Ser artista en Buenos Aires (ser artista sin
galería, ni art-dealer, ni representante bajo la denominación que esté de moda,
ni nada de nada más que una obstinada buena voluntad de ser artista).
Capítulo
V: Los enemigos naturales del artista.
V. a) Los afectos.
El artista puede
batallar contra la realidad real, su dualidad levemente psicótica y el influjo
parasitario de los agentes secundarios del mercado del arte (galeristas
aficionados, curadores de sueldo público, presuntos coleccionistas y
autodenominados críticos de arte), pero sucumbe irremediablemente frente a sus
enemigos naturales: los afectos.
Familiares o románticos, heredados o circunstanciales, pero son siempre
los afectos su nefasto talón de Aquiles.
Desde el
principio mismo, cualquier familia más o menos estructurada no sólo no alentará la temprana vocación artística de su tierno vástago sino que la combatirá con
esmerada ferocidad. Ningún progenitor
quiere que su criaturita se enfile al precipicio de una vida atada a la
miseria, el desorden y los vicios más promiscuos. La madre amorosa no quiere a su bebé en
orgías infames y el padre previsor y práctico se niega a sostener vagos de por
vida. Como cantan los Auténticos
Decadentes:
“Tuve
un problema de difícil solución,
en una época difícil de mi vida.
Estaba entre la espada y la pared,
y aguantando la opinión de mi familia.
Yo no quería una vida normal,
no me gustaban los horarios de oficina.
Mi espíritu rebelde se reía
del dinero, del lujo y el confort
Y tuve una revelación,
ya sé que quiero en esta vida.
Voy a seguir mi vocación
será la música mi techo y mi comida.
Porque yo
no quiero trabajar,
no quiero ir a estudiar,
no me quiero casar.
Quiero tocar la guitarra todo el día,
y que la gente se enamore de mi voz.
Porque yo
no quiero trabajar,
no quiero ir a estudiar,
no me quiero casar.
Y en la cabeza tenía la voz de mi viejo,
que me sonaba como un rulo de tambor.
Vos
mejor que te afeites,
mejor que madurés, mejor que laburés.
Ya me cansé de que me tomes la cerveza,
te voy a dar con la guitarra en la cabeza.
Vos
mejor que te afeites,
mejor que madurés, mejor que laburés.
Ya me cansé de ser tu fuente de dinero,
voy a ponerte esa guitarra de sombrero. ..”
en una época difícil de mi vida.
Estaba entre la espada y la pared,
y aguantando la opinión de mi familia.
Yo no quería una vida normal,
no me gustaban los horarios de oficina.
Mi espíritu rebelde se reía
del dinero, del lujo y el confort
Y tuve una revelación,
ya sé que quiero en esta vida.
Voy a seguir mi vocación
será la música mi techo y mi comida.
Porque yo
no quiero trabajar,
no quiero ir a estudiar,
no me quiero casar.
Quiero tocar la guitarra todo el día,
y que la gente se enamore de mi voz.
Porque yo
no quiero trabajar,
no quiero ir a estudiar,
no me quiero casar.
Y en la cabeza tenía la voz de mi viejo,
que me sonaba como un rulo de tambor.
Vos
mejor que te afeites,
mejor que madurés, mejor que laburés.
Ya me cansé de que me tomes la cerveza,
te voy a dar con la guitarra en la cabeza.
Vos
mejor que te afeites,
mejor que madurés, mejor que laburés.
Ya me cansé de ser tu fuente de dinero,
voy a ponerte esa guitarra de sombrero. ..”
Los
Auténticos Decadentes, La Guitarra.
Si el niño
demuestra una mínima habilidad con la pelota, los padres entusiastas lo
inscribirán en una escuelita de futbol, a la que lo llevarán a entrenar
religiosamente varios días a la semana y alentarán con furia desbocada los sábados
o domingos en los torneos infantiles.
Para que el niño desarrolle una carrera como futbolista (o
basquetbolista o tenista) se postergarán reuniones y salidas familiares y, en
su momento, se disminuirá drásticamente la atención a la escolarización. No exagero, lo he presenciado: a la hora de rendir
materias o cumplir el training de un torneo los padres prefieren que su hijo
apueste a un presunto futuro millonario en el deporte y no a completar su básica
educación.
Pero si el
niño se inclina hacia los pinceles y no hacia la pelota, hay que rápidamente quitarle
esas estúpidas ideas de la cabeza. Enseguida el Buen Padre de Familia asocia lo
artístico con un Van Gogh automutilándose
para obsequiar su oreja a una prostituta,
un Jackson Pollock estrellándose
en su auto completamente borracho, el indefinible Warhol en mitad del desenfreno orgiástico del Club 54, un Jean-Michel Basquiat muriéndose por sobredosis de heroína a sus
triunfales y prometedores 27 años –como Amy
Winehouse, Kurt Cubain, Jim
Morrison, la Joplin y el resto
del Club
de los 27-.
Dudo que cualquier
otra vocación genere más espanto a los padres que la de anunciar la pasión por
el arte. Arte parece ser en el diccionario paterno sinónimo de patética miseria,
inutilidad absoluta, aberraciones sexuales, drogas duras y alcohol a mansalva.
Es táctica
disuasoria habitual el consejo de “seguí pintando, como hobby, pero estudia
algo de lo que puedas trabajar, que te sirva para vivir…”, fomentando
inconscientemente la dualidad natural del artista y confirmando la convicción
de que para ser auténtico en su hacer creativo tiene que fingir hacia fuera ser de otra
manera. Que hay que desdoblarse y fingir
hasta la psicosis.
Nunca, pero
nunca, la familia de origen alentará al artista. Por el contrario, no lo tomará en serio, se
burlará de él y de su obra en público, serán siempre peyorativos con el
desarrollo de su carrera y permanentemente tendrán una intencional crítica destructiva
a la espera de que se dé por vencido de su berretín artístico y retome el buen
camino. La familia es el enemigo esencial
del artista, el que quiere destruirlo desde el vamos, el que socava constantemente
su fe y su autoestima y que celebra con
júbilo cuando se da por vencido. La
familia (como la sociedad pero en pequeña escala) siente horror por lo
diferente, por lo que se sale de lo conocido, por lo que desafía es status quo.
Mantener la vocación por el arte a pesar de la
familia es la primera prueba que debe atravesar el artista. Desafiar mandatos y hasta romper
vínculos. Es subirse al trapecio sin experiencia, sin ensayos y sin red
protectora. Es saber que si fracasamos
ellos van a disfrutarlo, que cada pequeño logro será ignorado o menospreciado y
que jamás pero jamás de los jamases se valorará nuestro esfuerzo y nuestra pasión. Sólo se nos dará mérito –y a regañadientes-
si de algún modo con lo nuestro generamos dinero (ahí, por lo menos, no seremos tan inútiles), pero si se
trata sólo de ser nosotros mismos, de crear y generar sin rédito económico, seremos
siempre a sus ojos un fracaso y una triste decepción.
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