miércoles, 29 de abril de 2015

      Mientras preparo la presentación para la convocatoria de  CÍRCULO A, paso revista a la verdadera razón de Plagiaria, que se inició por puro capricho estético y con el único objetivo  de complacerme a mí misma.

     Iba a mudarme a una casa, tenía  el tiempo y las ganas de decorarla a mi gusto, había comprado montones de viejas revistas de diseño y decoración europeas (mayoritariamente españolas, algunas italianas –muy modernosas- y pocas francesas –muy recargadas-) y visualizaba mi dormitorio en tonos pálidos con un dejo dorado, lámparas con caireles de cristal y dos importantes retratos sobre el cabecero de la cama.  Sobrio y clásico.  Poco pero cada pieza con potente personalidad.

     Así fue que plagié (li-te-ral-men-te, con la foto de la reproducción en la mano) el rostro del retrato que hace Rubens de su joven esposa Helene Fourment y el de una Eva de Durero.  Mis Esposa y Eva.  Y algunos mapas en tinta por aquí y allá, ya que se trataba de resumir mis preferencias. 




     Esposa me encanta por dónde la mire; el chamuscado de la quemadura del papel que quedó justito debajo del cuello de Eva me resulta un prodigio del destino.  Mi marquero (en realidad, una familia de marqueros) siempre supera con su oficio las pretensiones que le planteo.  Mis chicas me gustan pero sus marcos son una gloria.  Llevan ambas más de ocho años en la pared sobre mi cama, reflejándose en el espejo del tocador, de modo que las veo tanto cuando entro como cuando estoy acostada.  Aún no ha acontecido que no me provoque concreto placer chocar la mirada con sus ojos.




    Son dos obras mías (las otras no lo son tanto), que nunca fueron expuestas  (no arriesgaría esa preciosura de marcos al más mínimo roce) y jamás pretendieron ser un alegato teórico ni constituir una serie o un estilo.  Mías para mí y punto.

     Pero como suele pasar, tanto fue el disfrute en su hacer que apenas acabadas sentí adicción por la fórmula y tendí irremediablemente a repetir el juego.

     Y surgió Las Gracias Americanas, por la necesidad de seguir con Rubens y con la excusa intelectualoide de pasar a unos desnudos que eran la antítesis de los que hiciera ante entonces (escuálidas damas de piernas largas y tacos imposibles). La verdad: plagio descarado, con el plus de una cartografía acomodaticia y los restos de un paisaje ajeno que propone la ensoñación. 




     Decía Picasso que los buenos artistas copian pero que los grandes artistas roban.  Yo creo ser parte de una tercera postura: los que se apropian de los que les da placer.  Los artistas  hedonistas disfrutan.






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