jueves, 9 de abril de 2015


La divulgación de la obra. 

    Difundir su trabajo es –resulta evidente- el interés del artista inmediato posterior a la realización de su obra.  Por eso, aun en sus inicios, el artista dedica gran parte de su tiempo y energía a buscar cómo mostrar lo que hace, ya participando en salones, ya postulándose a concursos a los que difícilmente accede.  Entiende que la única forma real y cierta de “difundir la obra” es mostrándola.  Que la vean. ¿Quién?  El que sea. 

     Hace años, ese difundir estaba limitado a la cuelga material en cualquier espacio que se pudiera conseguir: paredes de bares y restaurantes, clubs de barrio, lobby de hoteles, recepción de clínicas, hall de cines, andenes de subte…  Yo he colgado en todos esos lugares en su tiempo, y si bien no lo volvería a hacer hoy –la obra se deteriora y corre riesgos concretos de destrucción total- en su momento esas cuelgas fueron para mí soberanos logros en mi incipiente acción de divulgue.
 
Bares de Buenos Aires


 
 
Plazas
 

 
 
Hall Cine Cosmos
 

 
 
Lobby Hotel El Conquistador
 

 
Anden Subte Línea A Estación Congreso
 

 
 

     Hoy se vuelve más sencillo subir imágenes de las obras a la web y promoverlas por las redes sociales y los sitios dedicados al arte, muchos de ellos totalmente gratuitos.  La obra circula, se vuelve visible, y el artista no necesita más que un rato diario para dedicarlo a la labor de colgar imágenes y twittearlas varias veces al día y compartirlas por Facebook reiteradamente.

     Los sitios web y los blogs (estoy alzando la mano) son otra herramienta útil, muchas veces sin ningún costo (sigo levantando la mano) para difundir tanto la imagen de la obra como la reseña de la actividad concreta y convocar a las muestras reales que el artista va realizando en el mundo no-virtual.

     Porque pese al avance de la tecnología, muy bienvenida ella, sigue siendo indiscutible que en el arte el contacto face to face sigue siendo insustituible.  No es igual la foto que la obra.  Las texturas,  la intensidad del trazo, la sutilidad del color, no alcanzan a percibirse en la reproducción en dos dimensiones por muy buena que sea la fotografía.  En mi caso, los juegos de mixturas dan lindo en foto pero cuando el observador tiene la obra en vivo es cuando se produce el real reconocimiento de la variedad, de la fusión.  La última Feria, dónde pude volver a conversar con espectadores desconocidos, hicieron que retomara esa certeza: una gran parte de la absurda exuberancia de mi técnica (esos papeles artesanales con semillas y fibras, el papel quemado, las manchas de chamuscado, el brillo de la tinta en gel dorada) se puede apreciar en su debida magnitud sólo en persona. 
 
 
    Así, a la vuelta de todo y pese a los grandes cambios y a los increíbles avances, para el artista sigue siendo vital el colgar su trabajo a la vista del mundo.  Mostrarse con cierta regularidad.  Y nuevamente el punto es escoger con cuidado dónde uno va a invertir, porque mayoritariamente los lugares (galerías, espacios de arte, salas ad hoc) cobran.  Y para hacer las cosas bien también hay que gastar en publicitar el evento, hacer lindos catálogos, costear un decente  vernissage  Ciertamente, la primera consideración es elegir lo que uno puede pagar (adecuarse al presupuesto personal  es de Perogrullo), pero a valores similares  lo que se considera es la cantidad de público propio del lugar independientemente del que uno pueda convocar.  Lugares que tienen chance de cierta masividad (siempre teniendo en claro que la “masividad” en el arte es un número mínimo de gente.  El arte NO es masivo). 

     Ese fue el criterio que apliqué yo –y creo que todos los otros expositores- al sumarme al proyecto de la Feria de Arte La Plata.  Un precio razonable, un lugar precioso (el Pasaje Dardo Rocha a nivel arquitectónico es una gloria aunque evidentemente el Municipio no invierte demasiado en su debido mantenimiento), y la garantía de asistencia de público (aunque sólo fueran parientes y amigos de los 100 artistas expositores, ya sería mucha gente).  Después resultó que asistió muchísima más. Creo que el lugar físico, el clima de los días en que ocurrió el evento, y cierta predisposición de los habitantes de La Plata hacia valorar las manifestaciones culturales coincidieron en hacer de la Feria una actividad altamente apreciada y concurrida.
 
