Ayer por
la tarde fue mi cuelga en el Pasaje
Dardo Rocha. Como los Organizadores
aplicaron dos días (ayer y hoy) al montaje, no fueron tantos los testigos de mi
lucha con tanzas, anzuelos, perfiles de aluminio y líneas de altura y visual
(torcidas) que me tuvo al borde del llanto en más de una oportunidad.
Mi
nefasta obsesión por la simetría y el equilibrio me jugó en contra. Las obras de igual tamaño y enmarcado
requieren colgar a idéntica altura. Y la
tanza es traicionera, se estira, los nudos se resbalan, hay que derrochar múltiples
intentos fallidos antes de arribar a una mínima
aproximación que nada tiene de satisfactoria. Para colmo, apenas bajar de la camioneta, una
de mis mesitas intervenidas estalló su
vidrio y, aunque estábamos en el centro de La
Plata, era feriado y por ende imposible de encontrar vidriero con el que
subsanar el accidente.
Pero lo
justo es justo: la poca gente, la amplitud luminosa del Pasaje, y la muy buena y cordial predisposición de los
Organizadores contrarrestaron en gran parte mi histeria y el mal humor con el
que arranqué el montaje.
Me llevó
algo más de cuatro horas, pero al final quedó todo bastante a mi gusto. Sobrio, liviano, con aire para la contemplación. Como una pausa. Puede que comparado con otros stands (con
muchísima obra colgada también en vertical) el mío (el 18) luzca como
despojado, excesivamente tranquilo. Pero
me niego a apartarme de mi prioridad: el protagonismo absoluto de cada una de las
obras expuestas. Ellas deben lucir con
el margen adecuado para que se las aprecie en su individualidad. Tienen demasiados detalles, son complejas,
piden la observación pausada. El
descubrimiento. Si logré que mi stand
invite al eventual visitante a salirse un poco del trajín y el alboroto normal
de una Feria de Arte, quizá lleve al respiro y a la atención debida sobre mis
chicas.
Si bien
es la segunda vez que El Portal sale de casa, esta es la
primera vez que yo, personalmente, tengo que colgarla. Y fue una auténtica pesadilla.
Resté una
pieza al políptico, la única impar, porque colgarla sin perder la unidad con el
resto me fue imposible. Y permití que el
perfil de aluminio marcara su límite y condicionara al despliegue en paralelo
sobre su eje rector. Ya a esas alturas
mi espalda y mi maltrecha rodilla me habían declarado un boicot. Ya no quería que quedara a mi gusto sino acabar de una vez para huir lejos de ahí.
Tengo que
recordar asentar en mi bitácora que todo muy lindo con eso de hacer una obra en
pedacitos, que es muy interesante la posibilidad de colgarla en distintas
versiones, desestructurando la imagen multiplicando su lectura, y bla-bla-bla. Pero cuando hay que ir a los hechos y montar
ese popurrí sin la ayudad de clavos en la pared, es aconsejable para la salud
optar por lo tradicional e ir con una sola tela en bastidor, grande, ¡gigante
si hace falta!, pero solo una y que se cuelga con una única línea de tanza (o un
bendito clavo). De una vez. Una sola
para enderezar. No diez
pedacitos que no entienden de alinearse y que se empeñan en el ladeo. Estos son los momentos en los que me convenzo
de que pagar a un galerista o a un dealer
para que lidie con la cuelga es un sabio acto de inteligencia práctica.
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