La
divulgación de la obra.
Difundir su trabajo es –resulta evidente-
el interés del artista inmediato posterior a la realización de su obra. Por eso, aun en sus inicios, el artista
dedica gran parte de su tiempo y energía a buscar cómo mostrar lo que hace, ya
participando en salones, ya postulándose a concursos a los que difícilmente accede. Entiende que la única forma real y cierta de “difundir
la obra” es mostrándola. Que la vean. ¿Quién? El que sea.
Hace años, ese difundir estaba limitado a
la cuelga material en cualquier espacio que se pudiera conseguir: paredes de
bares y restaurantes, clubs de barrio, lobby de hoteles, recepción de clínicas,
hall de cines, andenes de subte… Yo he
colgado en todos esos lugares en su tiempo, y si bien no lo volvería a hacer
hoy –la obra se deteriora y corre riesgos concretos de destrucción total- en su
momento esas cuelgas fueron para mí soberanos logros en mi incipiente acción de divulgue.
Bares de Buenos Aires
Plazas
Hall Cine Cosmos
Lobby Hotel El Conquistador
Anden Subte Línea A Estación Congreso
Hoy se vuelve más sencillo subir imágenes
de las obras a la web y promoverlas por las redes sociales y los sitios
dedicados al arte, muchos de ellos totalmente gratuitos. La obra circula, se vuelve visible, y el
artista no necesita más que un rato diario para dedicarlo a la labor de colgar imágenes
y twittearlas varias veces al día y compartirlas por Facebook reiteradamente.
Los sitios web y los blogs (estoy alzando
la mano) son otra herramienta útil, muchas veces sin ningún costo (sigo
levantando la mano) para difundir tanto la imagen de la obra como la reseña de
la actividad concreta y convocar a las muestras reales que el artista va realizando
en el mundo no-virtual.
Porque pese al avance de la tecnología,
muy bienvenida ella, sigue siendo indiscutible que en el arte el contacto face to face sigue siendo
insustituible. No es igual la foto que
la obra. Las texturas, la intensidad
del trazo, la sutilidad del color, no alcanzan a percibirse en la reproducción en
dos dimensiones por muy buena que sea la fotografía. En mi caso, los juegos de mixturas dan lindo
en foto pero cuando el observador tiene la obra en vivo es cuando se produce el
real reconocimiento de la variedad, de la fusión. La última Feria, dónde pude volver a
conversar con espectadores desconocidos, hicieron que retomara esa certeza: una
gran parte de la absurda exuberancia de mi técnica (esos papeles artesanales
con semillas y fibras, el papel quemado, las manchas de chamuscado, el brillo
de la tinta en gel dorada) se puede apreciar en su debida magnitud sólo en persona.
Así, a la vuelta de todo y pese a los
grandes cambios y a los increíbles avances, para el artista sigue siendo vital
el colgar su trabajo a la vista del mundo.
Mostrarse con cierta regularidad.
Y nuevamente el punto es escoger con cuidado dónde uno va a
invertir, porque mayoritariamente los lugares (galerías, espacios de arte,
salas ad hoc) cobran. Y para hacer las
cosas bien también hay que gastar en publicitar el evento, hacer lindos
catálogos, costear un decente vernissage… Ciertamente, la primera consideración es elegir
lo que uno puede pagar (adecuarse al presupuesto personal es de Perogrullo), pero a valores
similares lo que se considera es la cantidad de público propio del lugar
independientemente del que uno pueda convocar.
Lugares que tienen chance de cierta masividad (siempre teniendo en claro
que la “masividad” en el arte es un número mínimo de gente. El arte NO es masivo).
Ese fue el criterio que apliqué yo –y creo
que todos los otros expositores- al sumarme al proyecto de la Feria de Arte La Plata. Un precio
razonable, un lugar precioso (el Pasaje
Dardo Rocha a nivel arquitectónico es una gloria aunque evidentemente el
Municipio no invierte demasiado en su debido mantenimiento), y la garantía de
asistencia de público (aunque sólo fueran parientes y amigos de los 100 artistas
expositores, ya sería mucha gente).
