miércoles, 25 de marzo de 2015




























     Ayer por la tarde fue mi cuelga en el Pasaje Dardo Rocha.   Como los Organizadores aplicaron dos días (ayer y hoy) al montaje, no fueron tantos los testigos de mi lucha con tanzas, anzuelos, perfiles de aluminio y líneas de altura y visual (torcidas) que me tuvo al borde del llanto en más de una oportunidad.

     Mi nefasta obsesión por la simetría y el equilibrio me jugó en contra.  Las obras de igual tamaño y enmarcado requieren colgar a idéntica altura.  Y la tanza es traicionera, se estira, los nudos se resbalan, hay que derrochar múltiples intentos fallidos antes de arribar a una mínima  aproximación que nada tiene de satisfactoria.  Para colmo, apenas bajar de la camioneta, una de mis mesitas intervenidas  estalló su vidrio y, aunque estábamos en el centro de La Plata, era feriado y por ende imposible de encontrar vidriero con el que subsanar el accidente.


     Pero lo justo es justo: la poca gente, la amplitud luminosa del Pasaje, y la muy buena y cordial predisposición de los Organizadores contrarrestaron en gran parte mi histeria y el mal humor con el que arranqué el montaje.

     Me llevó algo más de cuatro horas, pero al final quedó todo bastante a mi gusto.  Sobrio, liviano, con aire para la contemplación.  Como una pausa.  Puede que comparado con otros stands (con muchísima obra colgada también en vertical) el mío (el 18) luzca como despojado, excesivamente tranquilo.  Pero me niego a apartarme de mi prioridad: el protagonismo absoluto de cada una de las obras expuestas.  Ellas deben lucir con el margen adecuado para que se las aprecie en su individualidad.  Tienen demasiados detalles, son complejas, piden la observación pausada.  El descubrimiento.  Si logré que mi stand invite al eventual visitante a salirse un poco del trajín y el alboroto normal de una Feria de Arte, quizá lleve al respiro y a la atención debida sobre mis chicas.






     Si bien es la segunda vez que El Portal sale de casa, esta es la primera vez que yo, personalmente, tengo que colgarla.  Y fue una auténtica pesadilla.

     Resté una pieza al políptico, la única impar, porque colgarla sin perder la unidad con el resto me fue imposible.  Y permití que el perfil de aluminio marcara su límite y condicionara al despliegue en paralelo sobre su eje rector.  Ya a esas alturas mi espalda y mi maltrecha rodilla me habían declarado un boicot.  Ya no quería que quedara a mi gusto sino acabar de una vez para huir lejos de ahí.



     Tengo que recordar asentar en mi bitácora que todo muy lindo con eso de hacer una obra en pedacitos, que es muy interesante la posibilidad de colgarla en distintas versiones, desestructurando la imagen multiplicando su lectura, y bla-bla-bla.  Pero cuando hay que ir a los hechos y montar ese popurrí sin la ayudad de clavos en la pared, es aconsejable para la salud optar por lo tradicional e ir con una sola tela en bastidor, grande, ¡gigante si hace falta!, pero solo una y que se cuelga con una única línea de tanza (o un bendito clavo).  De una vez.  Una sola para enderezar.  No diez pedacitos que no entienden de alinearse y que se empeñan en el ladeo.  Estos son los momentos en los que me convenzo de que pagar a un galerista o a un dealer para que lidie con la cuelga es un sabio acto de inteligencia práctica.



















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