domingo, 22 de marzo de 2015

    ¿De qué viven los artistas?, ¿y de qué viven los críticos de arte…?



     Advertencia y descargo de responsabilidad: Lo que sigue es algo que no debería salir de la privacidad recóndita de mis pensamientos.  No debería bajo ningún concepto escribirlo en un sitio que la web volverá público e irretractable.  Meterse con un crítico es una de las más eficaces formas de suicidio profesional.  Aclaro que lo sé, que lo que sigue es consciente y voluntario, y que –pese a todos los buenos consejos que me están gritando en este momento- me importan poco las represalias.  Tengo un par de críticos de arte que son amigos, pero los quiero por ser ellos y no por críticos (lo que en su caso es un defecto que debo soportar en mi afecto leal a sus cálidas personas).  Ave, Caesar, morituri te salutant.



  
     De arranque cabe la pregunta: ¿qué es exactamente un crítico de arte?  ¿Dónde se estudia, quién da la matrícula habilitante para tal actividad? ¿Quién los controla?  ¿Hay un código de ética que los rija?  Históricamente, un crítico era un conocedor, alguien con larga experiencia y sólido prestigio, alguien que se había ganado su lugar a fuerza de trabajo, criterio y resultados concretos.  Así y todo, los críticos si de algo han carecido siempre es de infalibilidad.

     Con el correr del tiempo, y más aquí en Buenos Aires, los críticos se volvieron una especie de periodistas todo-terreno, uno antipáticos sabelotodos que critican desde arte hasta el modo de vestirse de las celebrities del momento, que dan puntaje a restaurantes, promocionan determinados filmes cinematográficos y aspiran a ser los gerenciadores del buen gusto y el deber ser.  Algunos ostentan estudios terciarios en historia del arte, otros ostentan caradurez,  y los más la mera pertenencia familiar a algún apellido que alguna vez se vinculó a las grandes fortunas locales y eso es –a criterio de ellos- patente de seudo-aristocracia que  provee  exquisitez en el gusto. 


     ¿Qué es un crítico?  Alguien que en algún momento comprendió que no tenía ningún talento para ninguna cosa concreta y optó astutamente en erigirse en Faro de Alejandría e ir por ahí juzgando los méritos ajenos.  En particular, los de aquellos que sí tienen algún talento o alguna convicción y se juegan la vida en su desarrollo.

     ¿Qué es un crítico? Alguien convencido de que lo que él dice, sólo por decirlo él, tiene valor incuestionable y entidad de dogma que debe acatarse dócilmente por las masas.  ¿Qué es un crítico? Alguien con la arrogancia y la necedad necesaria para mandarse a imprimir tarjetas con su nombre y su proclamación de oficio inexistente.

     Para poder existir y obtener ingresos con los que vivir, el crítico necesita vender sus opiniones a alguien. El crítico es un charlatán que necesita que escuchen su perorata pagando por el sonido.  Alguien tiene que poner dinero por lo que él dice saber.  Por su oráculo.  Y en Buenos Aires, aun siendo una de las grandes capitales del mundo, no hay muchos lugares donde los críticos puedan conchabarse para que les remuneren tal labor.  Media docena de diarios en papel que aún conservan secciones de cultura, revistas on-line especializadas de efímera durabilidad, alguna revista en papel que de vez en cuando tire una escasa columna en memoria del remanente intelectual de la comunidad.  Poco, poquitísimo, mercado.


     ¿De qué viven los críticos?  Claro, ¡de los artistas!  Los artistas que los contratan para que elaboren la crítica de una muestra, texto que luego quizá se publicará (y en ese caso, pagando el artista el espacio en el medio gráfico o virtual).  Los artistas que los contratan para que pronuncien algunas engoladas palabras en la inauguración del evento o que escriban una introducción a un catálogo retrospectivo o a un libro de artista.  Los artistas que los contratan para la actualmente de moda “clínica de obra”, donde se les pide que opinen y evalúen la obra y  aconsejen proyección o estrategia futura (¡cómo si el crítico tuviera el más mínimo conocimiento para dar tales consejos!).

     Los críticos de arte (y de misceláneas, cómo los que pululan por aquí), son personas por lo general arrogantes y agresivas, que gustan de las frases tajantes y cínicas, que se sienten dotados del poder de elevar o de destruir a cualquiera que se someta a su juzgamiento.  Pero, precisamente, como viven de los artistas, cuando éstos en puntual pagan sus servicios las críticas son siempre favorables y endiosantes,  y cuando cesan en su manutención deben sucumbir a su sarcasmo destructivo.  Al menos, hasta que vuelva a dotárselos del emolumento respectivo y ¡el artista ha resurgido de sus cenizas!

     Nadie sensato puede creer en la imparcial y entendida opinión vertida por un autodenominado crítico de arte.  En primer lugar, porque salvo poquitísimas excepciones, ninguno está capacitado para criticar nada y menos arte.  Segundo, porque todos sabemos que viven de criticar a sueldo por lo que lo suyo es un dictado de conveniencia y ocasión.


     ¿Por qué los artistas seguimos sosteniendo de nuestros bolsillos la existencia de estos seres?  Realmente no sé.  He conocido a lo largo de los años a muchos de ellos.  Tienen como patrón de conducta ser odiosos y distantes en el trato, convencidos de su propia importancia.  Poco dados a la charla abierta, al intercambio de idea y a la posibilidad de reconocer que no tiene razón en sus dichos.  Viven de intimidar y a más agresivos e insidiosos más alto su cachet. 

     Personalmente creo que no aportan nada a la carrera de un artista.  Que ellos hacen su negocio según más le convenga y que la realidad (o sea, el valor de la obra y la calidad del artista) es algo que no sólo no les importa sino que la ignoran por carecer de la capacidad y el conocimiento necesario para evaluarlo.


     Nunca pagué a un crítico por ningún servicio.  Cuando necesité algún texto para un catálogo o una presentación, se lo pedí a algún amigo o conocido –de cualquier oficio u ocupación- que tuviera ganas de escribir lo que pensaba de mi trabajo.  Claro que en esos casos la opinión iba a ser amable y a favor, pero si le pagaba a un crítico también lo sería.  Es condición del contrato: no se le paga al crítico para que te destruya.  Y la opinión de un lego ha de parecerme siempre mucho más honesta, sabia y valiosa que la de un crítico de arte.  De mí, al menos, los críticos no van a vivir (lo que les va a importar a ellos… ¡hay tantos artistas!).



2 comentarios:

  1. Hola Gabriela,soy Carlos Director Comercial de Book Art de P.del Este hace unos días te envié invitación para que publiques en nuestro anuario,de paso te digo que me encanta lo que hacésy sería buenísimo contar contigo en la próxima edición de Book Art.
    Esperando tu opinión te mando un saludo afectuoso.Carlos Etcheverry

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  2. Gracias Carlos!!! Contacto contigo a través del sitio de BookArt. ¡Un gran cariño desde Buenos Aires!

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