Después resultó que asistió muchísima más. Creo que
el lugar físico, el clima de los días en que ocurrió el evento, y cierta
predisposición de los habitantes de La Plata hacia valorar las manifestaciones
culturales coincidieron en hacer de la Feria una actividad altamente apreciada
y concurrida.
La labor de divulgación del artista dentro
de un evento concreto (sigo con el ejemplo de Arte La Plata) implica acciones
casi obvias: estar ahí todo el tiempo, llevar la mayor cantidad de obra posible
y propender por todos los medios a su venta, aportar a los concurrentes
información y modos de contactos futuros, vincularse con otros expositores –artistas
o galeristas- para poder proyectar nuevas muestras en conjunto o intercambiar
información, hacer el mayor despliegue posible el día de la inauguración,
llevando público propio y fiel (preferiblemente ruidoso y llamativo), quizá algún fotógrafo que lo priorice a uno (costo extra), tratar
de aparecer en primer plano en las tomas de los funcionarios invitados por los
organizadores de la feria...
Acá voy a detenerme en un ejemplo de labor
de campo de lo que si debe hacerse y de lo que no en lo que refiere a
aprovechar una muestra para difundir la
obra, publicitar al artista y vender a destajo.
La estrella de la Feria de Arte Contemporáneo La Plata
fue Milo Lockett, a quién los mismos
organizadores destacaron como presencia especial en la acción de difusión y
publicidad del evento y en las
gacetillas de prensa que recogieron los diarios locales.
Lockett
tuvo uno de los estands más grandes, con el nombre de su galería personal Milo
Espacio de Arte, con tres empleados el día de la inauguración y un par
de presencia constante el resto de los días, con una cantidad impresionante de
obra de todo tamaño cubriendo en horizontal y en vertical los paneles, con
obritas pequeñas a precios accesibles ($ 1000.- lo que equivale a unos 100
dólares más o menos) y bonitas bolsas de merchandising
en símil tela con dibujito y logo del espacio.
El día de la inauguración estuvo ahí (y no volvió a aparecer durante el
resto de la feria, para qué, si estaban sus empleados) a tiempo para coincidir
con el intendente local y el resto de las autoridades que concurrieron fugazmente
a la apertura y aparecer en las fotografías de rigor. Al cierre, había vendido casi todo lo que
llevó (y era mucha obra). Así se hacen
las cosas.
Yo –paradigma indiscutible de lo que no
hay que hacer-, llegué a la inauguración media hora después del horario
de inicio fijado cuando ya se habían retirado todas las autoridades, evadí hábilmente a los fotógrafos (de hecho, la única foto en que participé fue la del brindis de cierre, bien atrás, prácticamente invisible), no
concurrí todos los días que duró el evento ni el horario completo cuando sí fui sin dejar a nadie en mi reemplazo,
y llevé obra para colgarla en forma horizontal, con mucha luz entre una y otra,
y ciertamente obra montada en importantes marcos, de tamaño grande, cuyo valor
no era el de una compra rápida en efectivo ni para llevar bajo el brazo mientras se continúa el paseo.
De hecho, una de los organizadores me sugirió colocar el precio a cada
obra, porque suponía que la gente podía considerarla demasiado cara como para
preguntar el valor (de hecho no era la mía de la más cara en el lugar y ella lo
sabía). ¿Tengo que aclarar que no le
coloqué el precio a la obra? Sólo
trasmití precios a quienes expresamente me consultaron (media docena de
personas durante las dos jornadas que concurrí) y creo que mi tono era el de
alguien que se disculpaba por ello.
Dentro de mi particular criterio (muy
discutible, lo reconozco) priorizo que, literalmente, se vean mis obras, la venta
de las mismas me resulta secundario –aunque necesario, más que por dinero por
espacio: ya no tengo lugar donde guardarlas-.
No puedo evitar sentir que si hablo de precios estoy condicionando la
contemplación y el disfrute al observador.
Mi instinto comercial es nulo y la parte económica del asunto me parece
la parte baja y sucia que a toda costa quiero relegar a algún otro momento. Sé que no es el modo en que funciona esto,
que si uno decide prescindir de intermediarios (marchands, galeristas,
art-dealers) tiene que ocuparse también de la parte mercantil. Debería hacer terapia al respecto, pero mi
inexistente religión me prohíbe todo tipo de psicoanálisis...
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