¿De qué viven los artistas?, ¿y de qué
viven los art-dealers y los curadores independientes…?
El
art-dealers es un galerista sin galería.
Un tendero sin tienda. Convoca
artistas para exponer su obra en espacios ajenos donde renta un sector o sala o
pared, por lo general en eventos multitudinarios como ferias de arte o festivales.
El costo que paga el art-dealers al organizador central suele incluir páginas en el catálogo oficial y difusión de prensa donde se incluye el nombre del dealer. Este hace luego algún tipo de catálogo o tarjetón
con el detalle de sus artistas. El
art-dealer cobra a cada artista por llevar su obra y su difusión, y con el
resultado de esta recaudación paga espacio e impresión gráfica y saca
diferencia que atribuye a honorario por la gestión.
Personalmente me son más simpáticos los art-dealers que los galeristas, probablemente
porque trabajar con ellos resulta más concreto y útil, anque no más barato. Uno elige por la feria a la que se va a
concurrir, considerando movimiento de público o difusión general -ya por el
lugar ya por el resto de los participantes-; suelen ser cortas –tres o cinco días
a lo sumo- y la asistencia de público está garantizada por la cantidad de
expositores (todos tenemos, mal que mal, algún pariente y algún amigo). Los costos no suelen ser muy distintos para
el artista, pero entre estar mostrando la obra tres días en el stand de una
feria donde concurre mucha gente a estar dos semanas en una galería a donde no
va nadie (y, a veces, ni se abre durante
los días u horarios laborables) la elección es lógica. Menos es más, en este caso no resulta un cliché.
Los
art-dealer suelen ser personas que intentaron ser artistas y renunciaron a la
vista de la poca practicidad de esa vocación o personas que interesadas en el
mundo del arte intentan ver el camino de hacer dinero sin tener que
invertir. El galerista tiene altos
costos fijos: el alquiler de un local más o menos bien ubicado, más o menos
prolijo, definitivamente sin humedad en las paredes; algún empleado que atienda
si de veras va a abrir tiempo corrido, algún personal de seguridad o sistema de
alarma por las dudas; suministro eléctrico, sistema de calefacción para el
invierno, un ventilador para el verano; una cocinita para el café... El dealer sólo se mueve por internet,
consigue el lugar con una reserva mínima y sale a cazar artistas (por la web,
obviamente) para cubrir el costo total del stand o sala. El dealer con una computadora e internet
genera el negocio, y por lo general es la computadora y la internet del lugar
donde trabaja en relación de dependencia por un salario seguro a fin de mes. Cero
inversión más allá de su tiempo, sus ganas y su habilidad para la elección de
la convocatoria y de sus clientes (necesariamente solventes). El art-dealer es un galerista sin espacio y
part time con más inteligencia práctica y mayor visión de business.
Cuando el
art-dealer tiene pretensiones intelectuales se llama curador
independiente. Ya no es “sólo” por el
negocio sino que se supone que con la elección de los artistas y de las obras
que puntualmente lleva al evento está diciendo algo de su propia cosecha.
Antes, el
curador era alguien que trabajaba dentro de una institución (museo, salas
expositivas, eventualmente una galería tradicional) y que seleccionaba y
coordinaba las muestras que allí se llevaban a cabo. Había una
lectura en su elección que tenía que ver con el ideario o la postura de la
institución cuya actividad curaba.
Solían ser personas formadas en historia del arte o en diversas ramas de
la estética (semiótica, filosofía, arquitectura o diseño, algún egresado de
bellas artes alejado ya del pincel) y con muchísima experiencia sobre sus
espaldas. En algún momento algo mutó en el universo y
el curador dejó de pertenecer a una institución, se inventó una carrera
terciaria donde honestamente no sé con qué currícula reemplazan la experiencia
y hoy por hoy cualquiera se atribuye el don de saber curar una muestra y vende
sus servicios como tal.
En
grandes museos he visto muestras donde realmente el curador deja una impronta: selección
de obras de grandes maestros de un mismo período temporal para trazar una línea
conceptual común, cruce de obras maestras para señalar conflictos estéticos, de
un solo genio para leer entre líneas su realidad personal (como la muestra de Las
Mujeres de Picasso) o para contar la historia de ese artista a través
de la evolución de su técnica y temática (como la de Leonie Matthis que se hizo hace años en Buenos Aires y que resultó maravillosa tanto como reflejo de su
tiempo histórico como de su transgresión de ser artista y mujer).
Hoy en BAires un curador cuelga diez fotos de un
artista en una galería fashion de Palermo
(espacio que, claro está, pagó el artista) y se supone que “curó” algo. Si uno observa con atención verá que las
obras se colgaron igual que las hubiera colgado cualquiera con un mínimo de
noción de espacio – luz – equilibrio (o sea: colgó derecho y dejando distancia suficiente entre una y otra). Pero el
curador independiente da prestigio. Y si
te escribe dos frases para el tarjetón impreso laser de compu doméstica que funge
de catálogo es el sumun. Claro que esas
dos líneas te las cobra aparte de sus honorarios por la curaduría.
Art-dealers y curadores independientes viven del artista. Los artistas les pagamos para que nos lleven
a una muestra o para que hagan que esta luzca más profesional (“curada by…”
suena super profesional, dado que no muchos saben qué demonios es curada
by y en este negocio nadie pero nadie va a reconocer su ignorancia sobre
algo. No sería cool.)
Vuelvo a
decir que, igual que los galeristas, art-dealers y curadores independientes no
prometen nada distinto a lo que dan.
No hay engaño en esto. Los
artistas somos bastante estúpidos por pagar servicios de los que podemos
proveernos nosotros solitos. Pero a
veces uno lo hace sólo por la compañía.
Aventurarse a exponer implica un salto al vacío (la mirada del otro no siempre es piadosa)
e ir acompañados significa un reaseguro emocional. Buscamos al dealer o al curador para que nos
diga que lo que hacemos merece exhibirse, que vale la pena correr el riesgo,
que ellos nos tienen fe y valoran lo nuestro.
Probablemente nos mienten con todos los dientes a ese respecto. Y probablemente también lo sabemos pero no
nos importa. La cuestión es animarnos a
salir al ruedo (y al rechazo tal vez) y buscamos esa compañía que nos aliente y
sostenga. Una compañía por la que
pagamos, claro está. Normalmente, en
efectivo.
Geniales tus comentarios!!!
ResponderEliminarGracias Liliana! Un karma común, no? Besos!!!
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