El
auto- maltrato.
Uno
analiza cuidadosamente las técnicas empleadas por amigos y enemigos para
maltratarnos, a veces logra encontrar defensas eficaces para aplicar con ellos
y se reserva lo aprendido para el momento de auto-maltratarse. Porque hacerlo es el deporte favorito en el
que coincidimos todos.
Auto-maltratarse
es una conducta atávica. Actúa como
equilibrante de nuestra confianza cuando se viste de ego. Es el nivelante emocional. La pesa en la balanza. Y un vicio secreto que
genera rápida adicción.
Auto-maltratarse
es patearse los tobillos cuando estamos haciendo equilibrio en la cuerda floja. Sabemos exactamente cuándo llegamos al
momento crítico, cuando ya no nos queda margen de negociación, y entonces,
alegremente, comenzamos la acción corrosiva. El pajarito carpintero parado en
la testuz, pica-pica-pica. Taladrando
hasta el cerebro, repitiéndose con eco hasta la médula.
Voy con
una experiencia de laboratorio. El ratón
experimental: yo. Circunstancia: esta
mañana encontrando un mail de ayer tarde-noche.
La organizadora de Arte La Plata me confirma lugar y fecha
para la cuelga. Perfecto, todo dentro de
lo previamente hablado y acordado. Me
acota que como voy a estar en la parte central, queda una pared exterior que
puedo usar también para colgar. Dos
metros extras. Puedo colgar si quiero, y
si no quiero no. Yo elijo. No es
técnicamente -y para cualquier análisis racional- un “problema”. La rata de
laboratorio (yo) entró en pánico. ¿Por
qué? Despliegue de auto-maltrato de la mejor
calidad.
Tenía
todas las decisiones tomadas. Stand 17:
tres obras de Cartográfica, dos de Plagiaria, mis dos bandejas con
odaliscas, dos de mis mesitas fetiche.
Algunas postales con imágenes de lo exhibido, mis tarjetas ojo de gato,
unos display de acrílico para colocar los carteles identificatorios. Sobriedad y elegancia. Profesionalidad y buen gusto. Todo
listo. De pronto, es el stand 18 (en
frente del 17, sólo que en el corredor central) y la chance opcional de contar
con una pared más (exterior). Puedo no
salirme del plan original y no colgar
nada en esa pared extra. Entonces una
voz viene y me grita. -¡¿Y perder la oportunidad?¡! Concuerdo, es una posibilidad de mostrar algo
más, ¿por qué no aprovecharla? Viene la
segunda voz: -Claro, aprovecha para arruinar toda la puesta. Sobrecargá, que eso te sale fácil. Saturá todo para que la gente salga huyendo
hacia otros espacios menos asfixiantes. Es cierto, había planeado que las obras tuvieran
aire, que armonizaran entre sí, que se complementaran y potenciaran. Mejor dejo todo como está. –Perfecto-
se burla otra voz o la misma o todas a la vez. -Deja el lugar libre para que lo
ocupe otro. Nadie nunca dirá que tuvo
que sacarte del camino: vos te corriste solita.
No estorbas jamás a los que se toman el arte en serio.
Paso
horas torturándome con ires y venires.
¿Qué hacer? -Mantenete en el plan
original. Llevás meses convencida de que
es la mejor propuesta que podés hacer.
No se cambia de caballo a mitad del río.- Esa es la voz de los
refranes. –Claro, el mundo es de los conservadores, ¿no? De los que se conservan en formol, duran pero están muertos. Sos algo para guardar en el
freezzer y usar cuando no queda nada más para comer- replica la voz de
los ejemplos sarcásticos. –Menos es más- dice la de los
cliché. –La nada es lo tuyo-
acota la lapidante. -¿Y qué vas a llevar? No hay
tiempo ni para preparar algo que combine ni para enmarcar dignamente algo que
tengas en carpeta. ¡No hay tiempo! Aunque quieras elegir ¡ya no podés hacerlo!- acaba la fatalista depresiva.
Las
oportunidades pueden lucir a veces como auténticas maldiciones.
La voz
rubia (la que suele sacarme del borde del abismo cuando el suicidio es la
acción más saludable) me recuerda que en un rincón de mi biblioteca está
arrumbado El Portal, que lució bien en el Borges, que es algo
divertido para una pared exterior, como una convocatoria a entrar y conocer más de mi trabajo. Las otras voces
me salen al paso señalando un detalle que me disgustó cuando lo vi exhibido en la Bienal
de Buenos Aires: el interior de las máscaras inferiores lucía desatendido, inconcluso, como un desliz. Tengo un
semana, puedo intentar solucionar ese punto y llevar conmigo El
Portal. Lo monto y si no me
convence… –Lo sacás y te lo traés de vuelta. Siempre te queda la opción de volver al plan original.- Esa es la voz amiga. Pero desconfío. Espero más réplicas. Probablemente se callan porque volví a trabajar,
a bajar las obras al taller para prepararlas.
Estoy a la defensiva, ellas al acecho.
En cualquier momento vuelven. En
cualquier momento siguen.
Auto-maltratarse es una actividad que reniega de los recreos.
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