Mientras preparo la presentación para la
convocatoria de CÍRCULO A, paso revista a la verdadera razón de Plagiaria,
que se inició por puro capricho estético y con el único objetivo de complacerme a mí misma.
Iba a
mudarme a una casa, tenía el tiempo y
las ganas de decorarla a mi gusto, había comprado montones de viejas revistas de
diseño y decoración europeas (mayoritariamente
españolas, algunas italianas –muy modernosas- y pocas francesas –muy recargadas-)
y visualizaba mi dormitorio en tonos pálidos con un dejo dorado, lámparas
con caireles de cristal y dos importantes retratos sobre el cabecero de la
cama. Sobrio y clásico. Poco pero cada pieza con potente
personalidad.
Así fue
que plagié (li-te-ral-men-te, con la
foto de la reproducción en la mano) el rostro del retrato que hace Rubens de su joven esposa Helene Fourment y el de una
Eva de Durero. Mis Esposa y Eva. Y algunos mapas en tinta por aquí y allá, ya
que se trataba de resumir mis preferencias.
Esposa
me encanta por dónde la mire; el chamuscado de la quemadura del papel que quedó
justito debajo del cuello de Eva me resulta un prodigio del
destino. Mi marquero (en realidad, una
familia de marqueros) siempre supera con su oficio las pretensiones que le
planteo. Mis chicas me gustan pero sus
marcos son una gloria. Llevan ambas más
de ocho años en la pared sobre mi cama, reflejándose en el espejo del tocador,
de modo que las veo tanto cuando entro como cuando estoy acostada. Aún no ha acontecido que no me provoque concreto
placer chocar la mirada con sus ojos.
Son dos
obras mías (las otras no lo son tanto),
que nunca fueron expuestas (no arriesgaría esa preciosura de marcos al
más mínimo roce) y jamás pretendieron ser un alegato teórico ni constituir
una serie o un estilo. Mías para mí y
punto.
Pero como
suele pasar, tanto fue el disfrute en su hacer que apenas acabadas sentí
adicción por la fórmula y tendí irremediablemente a repetir el juego.
Y surgió Las
Gracias Americanas, por la necesidad de seguir con Rubens y con la excusa intelectualoide de pasar a unos desnudos que
eran la antítesis de los que hiciera ante entonces (escuálidas damas de piernas largas y tacos imposibles). La verdad:
plagio descarado, con el plus de una cartografía acomodaticia y los restos de
un paisaje ajeno que propone la ensoñación.
Decía Picasso que los buenos artistas copian
pero que los grandes artistas roban. Yo creo
ser parte de una tercera postura: los que se apropian de los que les da
placer. Los artistas hedonistas
disfrutan.
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