraba en
besar cada trozo de pan que quedaba en la mesa después de la comida como paso
previo a tirarlo a la basura. En esos
tiempos, los adultos no encontraban ningún tipo de razón para dar a los niños
explicación de sus acciones. El pan se
besaba y punto. Es posible que ante mi
insoportable insistencia alguien me dijera “Porque es Jesús”, pero no
puedo garantizarlo.
Yo crecí
admirada y confusa sobre el mágico mecanismo por el cual una persona de tamaño
normal –de hecho, me imaginaba por entonces a Jesús bastante más alto que yo- lograba esconderse tan bien dentro
de un resto de flautita. Cuando poco después,
en el catecismo previo a la Primera Comunión me hablaban de la resurrección, me
resultó lógico entenderla como el budín de pan que hacía mi abuela a fin de no
tener que tirar el pan viejo. Recuperaba a Cristo
para volver a comérselo. Por esos juegos
perversos de las asociaciones libres, tiempo después acabé asimilando la
divinidad con un flan… y de ahí para acá se entiende claramente en qué me he
convertido.
Hoy, en
mi trabajo civil y diario, presto mis servicios a personas de las más variadas
religiones (hasta a uno que habla de unas entidades extra-terrenales que me
presupongo –no porque él lo haya dicho- de una tonalidad verde fluorescente con
erguidas antenitas). Y probablemente por
esta tendencia mía a la cortesía, todos acaban convencidos de que comparto sus
creencias por el simple hecho de que jamás les contradigo y escucho sus prédicas
con aparente solícita atención.
Ayer,
mientras el calor y el maltrecho aire-acondicionado de mi oficina hacían que me
corriera el sudor desde la nuca a la cintura, una cliente (a quién el sudor le
goteaba de las sienes y le hacía brillar el bozo), que suele divagar a su gusto y
sin interrupciones de mi parte, se remontaba a los tiempos de su primer
matrimonio cuando en mitad de una acalorada pelea ella y su marido dieron en
arrojarse cosas y en la batahola una virgencita de Fátima (de cerámica o yeso supongo porque no lo precisó) acabó en
el piso partida en varios fragmentos. -Nos
quedamos duros.- me ejemplificó con un gesto- ¡La virgencita estaba rota! ¡No sabíamos que hacer, nos mirábamos
aterrorizados, sin saber que íbamos a hacer ahora!
Yo suelo
escuchar los divagues de la gente sólo con un cinco por ciento de mi cerebro,
lo mínimo indispensables para poder colocar alguna que otra exclamación de
rigor: ¡No me diga!, ¡Qué barbaridad!
Pero mire usted… Cuando ella hizo la
pausa tras relatar su espanto ante la virgen rota comprendí que esperaba mi
comentario. Me detuve a tiempo de preguntar
lo lógico ¿era muy costosa?, ya que
por la cara que acompañaba su historia era evidente que aun ahora el carácter trágico
de la rotura de la virgen la afligía a punto de atiborrarle los ojos de
lágrimas. Insistió: ¿Qué podíamos hacer?
¿Qué se
hace con una virgen de Fátima hecha
pedazos? Obviamente, se la tira a la basura
(se la puede besar como al pan, supongo).
Pero resultaba evidente que eso NO es lo que hace la gente que otorga a
una imagen de yeso algún tipo de poder mágico. Dije lo que ella esperaba que
dijera: ¡Qué horror! ¿Y qué hicieron?. Ahí se explayó en como recogieron de modo compungido y penitente todos los
pedacitos, lo pusieron en una cajita que cerraron con una cinta y que guardaron
respetuosamente dentro del ropero, donde, más de cuarenta años después, al
parecer los restos de la virgen de Fátima siguen estando. -El matrimonio, claro, se acabó
ahí… Asentí como si compartiera
la lógica de ese final. Cómo esta
historia venía al caso en una reunión donde mi trabajo consistía en
redactar una carta documento de intimación a un inquilino que no paga en
fecha, no lo sé. Será que a la gente le gusta hablar y que yo
soy buena escuchando.
Al ser
testigo de la significancia que unos pedazos de yeso roto pueden tener para una
persona, vuelvo a detenerme en considerar de
que debe existir un sentido o facultad que propende a lo religioso y a
la infantil credulidad, sentido del que yo estoy vedada por completo. A ella la estatuita rota, tantos años
después, la seguía cargando de culpas.
Es una buena persona, no me parece justa la angustia que arrastra de por
vida como consecuencia de un accidente estúpido e insignificante. Pero qué sabré yo, que como todo hereje (bautizado)
tiene por destino el infierno…
Sigo convencida
que la mejor plegaria es la de implorar al dios de los dioses y de los sin dios
que me libere de toda fe, que incuba fanatismos y barbaries, y me ayude a ser
alguien que hace el bien sólo porque sí, por el bien mismo. Que, parafraseando a Shaw, me siga liberando de la extorsión del cielo.
“Regresó
con un cráneo sobre un basto bloque de madera, envuelto en gasa azul decorada
con imágenes del sol. El cráneo estaba
pintado de negro excepto los dientes, que eran dorados. Tenía unos pendientes baratos atornillados al
hueso, y lo ungía una tosca corona de alambre pintado.
-Ésta
es la Santa Muerte- dijo Neddo-. Suele
representársela como un esqueleto o un cráneo decorado, a menudo rodeado de
ofrendas o velas. Le gusta el sexo, pero
como no tiene carne, aprueba los deseos de los demás, y vive a través de
ellos. Viste ropa estridente, y luce
anillos en los dedos. Le gusta el whisky
a palo seco, el tabaco y el chocolate.
En lugar de cantarle himnos en las misas, tocan música de mariachi. Es la “Santa Secreta”. Puede que la Virgen de Guadalupe sea la santa
patrona del país, pero en México la gente es pobre y lucha por la vida, y
recurre a la delincuencia ya sea por necesidad o por propensión. Siguen siendo profundamente religiosos, y sin
embargo tienen que quebrantar las leyes de la Iglesia y del Estado para
sobrevivir, si bien se trata de un Estado que consideran corrupto hasta sus
raíces. La Santa Muerte les permite
conciliar sus necesidades y sus creencias.
Le han dedicado santuarios en Tepito, en Tijuana, en Sonora, en Juárez,
dondequiera que se congreguen los pobres.
-Eso
parece una secta.
-Es
una secta. La Iglesia católica ha
condenado su adoración por considerarla un rito satánico; y si bien yo tengo
grandes dificultades con esa institución, no resulta difícil darse cuenta de
que en este caso su postura queda bastante justificada. La mayoría de quienes le rezan buscan simplemente
que los proteja del mal. Hay otros que
solicitan su beneplácito antes de infligir el mal a otros. El culto ha cobrado fuerza ente los peores
hombres: narcotraficantes, tratantes de blancas, proveedores de prostitución
infantil. Hubo una oleada de asesinatos
en Sinaloa hace unos meses en la que murieron más de cincuenta personas. La mayoría de los cadáveres presentaban la
imagen de la Santa en tatuajes, o en amuletos y anillos. –Alargó la mano y
quitó un poco de polvo de debajo de las cuencas vacías del ícono. –Y lo peor
todavía está por verse –concluyó-. ¿Más té?”
John
Connolly, El ángel negro Tusquets Editores S.A. Buenos
Aires 2013, páginas 327/328.
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