lunes, 20 de abril de 2015


     Los críticos de arte y su “quintita”.

 

     En la última página de la revista de La Nación de ayer, en la sección Bandeja de Salida, leo:

El arte contemporáneo señala que el objeto de interés no es la obra, sino el artista.  Para darle contexto a ese aserto reviso The Interview Project, la titánica iniciativa del suizo Hans-Ulrich Obrist, crítico y curador de la Serpentine Gallery.  La idea surge de la tertulia de Pierre Cabanne y Marcel Duchamp, y resulta titánica porque Obriost lleva más de 2000 horas de pláticas con artistas.  Atentos, Ediciones Universidad Diego Portales publicó una selección de esas chácharas traducidas por Alan Pauls.” 

Esteban Feune de Colombi,  Remate – Cinco últimas ideas antes del final, La Nación Revista, Domingo 19 de abril de 2015, página 74.

      Fantástico.  Si uno no está prevenido, lee este suelto y se impresiona.  Que algo sea “titánico” impacta hasta a aquellos que no tiene idea del significado de titánico y a lo sumo lo relacionan con unos viejos  y ridículos luchadores de catch.  Pero si uno sí está prevenido y tiene alguna que otra idea en la cabeza más una pizca de información enseguida registra que este señor Hans Ulrich Obrist es aquel tipo que al principio de sus veinte años (y mientras estudiaba derecho, porque serás los que debas ser o si no serás abogado) armó una exposición en la cocina de su departamentito de estudiante.

     Y desde ahí arrancamos con la propensión al circo.  Basta tener tiempo, algo de dinero (o padres que lo mantengan a uno) y amigos estrafalarios que gusten de las ropas llamativas, los peinados raros y el divague fácil con la asistencia inestimable de los psicotrópicos de moda.

     Somos de la misma generación y hay que reconocer las coincidencias aunque él sea de la primermundista Suiza y yo de este puerto del fin del mundo: los dos adoramos amontonarnos en una mesa intercambiable de cualquier idéntico Starbucks a despotricar en grupo sobre el destino del arte.  Él con eso hará dinero; yo estúpidamente intento evolucionar en un quehacer incompatible con las finanzas saneadas.
 
 
     Seré conservadora y cerrada, pero a los 20 años nadie –nadie- está capacitado para ser un “crítico” de arte formado y fundado.  Ni contar con la capacidad experimentada de curar una manifestación artístico-cultural.  El saber es una actividad lenta que requiere mucha inversión intelectual y una pausada asimilación de concepto para arribar a conclusiones propias. El saber no es iluminación alucinada.

     Pero probablemente yo equivoco la definición de “crítico”: no se trata de personas dedicadas a la vivencia y al  análisis estético sino personas que buscan modos originales y llamativos de hacer dinero a costa de artistas o sucedáneos.  El amigo Hans-Ulrich Obrist vió la veta por el lado editorial.  Hace sus entrevistas y las documenta.  Vende libros, publica en revistas de arte, seguramente cobra a quienes maneja la prensa y difusión de sus entrevistados ya que les asegura el éxito por pertenecer a su Interview Proyect.  Obrist entendió que ser “crítico de arte” es ser una persona que  influye, que hace que su opinión se cotice, un hacedor de humo que vende bien.

     Y el circo vende, claro.  ¿A quién no atrae un colorido payaso? ¿Quién se atreve a cuestionar el disparate sin parecer fuera de onda, dejado de lado por la movida contemporánea, abandonado por el último tren de la extrema vanguardia?  Nadie discute y entonces al tipo lo llevan a curar lo que sea, le pagan honorarios con erario público de instituciones que se suponen están por adelante mismo de la modernidad, y se alimenta el monstruo del absurdo más absoluto, se sigue dando puntada sobre puntada a la desnudez del emperador.

   El artista es más importante que la obra.  Claro, porque es más fácil cobrarle al artista para inflarle la imagen: estilistas, RRPP, asesor de vestuario, el agente de prensa y hasta el ghost writer que le elabora el debido speech matador y catapultador directo a la gloria.  El artista no invierte su alma en la construcción de su obra sino que invierte su presupuesto en la construcción de su imagen personal.  No hay que ser artista (lo que se es sólo por la obra) sino parecer artista (lo que depende sólo de una buena estrategia de marketing).

 
     ¿Para qué me hago mala sangre?  Es así y punto.  El arte contemporáneo es esto: la estupidez, la pose y la nada.  En breve viene a Baires la Abramovic a la Universidad de San Martin.  Erario público que pagará sus honorarios y sus costos de traslado.  ¿Qué hará ella?  Nada.  Se sentará en una silla.  Mirará a la gente.  Les dirá a su público ferviente y admirado que se acuesten en el suelo.  Se filma todo.  Después se cobra por las copias, por los libros, por las reseñas.  La obra es ella –o no hay obra-; una gurú de la “meditación” en el arte o el arte como variable meditativa del apoderamiento espiritual o algo así.  Dicen que fue Paul Delaroche –un pinto mediocre y poco recordado- quien anunció que “desde hoy la pintura ha muerto” al enfrentarse por primera vez a una exhibición de fotografía.   Ante la evidencia de lo que los críticos de arte dicen que es el arte contemporáneo creo que no iba tan equivocado… 

     Pego un fragmento de un reportaje de El País a Marina Abramovic:

 "¡Jamón ibérico!", dice en español Marina Abramovic, icono del arte contemporáneo y pionera de la performance, ese género en el que el artista actúa y trabaja con su propio cuerpo para convertirlo en parte de la obra. Nacida en Belgrado, en 1946, Abramovic —quinto personaje más influyente en el arte contemporáneo según la lista de ArtReview de 2014— entorna los párpados para recordar su paso por Madrid hace tres años, cuando actuó en el Teatro Real en la ópera que contaba su vida e imaginaba su muerte: "Estuve un mes y solo comía jamón. Cada noche, después de la representación, ¡jamón!". (…)  En el pasado, Abramovic llevó en muchas actuaciones su cuerpo al límite. Su primera performance, hace más de 40 años, consistió en puntear con un cuchillo entre los dedos abiertos. Hubo sangre y lo grababa. 

P. Sus creaciones han cambiado mucho desde entonces.

R. La gente piensa con nostalgia que antes las performances eran más radicales. Te cortabas, te desnudabas, pero ahora son un proceso más mental. Entonces, tu público podían ser 10 personas, así que en verdad casi nadie las vio. Los museos aceptan hoy las performances como el vídeo o la fotografía, pero ha llevado mucho más tiempo ganarse el respeto. Ha habido un cambio radical: cuando empecé me querían encerrar en un manicomio porque creían que estaba loca, y hoy me alaban.

P. ¿Pero era necesario llegar a infligirse dolor?

R. Lo de la violencia, masturbarse, cagar… ya lo hicimos. Ahora se trata de descubrir qué hay en nuestra mente. Solo entendemos el 33% de nuestro cerebro, así que no sabemos una mierda.

P. Para llegar a esto, usted propone la introspección del método Abramovic: ejercicios para relajarse y conocerse mejor.

(…)

http://cultura.elpais.com/cultura/2015/04/12/actualidad/1428813216_062768.html

 
 

     Honestamente, me quiero matar.  Empezar la semana así...
 
 

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