lunes, 23 de marzo de 2015

    ¿De qué viven los artistas?, ¿y de qué viven los gurúes culturales, editores de publicaciones especializadas  y divulgadores varios …?



     ¿Es necesario agregar que todo el resto del mercado del arte también vive –mayoritariamente- de los artistas?  El muy moderno “mentoring” se paga, los cursos de marketing para artistas se paga, las páginas en cualquier publicación especializada se paga, las “clínicas”, el “personal branding”, los libros de artistas, los catálogos, folletería, postales, la gestión de prensa, la publicidad y cualquier tipo de difusión se-pa-ga.  Los artistas siempre estamos pagando. Somos la razón de ser y el sostén económico prioritario del mercado, los que costeamos a todos los que se mueven por afuera de los grandes museos y de los escasos espacios oficiales (a los que, si no militamos políticamente para el bando del patrón de turno, tampoco accedemos).  O sea.

     ¿Está bien que así sea?  ¿Está mal?  ¿Es indiferente?  No creo que valga la pena perder tiempo en ese análisis.  Es así y punto.  Son las reglas vigentes en este juego y si estamos acá, hoy, pues acatamos el reglamento actual y jugamos.  Pero no veo porque hay que negar la realidad, o silenciarla, hablar de esto en susurros y sólo entre nosotros.  Es así, lo aceptamos pero lo dejamos claro:  todo SE PAGA.  ¿De que vive el mercado del arte en general?  DE LOS ARTISTAS. 


