Cultura versus naturaleza.
Fue mala idea intentar bajar
hasta el subsuelo del Starbucks de Uruguay y Lavalle. Ello teniendo en cuenta lo
levemente empinada de la escalerita, mi rodilla maltrecha de limitada
movilidad, con un mismo brazo sosteniendo mi carpeta de trabajo y mi balde de macchiato caramel (con leche
descremada), las servilletitas de papel y los sobrecitos de edulcorante,
mientras que con la otra mano me agarraba del pasamano so riesgo –altamente probable-
de irme de cabeza para abajo. No le
habían puesto la bandita de cartón al vaso para sostenerlo (ni yo las encontré
a la vista para proveerme de una por mi cuenta), y a mitad del dificultoso
descenso ya me estaba quemando los dedos.
Temiendo que el instinto me hiciera aflojar el agarre resistí a fuerza
de dignidad, demostrando que la cultura vence de vez en cuando a la
naturaleza. Mi temor al ridículo de
desparramarme el café encima superó al dolor de la quemadura que me enrojece ahora
el dedo pulgar. Estaré dolorida pero
seca, compuesta e impertérrita. Genio y figura hasta la sepultura decía
uno de mis abuelos que acusaba un resabio catalán en su ADN.
Cultura versus naturaleza. Las ciencias duras versus las humanidades. Ese antagonismo, que alguna vez creí un
cliché, es en la vida real una cuestión de todos los días. Por deformación artística (y obstinada fe en la trascendencia del arte)
adhiero a la preferencia por una humanidad que evoluciona constantemente y a la cultura –múltiple
y mutable- que va legándose de generación en generación como elocuente alegato
de ello.
Pero entonces aparece la
noticia de que los ISIS están arrasando la mítica ciudad de Nimrod y de vuelta se constata como los instintos más
primitivos y atávicos se sobreponen sobre el alma y la espiritualidad. La naturaleza venció a la cultura. Dan ganas de llorar… Tanta pasión y vida de manos anónimas que
habían alcanzado la inmortalidad histórica exterminada por las topadoras de una ideología circunstancial y seguramente
efímera. ¿Es tan débil el dios que los
guía que no puede aceptar la competencia de unas piedras exquisitamente
talladas por un pueblo ya perdido en los tiempos? ¿Un dios tan débil merece tanta sangre para
simular su poder? Supongo que por atea, mestiza y occidental estoy vedada de
comprender. ¿Vivirá esta gente mejor
sin Nimrod? ¿Tendrán más salud, educación y
paz en virtud de esa ausencia? Espero que sí, porque si no todo sería
incomprensible y ese dios a más de débil se develaría como absolutamente
desquiciado.
Naturaleza versus cultura. Recuerdo que hace años, al
visitar por primera vez el British Museum, al entrar a la sala donde se
exhiben los fragmentos del Friso del Partenon exclamé en voz alta, entre el asombro y la indignación: “¡Se lo han robado todo!”. Entonces, muy joven yo (y ya se sabe: a los veinte se es de izquierda, después de los cuarenta uno
tuerce a la derecha y se vuelve conservador) sentí un incontenible disgusto
por la estirpe pirata y saqueadora que se respiraba en todo el Museo -el Museo que más
me ha fascinado de todos lo que he visitado-.
“Pero no cobran entrada”- me hicieron notar. ¡Claro!,
¿cómo podrían cobrar entrada?
Pero siendo honesta, me remordía
la conciencia por mi crítica exaltada y pública y el extremo e íntimo disfrute
que experimentaba en el paseo demorado de sala en sala, en auténtico éxtasis.
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