 
     La labor de divulgación del artista dentro de un evento concreto (sigo con el ejemplo de Arte La Plata) implica acciones casi obvias: estar ahí todo el tiempo, llevar la mayor cantidad de obra posible y propender por todos los medios a su venta, aportar a los concurrentes información y modos de contactos futuros, vincularse con otros expositores –artistas o galeristas- para poder proyectar nuevas muestras en conjunto o intercambiar información, hacer el mayor despliegue posible el día de la inauguración, llevando público propio y fiel (preferiblemente ruidoso y llamativo), quizá algún fotógrafo que lo priorice a uno (costo extra), tratar de aparecer en primer plano en las tomas de los funcionarios invitados por los organizadores de la feria...

     Acá voy a detenerme en un ejemplo de labor de campo de lo que si debe hacerse y de lo que no en lo que refiere a aprovechar una muestra para difundir  la obra, publicitar al artista y vender a destajo.  La estrella de la Feria de Arte Contemporáneo La Plata fue Milo Lockett, a quién los mismos organizadores destacaron como presencia especial en la acción de difusión y publicidad del evento y  en las gacetillas de prensa que recogieron los diarios locales.

     Lockett tuvo uno de los estands más grandes, con el nombre de su galería personal Milo Espacio de Arte, con tres empleados el día de la inauguración y un par de presencia constante el resto de los días, con una cantidad impresionante de obra de todo tamaño cubriendo en horizontal y en vertical los paneles, con obritas pequeñas a precios accesibles ($ 1000.- lo que equivale a unos 100 dólares más o menos) y bonitas bolsas de merchandising en símil tela con dibujito y logo del espacio.  El día de la inauguración estuvo ahí (y no volvió a aparecer durante el resto de la feria, para qué, si estaban sus empleados) a tiempo para coincidir con el intendente local y el resto de las autoridades que concurrieron fugazmente a la apertura y aparecer en las fotografías de rigor.  Al cierre, había vendido casi todo lo que llevó (y era mucha obra).  Así se hacen las cosas.



 
   Yo –paradigma indiscutible de lo que no hay que hacer-, llegué a la inauguración media hora después del horario de inicio fijado cuando ya se habían retirado todas las autoridades,  evadí hábilmente a los fotógrafos (de hecho, la única foto en que participé fue la del brindis de cierre, bien atrás, prácticamente invisible), no concurrí todos los días que duró el evento ni el horario completo cuando sí fui sin dejar a nadie en mi reemplazo, y llevé obra para colgarla en forma horizontal, con mucha luz entre una y otra, y ciertamente obra montada en importantes marcos, de tamaño grande, cuyo valor no era el de una compra rápida  en efectivo ni para llevar bajo el brazo mientras se continúa el paseo.  De hecho, una de los organizadores me sugirió colocar el precio a cada obra, porque suponía que la gente podía considerarla demasiado cara como para preguntar el valor (de hecho no era la mía de la más cara en el lugar y ella lo sabía).  ¿Tengo que aclarar que no le coloqué el precio a la obra?  Sólo trasmití precios a quienes expresamente me consultaron (media docena de personas durante las dos jornadas que concurrí) y creo que mi tono era el de alguien que se disculpaba por ello.
 

 
     Dentro de mi particular criterio (muy discutible, lo reconozco) priorizo que, literalmente, se vean mis obras, la venta de las mismas me resulta secundario –aunque necesario, más que por dinero por espacio: ya no tengo lugar donde guardarlas-.  No puedo evitar sentir que si hablo de precios estoy condicionando la contemplación y el disfrute al observador.  Mi instinto comercial es nulo y la parte económica del asunto me parece la parte baja y sucia que a toda costa quiero relegar a algún otro momento.  Sé que no es el modo en que funciona esto, que si uno decide prescindir de intermediarios (marchands, galeristas, art-dealers) tiene que ocuparse también de la parte mercantil.  Debería hacer terapia al respecto, pero mi inexistente religión me prohíbe todo tipo de psicoanálisis... 


 

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