     “Manuzio era una editorial para AAF.
  Un AAF, en la jerga de Manuzio, era, pero, ¿por qué empleo el imperfecto?  Los AFF aún existen, allí todo prosigue como si nada hubiera sucedido. (…)
  Un AAF es un Autor Autofinanciado, y Manuzio es una de esas empresas que en los países anglosajones se denominan  “vanity press”.  Facturación fabulosa, gastos de gestión nulos.  Garamond, la señora Grazia, el contable llamado director administrativo en el cuchitril del fondo, y Luciano, el mutilado que se encargaba de enviar los pedidos, en el gran almacén del subsuelo.
-Jamás he podido comprender cómo Luciano logra empaquetar los libros con un solo brazo –me había dicho Belbo-, creo que se ayuda con los dientes.  Por lo demás, no es que tenga mucho que empaquetar: sus homólogos de las editoriales normales envían libros a los libreros, mientras que él sólo los envía a los autores.  Manuzio no se interesa por los lectores…  Lo importante, dice el señor Garamond, es que no nos traicionen los autores, sin lectores se puede sobrevivir.
  Belbo admiraba al señor Garamond.  Lo veía lleno de un vigor que a él le había sido negado.
  El sistema de Manuzio era muy sencillo.  Pocos anuncios en periódicos locales, en revistas profesionales, en publicaciones literarias de provincias, sobre todo en las que duran pocos números.  Espacios publicitarios de tamaño mediano, con foto del autor y pocas líneas incisivas: “una de las voces más altas de nuestra poesía” o “la nueva experiencia narrativa del autor de Su único hermano”.
-Con eso ya está tendida la red –explicaba Belbo-, y los AAF caen a racimos, suponiendo que en una red se caiga a racimos, pero la metáfora incongruente es típica de los autores de Manuzio: se me ha pegado el vicio, perdone.
-¿Y después qué sucede?
-Tome el caso de De Gubernatis.  Dentro de un mes, cuando ya nuestro jubilado se consume en la ansiedad, el señor Garamond le telefoneará para invitarle a cenar con algunos escritores.  La cita es en un restaurante persa, muy exclusivo, sin letrero en la puerta: se toca un timbre y se dice el nombre en una mirilla.  Interior lujoso, luz difusa, música exótica.  Garamond estrecha la mano del maitre, tutea a los camareros y devuelve las botellas porque el año no le convence, o dice perdona pero este no es el Dolmeh Sib que se come en Teherán.  De Gubernatis es presentado al comisario Fulano, todos los servicios aeroportuarios están bajo su control, pero sobre todo es el inventor, el apóstol del Cosmoranto, el lenguaje para la paz universal, sobre el que se está discutiendo en la Unesco.  Después está el profesor Zutano, un narrador nato, premio Petruzzellis della Gattina 1980, pero también una eminencia de la ciencia médica.  ¿Cuántos años ha dedicado a la enseñanza, profesor?  Eran otras épocas, entones sí que los estudios eran algo serio.  Y aquí tiene a nuestra exquisita poetisa, la dulce Olinda Mezzofanti Sassabeti, la autora de Castos latidos, que sin duda habrá leído. (…)  En síntesis, velada rica de experiencias intelectuales.  De Gubernatis se sentirá como si hubiera bebido un cóctel del LSD.  Escuchará el cotilleo de los comensales, la anécdota picante del gran poeta cuya impotencia está en boca de todos…  (…)
  El señor Garamond tiene la capacidad de hacer salir a De Gubernatis de su provincia, de proyectarlo hasta la cumbre.  Hacia el final de la cena, Garamond le dirá al oído que a la mañana siguiente pase por su despacho. (…)  …Le dirá: anoche no me atreví a decírselo para no humillar a los otros, qué cosa sublime, no le hablaré ya de los informes entusiastas, aún diría más, positivos, pues yo mismo, personalmente, he pasado una noche imantado por estas páginas suyas.  Un libro para ganar un premio literario.  Grande, realmente grande.  Regresará al escritorio, dará una palmada sobre el original, ya ajado, gastado por la mirada amorosa de al menos cuatro lectores, ajar los originales es tarea de la señora Grazia, y se quedará mirando al AAF con aire perplejo. ¿Qué hacemos? ¿Qué hacemos?, preguntará De Gubernatis.  Y Garamond dirá que sobre el valor de la obra no hay absolutamente nada que discutir, aunque es evidente que se trata de un libro adelantado para la época, y en cuanto a los ejemplares no se sobrepasarán los dos mil, o a lo sumo dos mil quinientos.  Para De Gubernatis dos mil ejemplares serían suficientes para atender a todas las personas que conoce, el AAF no piensa en términos planetarios o, mejor dicho, su planeta está formado por  rostros conocidos, compañeros de escuela, directores de banco, colegas que han enseñado con él en el mismo instituto, coroneles retirados. (…)  Ante el peligro de que Garamond dé marcha atrás, ahora que todos, en su casa, en el pueblo, en la oficina, saben que ha presentado el original a un gran editor de Milán, De Gubernatis hará sus números. (…) Ofrece tímidamente participar en los gastos.  Garamond se mostrará perturbado, Manuzio no acostumbra, y luego, bueno, de acuerdo, me ha convencido, en el fondo también Proust y Joyce tuvieron que doblegarse y aceptar la cruda realidad, los costes ascienden a tanto, de momento imprimiremos dos mil ejemplares, pero el contrato se hará por un máximo de diez mil.  Calcule que doscientos ejemplares serán para usted, de regalo, para que los envíe a quienes juzgue conveniente, doscientos se enviarán a la prensa, porque queremos hacer una campaña con todas las de la ley…  sobre estos ejemplares, como comprenderá, usted no percibirá ningún derecho, pero si el libro se vende hacemos una reimpresión y entonces sí, usted se con el doce por ciento.
  (…) Balance: el autor ha pagado con creces los costes de producción de dos mil ejemplares, Manuzio ha impreso mil y ha encuadernado ochocientos cincuenta, de los cuales quinientos han sido pagados por segunda vez (por el autor).  Una cincuentena de autores al año, y Manuzio siempre cierra con un amplio margen de beneficios.
  Y sin remordimientos: reparte felicidad.”


Umberto Eco, El Péndulo de Foucault Editorial Sudamericana S.A. Debolsillo, Buenos Aires 2004, páginas 320/327.





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