viernes, 12 de diciembre de 2014

   Ser artista en Buenos Aires (ser artista sin galería, ni art-dealer, ni representante bajo la denominación que esté de moda, ni nada de nada más que una obstinada buena voluntad de ser artista).

Capítulo V:  Los enemigos naturales del artista. 
                V. a)  Los afectos.



     El artista puede batallar contra la realidad real, su dualidad levemente psicótica y el influjo parasitario de los agentes secundarios del mercado del arte (galeristas aficionados, curadores de sueldo público, presuntos coleccionistas y autodenominados críticos de arte), pero sucumbe irremediablemente frente a sus enemigos naturales: los afectos.  Familiares o románticos, heredados o circunstanciales, pero son siempre los afectos su nefasto talón de Aquiles.

    Desde el principio mismo, cualquier familia más o menos estructurada no sólo no alentará la temprana vocación artística de su tierno vástago sino que la combatirá con esmerada ferocidad.  Ningún progenitor quiere que su criaturita se enfile al precipicio de una vida atada a la miseria, el desorden y los vicios más promiscuos.  La madre amorosa no quiere a su bebé en orgías infames y el padre previsor y práctico se niega a sostener vagos de por vida.  Como cantan los Auténticos Decadentes:

“Tuve un problema de difícil solución,
en una época difícil de mi vida.
Estaba entre la espada y la pared,
y aguantando la opinión de mi familia.
Yo no quería una vida normal,
no me gustaban los horarios de oficina.
Mi espíritu rebelde se reía
del dinero, del lujo y el confort
Y tuve una revelación,
ya sé que quiero en esta vida.
Voy a seguir mi vocación
será la música mi techo y mi comida.
Porque yo
no quiero trabajar,
no quiero ir a estudiar,
no me quiero casar.
Quiero tocar la guitarra todo el día,
y que la gente se enamore de mi voz.
Porque yo
no quiero trabajar,
no quiero ir a estudiar,
no me quiero casar.
Y en la cabeza tenía la voz de mi viejo,
que me sonaba como un rulo de tambor.
Vos
mejor que te afeites,
mejor que madurés, mejor que laburés.
Ya me cansé de que me tomes la cerveza,
te voy a dar con la guitarra en la cabeza.
Vos
mejor que te afeites,
mejor que madurés, mejor que laburés.
Ya me cansé de ser tu fuente de dinero,
voy a ponerte esa guitarra de sombrero. ..”
Los Auténticos Decadentes, La Guitarra.


    Si el niño demuestra una mínima habilidad con la pelota, los padres entusiastas lo inscribirán en una escuelita de futbol, a la que lo llevarán a entrenar religiosamente varios días a la semana y alentarán con furia desbocada los sábados o domingos en los torneos infantiles.  Para que el niño desarrolle una carrera como futbolista (o basquetbolista o tenista) se postergarán reuniones y salidas familiares y, en su momento, se disminuirá drásticamente la atención a la escolarización.  No exagero, lo he presenciado: a la hora de rendir materias o cumplir el training de un torneo los padres prefieren que su hijo apueste a un presunto futuro millonario en el deporte y no a completar su básica educación.

   Pero si el niño se inclina hacia los pinceles y no hacia la pelota, hay que rápidamente quitarle esas estúpidas ideas de la cabeza.   Enseguida el Buen Padre de Familia asocia lo artístico con un Van Gogh automutilándose para obsequiar su oreja a una prostituta,  un Jackson Pollock estrellándose en su auto completamente borracho, el indefinible Warhol en mitad del desenfreno orgiástico del Club 54, un Jean-Michel Basquiat  muriéndose por sobredosis de heroína a sus triunfales y prometedores 27 años –como Amy Winehouse, Kurt CubainJim Morrison, la Joplin y el resto del Club de los 27-. 

   Dudo que cualquier otra vocación genere más espanto a los padres que la de anunciar la pasión por el arte. Arte parece ser en el diccionario paterno sinónimo de patética miseria, inutilidad absoluta, aberraciones sexuales,  drogas duras y alcohol a mansalva.


    Es táctica disuasoria habitual el consejo de “seguí pintando, como hobby, pero estudia algo de lo que puedas trabajar, que te sirva para vivir…”, fomentando inconscientemente la dualidad natural del artista y confirmando la convicción de que para ser auténtico en su hacer creativo  tiene que fingir hacia fuera ser de otra manera.  Que hay que desdoblarse y fingir hasta la psicosis.

    Nunca, pero nunca, la familia de origen alentará al artista.  Por el contrario, no lo tomará en serio, se burlará de él y de su obra en público, serán siempre peyorativos con el desarrollo de su carrera y permanentemente tendrán una intencional crítica destructiva a la espera de que se dé por vencido de su berretín artístico y retome el buen camino.  La familia es el enemigo esencial del artista, el que quiere destruirlo desde el vamos, el que socava constantemente su fe y su autoestima y  que celebra con júbilo cuando se da por vencido.  La familia (como la sociedad pero en pequeña escala) siente horror por lo diferente, por lo que se sale de lo conocido, por lo que desafía es status quo.


   Mantener la vocación por el arte a pesar de la familia es la primera prueba que debe atravesar el artista.  Desafiar mandatos y hasta romper vínculos.  Es subirse al trapecio sin experiencia, sin ensayos y  sin red protectora.  Es saber que si fracasamos ellos van a disfrutarlo, que cada pequeño logro será ignorado o menospreciado y que jamás pero jamás de los jamases se valorará nuestro esfuerzo y nuestra pasión.  Sólo se nos dará mérito –y a regañadientes- si de algún modo con lo nuestro generamos dinero (ahí, por lo menos,  no seremos tan inútiles), pero si se trata sólo de ser nosotros mismos, de crear y generar sin rédito económico, seremos siempre a sus ojos un fracaso y una triste decepción.


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