¿De qué viven los artistas?, ¿y de qué
viven los gurúes culturales, editores de publicaciones especializadas y divulgadores varios …?
¿Es
necesario agregar que todo el resto del mercado del arte también vive –mayoritariamente-
de los artistas? El muy moderno “mentoring” se paga, los cursos de marketing para artistas se paga, las
páginas en cualquier publicación especializada se paga, las “clínicas”, el “personal branding”, los libros de artistas, los catálogos, folletería, postales, la gestión de prensa, la publicidad y cualquier
tipo de difusión se-pa-ga. Los artistas siempre estamos pagando. Somos
la razón de ser y el sostén económico prioritario del mercado, los que
costeamos a todos los que se mueven por afuera de los grandes museos y de los
escasos espacios oficiales (a los que, si no militamos políticamente para el
bando del patrón de turno, tampoco accedemos).
O sea.
¿Está
bien que así sea? ¿Está mal? ¿Es indiferente? No creo que valga la pena perder tiempo en
ese análisis. Es así y punto. Son las reglas vigentes en este juego y si
estamos acá, hoy, pues acatamos el reglamento actual y jugamos. Pero no veo porque hay que negar la realidad,
o silenciarla, hablar de esto en susurros y sólo entre nosotros. Es así, lo aceptamos pero lo dejamos
claro: todo SE PAGA. ¿De que vive el
mercado del arte en general? DE LOS ARTISTAS.
“Manuzio
era una editorial para AAF.
Un
AAF, en la jerga de Manuzio, era, pero, ¿por qué empleo el imperfecto? Los AFF aún existen, allí todo prosigue como
si nada hubiera sucedido. (…)
Un
AAF es un Autor Autofinanciado, y Manuzio es una de esas empresas que en los
países anglosajones se denominan “vanity
press”. Facturación fabulosa, gastos de
gestión nulos. Garamond, la señora
Grazia, el contable llamado director administrativo en el cuchitril del fondo,
y Luciano, el mutilado que se encargaba de enviar los pedidos, en el gran almacén
del subsuelo.
-Jamás
he podido comprender cómo Luciano logra empaquetar los libros con un solo brazo
–me había dicho Belbo-, creo que se ayuda con los dientes. Por lo demás, no es que tenga mucho que
empaquetar: sus homólogos de las editoriales normales envían libros a los
libreros, mientras que él sólo los envía a los autores. Manuzio no se interesa por los lectores… Lo importante, dice el señor Garamond, es que
no nos traicionen los autores, sin lectores se puede sobrevivir.
Belbo admiraba al señor Garamond. Lo veía lleno de un vigor que a él le había
sido negado.
El sistema de Manuzio era muy sencillo. Pocos anuncios en periódicos locales, en
revistas profesionales, en publicaciones literarias de provincias, sobre todo
en las que duran pocos números. Espacios
publicitarios de tamaño mediano, con foto del autor y pocas líneas incisivas: “una
de las voces más altas de nuestra poesía” o “la nueva experiencia narrativa del
autor de Su
único hermano”.
-Con
eso ya está tendida la red –explicaba Belbo-, y los AAF caen a racimos,
suponiendo que en una red se caiga a racimos, pero la metáfora incongruente es
típica de los autores de Manuzio: se me ha pegado el vicio, perdone.
-¿Y
después qué sucede?
