Los
críticos de arte y su “quintita”.
En la última página de la revista de La Nación de ayer, en la
sección Bandeja de Salida, leo:
“El arte
contemporáneo señala que el objeto de interés no es la obra, sino el
artista. Para darle contexto a ese
aserto reviso The Interview Project, la titánica iniciativa del suizo Hans-Ulrich
Obrist, crítico y curador de la Serpentine Gallery. La idea surge de la tertulia de Pierre
Cabanne y Marcel Duchamp, y resulta titánica porque Obriost lleva más de 2000
horas de pláticas con artistas. Atentos,
Ediciones Universidad Diego Portales publicó una selección de esas chácharas
traducidas por Alan Pauls.”
Esteban Feune de Colombi, Remate – Cinco últimas ideas antes del final, La Nación Revista, Domingo 19 de abril de 2015, página 74.
Y desde ahí arrancamos con la propensión
al circo. Basta tener tiempo, algo de
dinero (o padres que lo mantengan a uno) y amigos estrafalarios que gusten de
las ropas llamativas, los peinados raros y el divague fácil con la asistencia
inestimable de los psicotrópicos de moda.
Somos de la misma generación y hay que
reconocer las coincidencias aunque él sea de la primermundista Suiza y yo de este puerto del fin del mundo:
los dos adoramos amontonarnos en una mesa intercambiable de cualquier idéntico Starbucks
a despotricar en grupo sobre el destino del arte. Él con eso hará dinero; yo estúpidamente intento
evolucionar en un quehacer incompatible con las finanzas saneadas.
Seré conservadora y cerrada, pero a los 20
años nadie –nadie- está capacitado
para ser un “crítico” de arte formado
y fundado. Ni contar con la capacidad
experimentada de curar una
manifestación artístico-cultural. El saber
es una actividad lenta que requiere mucha inversión intelectual y una pausada
asimilación de concepto para arribar a conclusiones propias. El saber
no es iluminación alucinada.
Pero probablemente yo equivoco la
definición de “crítico”: no se trata
de personas dedicadas a la vivencia y al análisis estético sino personas que buscan
modos originales y llamativos de hacer dinero a costa de artistas o
sucedáneos. El amigo Hans-Ulrich Obrist vió la veta por el
lado editorial. Hace sus entrevistas y
las documenta. Vende libros, publica en
revistas de arte, seguramente cobra a quienes maneja la prensa y difusión de
sus entrevistados ya que les asegura el éxito por pertenecer a su Interview
Proyect. Obrist entendió que ser “crítico
de arte” es ser una persona que influye, que hace que su opinión se
cotice, un hacedor de humo que vende bien.
Y el circo vende, claro. ¿A quién no atrae un colorido payaso? ¿Quién se atreve a
cuestionar el disparate sin parecer fuera de onda, dejado de lado por la movida
contemporánea, abandonado por el último tren de la extrema vanguardia? Nadie discute y entonces al tipo lo llevan a
curar lo que sea, le pagan honorarios con erario público de instituciones que
se suponen están por adelante mismo de la modernidad, y se alimenta el monstruo
del absurdo más absoluto, se sigue dando puntada sobre puntada a la desnudez
del emperador.
El
artista es más importante que la obra.
Claro, porque es más fácil cobrarle al artista para inflarle la imagen:
estilistas, RRPP, asesor de vestuario, el agente de prensa y hasta el ghost
writer que le elabora el debido speech matador y catapultador directo a la
gloria. El artista no invierte su alma
en la construcción de su obra sino que invierte su presupuesto en la
construcción de su imagen personal. No
hay que ser artista (lo que se es sólo
por la obra) sino parecer artista (lo
que depende sólo de una buena estrategia de marketing).
¿Para qué me hago mala sangre? Es así y punto. El
arte contemporáneo es esto: la estupidez, la pose y la nada. En breve viene a Baires la Abramovic a la
Universidad de San Martin. Erario público que pagará sus honorarios y
sus costos de traslado. ¿Qué hará
ella? Nada. Se sentará en una
silla. Mirará a la gente. Les dirá a su público ferviente y admirado
que se acuesten en el suelo. Se filma
todo. Después se cobra por las copias,
por los libros, por las reseñas. La obra
es ella –o no hay obra-; una gurú de la “meditación”
en el arte o el arte como variable meditativa del apoderamiento espiritual o
algo así. Dicen que fue Paul Delaroche –un pinto mediocre y
poco recordado- quien anunció que “desde hoy la pintura ha muerto” al
enfrentarse por primera vez a una exhibición de fotografía. Ante
la evidencia de lo que los críticos de
arte dicen que es el arte contemporáneo creo que no iba tan equivocado…
Pego un fragmento
de un reportaje de El País a Marina Abramovic:
P. Sus creaciones han cambiado mucho
desde entonces.
R. La gente piensa con nostalgia que
antes las performances eran más radicales. Te cortabas, te desnudabas, pero
ahora son un proceso más mental. Entonces, tu público podían ser 10 personas,
así que en verdad casi nadie las vio. Los museos aceptan hoy las performances
como el vídeo o la fotografía, pero ha llevado mucho más tiempo ganarse el
respeto. Ha habido un cambio radical: cuando empecé me querían encerrar en un
manicomio porque creían que estaba loca, y hoy me alaban.
P. ¿Pero era necesario llegar a
infligirse dolor?
R. Lo de la violencia, masturbarse,
cagar… ya lo hicimos. Ahora se trata de descubrir qué hay en nuestra mente.
Solo entendemos el 33% de nuestro cerebro, así que no sabemos una mierda.
P. Para llegar a esto, usted propone
la introspección del método Abramovic: ejercicios para relajarse y conocerse
mejor.
(…)
http://cultura.elpais.com/cultura/2015/04/12/actualidad/1428813216_062768.html
Honestamente,
me quiero matar. Empezar la semana así...
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