Elogio
de la incompetencia.
Siempre sospeché que el mundo pertenecía a
los estúpidos, manifiesta mayoría. Pero
la realidad me saca a patadas de mi craso error: el mundo es de los incompetentes.
Están ahí desde antes, ocupan todo el espacio, hacen alarde de su falta
de talentos y de su ausencia del más mínimo afán de progreso.
Si, puedo simpatizar con cierta cuota de romántico
apego a lo que fue, al status quo, a
la cosa tranquila, artesanal, hecha a puro pulmón. Pero esa cuota de romanticismo me dura menos
de cinco minutos cuando la vida real me pasa de largo, zumbando al ritmo
vertiginoso de los tiempos que corren por la fibra óptica. Estará muy bien quedarse en estampa retrospectiva
para la propia intimidad pero cuando se ha celebrado contrato para dar un número
vivo en tiempo presente lo mínimo que puede hacerse es tratar de sacudirse la
modorra y las telarañas y poner ALGO DE
GANAS en trabajar.
Trabajar es tra-ba-jar, moverse,
investigar, aprender sobre el cambio dinámico, buscar, encontrar y volver a
buscar para dar un paso más adelante aun.
Trabajar es ponerse metas QUE
QUEDEN ADELANTE (¿no es demasiado
obvio?) y bancarse la transpiración, el cansancio y la frustración del
fallo. E ir para adelante a como dé lugar. La victoria por la fuerza de la obstinación.
Pero, ¿de quién es la culpa? De los artistas. Bueno, no, no voy a generalizar. ¿De quién es la culpa? ¡MIA!,
que como artista que PAGA por todo
lo que hace NO EXIJO el
detalle de los servicios que incluye la oferta de mi co-contratante.
Doy por hecho que cuando uno paga por la
difusión de su obra el servicio que va a recibir es exactamente ese: la difusión. Pero no, se ve que hay en esto un mal
entendido. Dos diccionarios incompatibles. Que está bien que en el 2015
(¡2015!) hagamos la gestión de promover la obra de un artista como se hacía en
el 1900: colgamos el cuadrito y esperamos a ver qué pasa. Nada de fotos para subir a las redes, nada de
flyers y convocatorias provocativas que circulen por twitter, nada de catálogos
on line, nada de gacetillas dinámicas para filtrar por los portales
digitales. Nada. Nada de nada.
Es lo que hay, pero evidentemente, no es por lo que uno paga. O, al
menos, lo que uno pensó de buena fe que estaba pagando. Pero insisto, ¿de quién es la culpa? De uno (¡mia!)
que no pide detalle de lo que nos están vendiendo antes de poner billete sobre
billete y sin discutir el precio.
Los artistas (no, yo) terminamos teniendo lo que nos merecemos: NADA. Porque si no exigimos un
mínimo de gestión, si no aclaramos que en este negocios llevamos añares y que
ya no creemos ni en hadas ni en ángeles de la guarda; si no obligamos a darnos
el servicio que queremos y como lo queremos antes de pagar, bien que uno se
merece este cúmulo de incompetencias y la más absoluta falta de criterio y de
conocimiento en cómo se mueve hoy el mercado del arte. Seguimos alimentando vagos e inútiles. Sigo siendo la que le da de comer al chancho.
Antes de que termine la semana voy a matar
a alguien, palabra de oráculo.
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