-Tome
el caso de De Gubernatis. Dentro de un
mes, cuando ya nuestro jubilado se consume en la ansiedad, el señor Garamond le
telefoneará para invitarle a cenar con algunos escritores. La cita es en un restaurante persa, muy
exclusivo, sin letrero en la puerta: se toca un timbre y se dice el nombre en una
mirilla. Interior lujoso, luz difusa,
música exótica. Garamond estrecha la
mano del maitre, tutea a los camareros y devuelve las botellas porque el año no
le convence, o dice perdona pero este no es el Dolmeh Sib que se come en
Teherán. De Gubernatis es presentado al
comisario Fulano, todos los servicios aeroportuarios están bajo su control,
pero sobre todo es el inventor, el apóstol del Cosmoranto, el lenguaje para la
paz universal, sobre el que se está discutiendo en la Unesco. Después está el profesor Zutano, un narrador
nato, premio Petruzzellis della Gattina 1980, pero también una eminencia de la
ciencia médica. ¿Cuántos años ha
dedicado a la enseñanza, profesor? Eran
otras épocas, entones sí que los estudios eran algo serio. Y aquí tiene a nuestra exquisita poetisa, la
dulce Olinda Mezzofanti Sassabeti, la autora de Castos latidos, que sin duda habrá leído. (…)
En síntesis, velada rica de experiencias intelectuales. De Gubernatis se sentirá como si hubiera
bebido un cóctel del LSD. Escuchará el
cotilleo de los comensales, la anécdota picante del gran poeta cuya impotencia
está en boca de todos… (…)
El
señor Garamond tiene la capacidad de hacer salir a De Gubernatis de su
provincia, de proyectarlo hasta la cumbre.
Hacia el final de la cena, Garamond le dirá al oído que a la mañana
siguiente pase por su despacho. (…) …Le
dirá: anoche no me atreví a decírselo para no humillar a los otros, qué cosa
sublime, no le hablaré ya de los informes entusiastas, aún diría más,
positivos, pues yo mismo, personalmente, he pasado una noche imantado por estas
páginas suyas. Un libro para ganar un
premio literario. Grande, realmente
grande. Regresará al escritorio, dará
una palmada sobre el original, ya ajado, gastado por la mirada amorosa de al menos
cuatro lectores, ajar los originales es tarea de la señora Grazia, y se quedará
mirando al AAF con aire perplejo. ¿Qué hacemos? ¿Qué hacemos?, preguntará De
Gubernatis. Y Garamond dirá que sobre el
valor de la obra no hay absolutamente nada que discutir, aunque es evidente que
se trata de un libro adelantado para la época, y en cuanto a los ejemplares no
se sobrepasarán los dos mil, o a lo sumo dos mil quinientos. Para De Gubernatis dos mil ejemplares serían
suficientes para atender a todas las personas que conoce, el AAF no piensa en
términos planetarios o, mejor dicho, su planeta está formado por rostros conocidos, compañeros de escuela,
directores de banco, colegas que han enseñado con él en el mismo instituto,
coroneles retirados. (…) Ante el peligro
de que Garamond dé marcha atrás, ahora que todos, en su casa, en el pueblo, en
la oficina, saben que ha presentado el original a un gran editor de Milán, De Gubernatis
hará sus números. (…) Ofrece tímidamente participar en los gastos. Garamond se mostrará perturbado, Manuzio no
acostumbra, y luego, bueno, de acuerdo, me ha convencido, en el fondo también
Proust y Joyce tuvieron que doblegarse y aceptar la cruda realidad, los costes
ascienden a tanto, de momento imprimiremos dos mil ejemplares, pero el contrato
se hará por un máximo de diez mil.
Calcule que doscientos ejemplares serán para usted, de regalo, para que
los envíe a quienes juzgue conveniente, doscientos se enviarán a la prensa,
porque queremos hacer una campaña con todas las de la ley… sobre estos ejemplares, como comprenderá,
usted no percibirá ningún derecho, pero si el libro se vende hacemos una reimpresión
y entonces sí, usted se con el doce por ciento.
(…)
Balance: el autor ha pagado con creces los costes de producción de dos mil
ejemplares, Manuzio ha impreso mil y ha encuadernado ochocientos cincuenta, de
los cuales quinientos han sido pagados por segunda vez (por el autor). Una cincuentena de autores al año, y Manuzio
siempre cierra con un amplio margen de beneficios.
Y
sin remordimientos: reparte felicidad.”
Umberto
Eco, El Péndulo de Foucault Editorial
Sudamericana S.A. Debolsillo, Buenos Aires 2004, páginas 320/327.
No hay comentarios:
Publicar un comentario