“El
capricho o imaginación o utopía de la Biblioteca Total incluye ciertos rasgos,
que no es difícil confundir con virtudes. (…)
Todo estará en sus ciegos volúmenes. Todo: la historia minuciosa del porvenir, Los egipcios de Esquilo, el número preciso de veces que las aguas del Ganges han
reflejado el vuelo de un halcón, el secreto y verdadero nombre de Roma, la
enciclopedia que hubiera edificado Novalis, mis sueños y entresueños en el alba
del catorce de agosto de 1934, la demostración del teorema de Pierre Fermat,
los no escritos capítulos de Edwin Drood, esos mismos capítulos traducidos al
idioma que hablaron los garamantas, las paradojas que ideó Berkeley acerca del
Tiempo y que no publicó, los libros de hierro de Urizen, las prematuras
epifanías de Stephen Dedalus que antes de un ciclo de mil años nada querrían
decir, el evangelio gnóstico de Basílides, el cantar que cantaron las sirenas,
el catálogo fiel de la Biblioteca, la demostración de la falacia del
catálogo. Todo, pero por una línea
razonable o una justa noticia habrá millones de insensatas cacofonías, de
fárragos verbales y de incoherencias.
Todo, pero las generaciones de los hombres pueden pasar sin que los
anaqueles vertiginosos –los anaqueles que obliteran el día y en los que habita
el caos- les hayan otorgado una página tolerable.
Uno de los hábitos de la mente es la
invención de imaginaciones horribles. Ha
inventado el Infierno, ha inventado la predestinación del Infierno, ha
imaginado las ideas platónicas, la quimera, la esfinge, los anormales números
transfinitos (donde la parte no es menos copiosa que el todo), las máscaras,
los espejos, las óperas, la teratológica Trinidad: el Padre, el Hijo y el
Espectro insoluble, articulados en un solo organismo… Yo he procurado rescatar del olvido un horror
subalterno: la vasta Biblioteca contradictoria, cuyos desiertos verticales de
libros corren el incesante albur de cambiarse en otros y que todo lo afirman,
lo niegan y lo confunden como una divinidad que delira.”
Jorge
Luis Borges, Sur Buenos Aires Año IX
Nro. 59, agosto de 1939 – Borges en Sur, Emecé
Editores S.A. Buenos Aires 1999 páginas 24/27.
“Fui nombrado
director de la Biblioteca Nacional después de los años aciagos de la dictadura
de cuyo nombre no quiero acordarme y debo eso a la iniciativa de Esther
Zemborain de Torres y de Victoria Ocampo.
A ellas se les ocurrió que yo podía ocupar el sillón de Groussac y de
Mármol. A mí me pareció que eso era imposible. Les dije: “Quien mucho abarca poco
aprieta, yo preferiría dirigir la Biblioteca de Lomas de Zamora” que es un pueblo que está al sur de Buenos
Aires. Victoria me dijo: “No sea
idiota”. Efectivamente, ocupé el sillón de Groussac. Yo dirigí aquella biblioteca y descubrí que
se cumplía en mí un hecho que voy a recordar ahora. El hecho es éste: Groussac había sido ciego y había dirigido la
biblioteca. A mí me dieron a un tiempo
los 900.000 volúmenes (habrá menos ahora, habrán robado muchos sin duda,
digamos unos 800.000 ahora) de la Biblioteca Nacional y descubrí que estaba
ciego, apenas podía descifrar las carátulas y los lomos de los libros. Entonces escribí un poema, pero una vez que
escribí esos versos sobre Dios, que con magnífica ironía me dio a la vez los
libros y la noche, descubrí que esa dinastía era triple, ya que José Mármol, el
olvidado novelista argentino, que ha fijado para todos los argentinos y quizá
para toda América la imagen no sé si más fiel pero sí la más vívida del tiempo
de Rosas, había sido también ciego. De
modo que parece algo misterioso, parece que es muy peligroso ser Director de la
Biblioteca, porque uno corre el albur de ser ciego, pero como yo soy el
tercero, quizá sea el último. El número
tres tiene una significación.”
Jorge
Luis Borges, Discurso pronunciado en la sede central de la Unesco el 15 de mayo de
1979 en homenaje a Victoria Ocampo - Sur Buenos Aires Nro. 349, enero-junio
de 1980 – Borges en Sur, Emecé
Editores S.A. Buenos Aires 1999 páginas 330/331.
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