sábado, 21 de marzo de 2015

    ¿De qué viven los artistas?, ¿y de qué viven los art-dealers y los curadores independientes…?


    
     El art-dealers es un galerista sin galería.  Un tendero sin tienda.  Convoca artistas para exponer su obra en espacios ajenos donde renta un sector o sala o pared, por lo general en eventos multitudinarios como ferias de arte o festivales. El costo que paga el art-dealers al organizador central suele incluir páginas en el catálogo oficial y difusión de prensa donde se incluye el nombre del dealer.  Este hace luego algún tipo de catálogo o tarjetón con el detalle de sus artistas.  El art-dealer cobra a cada artista por llevar su obra y su difusión, y con el resultado de esta recaudación paga espacio e impresión gráfica y saca diferencia que atribuye a honorario por la gestión.

     Personalmente me son más simpáticos los art-dealers que los galeristas, probablemente porque trabajar con ellos resulta más concreto y útil, anque no más barato.  Uno elige por la feria a la que se va a concurrir, considerando movimiento de público o difusión general -ya por el lugar ya por el resto de los participantes-; suelen ser cortas –tres o cinco días a lo sumo- y la asistencia de público está garantizada por la cantidad de expositores (todos tenemos, mal que mal, algún pariente y algún amigo).  Los costos no suelen ser muy distintos para el artista, pero entre estar mostrando la obra tres días en el stand de una feria donde concurre mucha gente a estar dos semanas en una galería a donde no va nadie (y, a veces, ni se abre durante los días u horarios laborables) la elección es lógica.  Menos es más, en este caso no resulta un cliché.


     Los art-dealer suelen ser personas que intentaron ser artistas y renunciaron a la vista de la poca practicidad de esa vocación o personas que interesadas en el mundo del arte intentan ver el camino de hacer dinero sin tener que invertir.  El galerista tiene altos costos fijos: el alquiler de un local más o menos bien ubicado, más o menos prolijo, definitivamente sin humedad en las paredes; algún empleado que atienda si de veras va a abrir tiempo corrido, algún personal de seguridad o sistema de alarma por las dudas; suministro eléctrico, sistema de calefacción para el invierno, un ventilador para el verano; una cocinita para el café...  El dealer sólo se mueve por internet, consigue el lugar con una reserva mínima y sale a cazar artistas (por la web, obviamente) para cubrir el costo total del stand o sala.  El dealer con una computadora e internet genera el negocio, y por lo general es la computadora y la internet del lugar donde trabaja en relación de dependencia por un salario seguro a fin de mes. Cero inversión más allá de su tiempo, sus ganas y su habilidad para la elección de la convocatoria y de sus clientes (necesariamente solventes).   El art-dealer es un galerista sin espacio y part time con más inteligencia práctica y mayor visión de business.

     Cuando el art-dealer tiene pretensiones intelectuales se llama curador independiente.  Ya no es “sólo” por el negocio sino que se supone que con la elección de los artistas y de las obras que puntualmente lleva al evento está diciendo algo de su propia cosecha.

    Antes, el curador era alguien que trabajaba dentro de una institución (museo, salas expositivas, eventualmente una galería tradicional) y que seleccionaba y coordinaba las muestras que allí se llevaban a cabo.  Había una lectura en su elección que tenía que ver con el ideario o la postura de la institución cuya actividad curaba.  Solían ser personas formadas en historia del arte o en diversas ramas de la estética (semiótica, filosofía, arquitectura o diseño, algún egresado de bellas artes alejado ya del pincel) y con muchísima experiencia sobre sus espaldas.  En algún momento algo mutó en el universo y el curador dejó de pertenecer a una institución, se inventó una carrera terciaria donde honestamente no sé con qué currícula reemplazan la experiencia y hoy por hoy cualquiera se atribuye el don de saber curar una muestra y vende sus servicios como tal. 


     En grandes museos he visto muestras donde realmente el curador deja una impronta: selección de obras de grandes maestros de un mismo período temporal para trazar una línea conceptual común, cruce de obras maestras para señalar conflictos estéticos, de un solo genio para leer entre líneas su realidad personal (como la muestra de Las Mujeres de Picasso) o para contar la historia de ese artista a través de la evolución de su técnica y temática (como la de Leonie Matthis que se hizo hace años en Buenos Aires y que resultó maravillosa tanto como reflejo de su tiempo histórico como de su transgresión de ser artista y mujer).

     Hoy en BAires un curador cuelga diez fotos de un artista en una galería fashion de Palermo (espacio que, claro está, pagó el artista) y se supone que “curó” algo.  Si uno observa con atención verá que las obras se colgaron igual que las hubiera colgado cualquiera con un mínimo de noción de espacio – luz – equilibrio (o sea: colgó derecho y dejando distancia suficiente entre una y otra).  Pero el curador independiente da prestigio.  Y si te escribe dos frases para el tarjetón impreso laser de compu doméstica que funge de catálogo es el sumun.  Claro que esas dos líneas te las cobra aparte de sus honorarios por la curaduría.

     Art-dealers y curadores independientes viven del artista.  Los artistas les pagamos para que nos lleven a una muestra o para que hagan que esta luzca más profesional (“curada by…”  suena super profesional, dado que no muchos saben qué demonios es curada by y en este negocio nadie pero nadie va a reconocer su ignorancia sobre algo.  No sería cool.)


     Vuelvo a decir que, igual que los galeristas, art-dealers y curadores independientes no prometen nada distinto a lo que dan.  No hay engaño en esto.  Los artistas somos bastante estúpidos por pagar servicios de los que podemos proveernos nosotros solitos.  Pero a veces uno lo hace sólo por la compañía.  Aventurarse a exponer implica un salto al vacío (la mirada del otro no siempre es piadosa) e ir acompañados significa un reaseguro emocional.  Buscamos al dealer o al curador para que nos diga que lo que hacemos merece exhibirse, que vale la pena correr el riesgo, que ellos nos tienen fe y valoran lo nuestro.  Probablemente nos mienten con todos los dientes a ese respecto.  Y probablemente también lo sabemos pero no nos importa.  La cuestión es animarnos a salir  al ruedo (y al rechazo tal vez) y buscamos esa compañía que nos aliente y sostenga.  Una compañía por la que pagamos, claro está.  Normalmente, en efectivo.







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