Ser artista en Buenos Aires (ser artista sin
galería, ni art-dealer, ni representante bajo la denominación que esté de moda,
ni nada de nada más que una obstinada buena voluntad de ser artista).
Capítulo
III: El desdoblamiento esquizoide del
artista.
III. b) El desdoblamiento como
resguardo de identidad y seguro libertario.
La
dependencia económica condiciona al sometimiento. Aún el más generoso e indulgente de los
proveedores se sabrá con derecho a opinar y exigirá ser escuchado. Y cuando están en juego implementos de la más
básica raigambre –como el techo o la comida-
uno corre el riesgo de volverse mercenario. Al dividirse, el artista organiza sus
necesidades materiales y sus elecciones espirituales de modo que las unas no
aten a las otras con un lastre incompatible con la plena libertad creativa.
En esta vida
todo tiene un precio. Y si el precio lo paga otro
siempre nos va a pasar la factura. Sólo se puede ser auténticamente libre y
desarrollar nuestra obra sin interferencias ni condicionamientos cuando no le
debemos nada a nadie.
Aun con buena
voluntad, con la mejor de las intenciones, cuando el artista permite que
alguien lo “proteja”, lo “ampare” o lo “auspicie” pagando sus gastos o solventando sus necesidades, por
pura lealtad el artista estará atado a respetar el punto de vista de su
benefactor. ¿A qué me refiero con “punto de vista”? A qué quien nos paga la cuenta del almacén considere
que debemos pintar flores y mariposas en lugar de los desnudos procaces que
marcan nuestro ideario, ya porque se venderán mejor o, si no se venden, al menos no serán tan ofensivos para las
visitas.
Pintar es
caro, ¿ya lo dije?, y dedicarse al arte requiere una constante y considerable inversión
económica. La imagen del artista
bohemio, que vive del aire y se alimenta del sol, es un cuento chino. Aunque uno pueda vivir ocupando ilegalmente
una casa abandonada, coma las sobras que rapiña de los cestos de basura de los Mac Donalds,
se vista de harapos y omita cualquier tipo de medicación, igual necesita de dinero contante y sonante
para comprar telas, cartones, óleos, acuarelas, acrílicos, pinceles, lápices, lacas y siguen las
firmas. Para pagar enmarcados, vidrios o
pies en las esculturas, embalajes y fletes para traslados, cubrir aranceles y
derechos para muestras o exposiciones…
No se puede ser artista sin ingresos.
Cualquiera que afirme lo contrario no se dedica al arte o prefiere
mentir con todos los dientes para mantener una ficción romántica.
El artista
que quiera conservar su absoluta independencia creativa y ser él sin
condicionamientos, tiene que ser a la vez quién genere los fondos necesarios
para solventar lo suyo. Se divide el
artista en esa persona que trabaja de cualquier cosa por un sueldo mínimo y
conserva su identidad siendo quien realmente es en los ratos que la
domesticidad le deja libre. ¿Y la cabeza
del artista? Bien, gracias, no hay
conflicto. Hace lo que tiene que hacer,
porque es la única forma de no malvender el alma. Es preferible un trabajo de oficinista –lo que
ocupa transitoriamente su yo externo y social pero sin compromisos de ningún tipo
más allá de hacer bien el trabajo por el que le pagan- y reservar la pasión
para esos ratos –breves sí, pero auténticos y exclusivos.- donde es él mismo
sin rendir cuentas a nadie ni pedir permiso ni (¡faltaba más!) pedir
disculpas jamás.
Conservar la
autonomía creativa es el primer mandato del artista. Esa capacidad de hacer sólo lo que se quiere
cómo, dónde, cuándo y hasta el punto que uno -sólo uno- considera que es
necesario. Sin explicar ni justificar
nada. Y sin tener que escuchar reproches
cuando uno se empeña en algo que culmina desastrosamente. También nuestros errores son libremente
propios y tenemos nuestro inalienable derecho a ellos.
En mi
realidad real tengo un trabajo que me
obliga a la negociación constante. Soy
mutable, amplia de criterio, honestamente puedo ver fragmentos de verdad en todas las partes en conflicto. Soy
tranquila y racional. Me es fácil encontrar
puntos intermedios donde aminorar pérdidas y ganancias para llegar a acuerdos
que den mediana satisfacción a todos.
Soy una autentica productora de tibieza de estufa. Nunca me enojo, nunca tomo nada en forma
personal, nada me importa demasiado ni me parece extremadamente grave. Siempre
negocio. Siempre me adapto. Siempre
tengo en claro que mi trabajo es un trabajo y no mi vida.
Pero en mi
realidad personal, cuando se trata de
mi obra y de mi carrera en el arte, estoy totalmente vedada a cualquier tipo de
negociación. Tengo un cúmulo de
convicciones que no modifico, sólo juego con mis reglas y aun cuando muchas
veces escucho a personas que seguramente me dan buenos consejos y tienen razón
en sus dichos, si eso implica la más mínima incidencia sobre mi libertad
creativa soy capaz de desaparecer para siempre de su área de influencia. No me interesa ni la coherencia, ni la
prudencia ni la excesiva racionalidad. Como
artista no negocio, ni cotejo conveniencias, ni me adapto a nada ni a nadie. No
consulto, ni pido permisos ni doy explicaciones. Actúo por pasión y capricho, priorizando sólo
mi disfrute creativo. Tengo en claro que
me vendo de la piel para afuera, el alma es sólo mía. Fin de la discusión.
El 98% de
las personas que me tratan cotidianamente en mi realidad real ignoran mi otra vida en el arte. A la inversa, la mayoría de los que me
conocen como artista saben (o sospechan) que trabajo de otra cosa pero eso
nunca es un tema de conversación y se ha convertido en un detalle intrascendente. Mi doble vida, hoy por
completo escindidas una de otra, me ha asegurado desarrollarme como artista
libre de toda influencia y manipulación.
Obviamente, no me ha servido esa libertad de nada en un plano material:
no soy una artista que vive de ser artista ni mi obra tiene la difusión
necesaria para que mi trabajo sea conocido fuera de las paredes de mi
taller. Pero he logrado sentirme muy a
gusto conmigo misma y que el crear sea un goce diario que me justifica por
completo la existencia. Y con eso, yo ya estoy hecha.
No hay comentarios:
Publicar un comentario