El
arte contemporáneo es una enorme maniobra de propaganda.
-No es
cierto – me dice. – Esa afirmación es una generalidad, que, como toda manifestación genérica, está
condenada a la inmediata desacreditación ante los ejemplos concretos.
Claro. ¿Qué otra cosa podría
decir un publicista? (encima uno que es en realidad psicólogo social, así que
además de falso publicista es un traidor a sus orígenes). Y aunque yo hago evidente que no me interesa
su argumento igual me lo da, porque adhiere con fe al principio de que algo de
todo queda. El miente, miente de Goebbels.
-La
publicidad es sólo una herramienta, el mecanismo de abrir una puerta para que
el trabajo de un artista sea conocido por otras personas. El arte es una actividad privada, solitaria,
compleja y de proceso intimista. El
público, en líneas generales, no tiene la bola de cristal. ¿Cómo puede conocer la obra de un artista si
no se la muestran? ¿Si no le cuentan de
donde viene ese autor, quién lo valora y quién ha comprado su trabajo? ¿Si no le dicen quién es y hasta dónde puede llegar?
Veo la
trampa, ¡hasta la puedo oler! Pero caigo
igual. Soy previsible cuando se trata de
provocar mis prejuicios. Le refuto con
demasiado entusiasmo para no resultar un poco patética:
-Todo
estaría muy lindo si la información que se publicitara fuera cierta. El punto es que ustedes no dan data, ¡crean
literatura fantástica! Y lo peor es que
se apoyan en la ignorancia, la ingenuidad y el snobismo de un público que no
sabe ni quiere aprender y que consume la presunta bosta masticada que le dan con
la promesa de “pertenecer” a un mundo
de fantasías berretas que ustedes mismos le inventan. La publicidad se volvió la hermana
políticamente correcta de la estafa.
Se me ríe
en la cara. Si no hubiera qué publicitar no
seríamos necesarios. Nunca estamos antes
del artista ni del mercado. Somos una
parte ínfima del juego. Además, tampoco hay garantías. Vos y yo conocemos a mucha gente que ha
invertido fortunas y no ha podido disimular su mediocridad ni por cinco
minutos.
Tiene
razón también. En las ferias o colectivas
donde cualquiera que pague consigue espacio se siguen encontrando nombres de
impresentables que mejor sería que invirtieran su esfuerzo, su dinero y su
caradurez en una huerta casera. La
calidad decanta, sí, aun a pesar de la publicidad tendenciosa. ¿Y cuanta responsabilidad tiene ese público
que consume lo que le dicen y no lo que le gusta o lo que entiende? Es tan difícil no dejarse tentar por la
posibilidad de construir enemigos a los que atribuirles todos nuestros males,
evadiéndonos de la propia responsabilidad…
La publicidad no es la única culpable del descalabre de las cosas y de
que el mercado del arte tenga más de circo que de templo estético.
Siempre
acaba haciendo que yo reconozca que ni él es tal diabólico ni yo tengo tanta
razón en mi fundamentalismo. El dichoso
punto medio. La publicidad honesta que
convoca y acerca, la que sólo presenta lo que en realidad es y hay. Y que el siglo venidero sea testigo de mi
gloria y mi razón…
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