sábado, 27 de diciembre de 2014




























          Transcribo tres fragmentos; el primero data de agosto de 1957, el segundo de un libro editado en 2012 y el tercero de diciembre de 1960.   Quizá el error esté en mi lectura, pero yo encuentro que dicen exactamente lo mismo.  Diferencias de estilo literario, nada más.

     “¿Desde hace cuánto tiempo está la Argentina en crisis?  ¿Desde su comienzo? (…) Los planteos políticos son, entonces, radicalmente falsos.  Los planteos políticos no son capaces de aportar ninguna solución a la crisis. Quod erat demostrandum.  Pero los políticos subsisten.  Seguirán vociferando, contribuyendo al error general, títeres de la crisis que de pronto se creen titiriteros.  Cuando no me irritan con su vanidad y su estrépito, los políticos argentinos me dan pena.  Claro que la mayoría de ellos no pasan de ser una máquina de distribución de puestos públicos. Pero incluso así, son como gentes obligadas a volar a quienes sólo les han dado una bicicleta para hacerlo.   Pues, si se me mira a fondo, ¿qué quiere este país?  Un rey, una monarquía, un poder absoluto que represente al bando al que se pertenece y aplaste a los contrarios.  La otra mitad del país fomentará la anarquía hasta que logre deponer a ese rey y montar en el trono al que ella sostiene.  Y así. Monárquico-anarquistas: eso somos, por darle un nombre. Todo el caudillismo público y privado de nuestra existencia apunta a lo mismo.  Frente a ese monstruo, los pobres políticos, encargados de reducirlo, de domesticarlo, de presentarlo en el salón mundial de la democracia, para que haga alguna de las piruetas de moda. Forzados desde hace un siglo y medio a hablar de democracia, cuando su auditorio no tienen nada que ver con la democracia, no quiere saber nada de ella. (…)

…Los políticos subsisten.  Y los políticos tratan de adormecer nuestra conciencia de la crisis, intentan escamoteárnosla.  Cada partido dice a sus partidarios que ellos son inocentes, que los culpables son los otros.  Cada partido, incapaz de hallar una solución radical para la crisis, busca paliarla, sin sacarnos la enfermedad, hundiéndonos más en ella. (…) La política perturba, desquicia y altera el trabajo: en la cantidad y en la calidad. (…) …Es necesaria una resistencia a la política.  Suena a antipatriótico, a anticívico.  Sí.  Sin embargo, es imprescindible esa resistencia a la política.  Desoírla, darle la espalda: que se coloque en su lugar. (…)  Cuando el fracaso sin precedentes de las escusas que la política proporciona haga que todo se torne angustiosamente inseguro, cuando en el fondo de nosotros mismos la falsedad de nuestras posiciones se nos abra como una trampa, entonces es posible que nos volvamos hacia nuestro quehacer cotidiano para buscar allí un refugio y un nuevo punto de partida.  El trabajo personal: será preciso que empecemos desde allí a conocer lo que es la realidad y lo que somos nosotros mismos.”

H. A. Murena, Agosto 1957   Revista Sur Nro. 248 – Septiembre Octubre 1957, páginas 1/16.




     “…Fernando de la Rúa.  El radical preferido por Menem para que le cuidara la residencia.  Como si la presidencia de De la Rúa fuera una pausa preparatoria de su regreso con gloria.  Pero el proyecto de Menem iba a estrellarse contra el paredón de dos obstáculos.  La sociedad, que le daba mayoritariamente la espalda.  Y Duhalde, que lo sabía.  Y le armaba, con inteligente perversidad, la jaula envenenada. (…)

  De la Rúa también vestía de gris.  Pero se había asociado a un conglomerado de progresistas de pizzería que procuraba sobrevivir con la conquista de un empleo para emitir lecciones de catadura moral.  Zurditos tiernamente hipersensibles, de decepción fácil.  Pronto iban a tomar distancia del estadista, en cuanto sintieran que De la Rúa los decepcionaba.  Y que la política real distaba de equipararse a las inocentadas que se pontificaban idealmente para la televisión.

  Debe aceptarse que al pobre De la Rúa lo hostigaban más sus propios correligionarios, los radicales pragmáticos, que los progresistas de decepción fácil y digestión tardía.  Lo indigno era que radicales y progresistas formaban fila para burlarse del presidente.  Degradarlo y –por qué no- traicionarlo. (…)  El colapso de De la Rúa purificaba precipitadamente los horrores anteriores del peronismo.  Se reinstalaba, ante la resignación de la sociedad, otra de las gansadas antológicamente  fundamentales.  Que la Argentina sólo puede ser gobernada desde el peronismo.  Verdad en que necesitaban creer, sobre todo, los radicales que se diferenciaban atropelladamente de su presidente.  Y los zurditos de decepción fácil.  Confabulación de progresistas susceptibles que procedían en gran parte, del peronismo, y se disponían a cuidar, como fuera, los celulares, las secretarias, los choferes.  La conquista del empleo.  Del que abominó sólo Chacho Álvarez, el vicepresidente del artificio que se derretía.  Su espíritu innovador no pudo soportar la devastación de una portada de revista.  Para disponerse, patrióticamente, a huir. (…)

  La implosión de finales de 2001, discutiblemente incentivada, signó el final de la Alianza presentable de los radicales aburridos con los progresistas de pizzería.  Derivó en el episodio grotescamente trágico, con la vorágine de los cuatro presidentes peronistas. Con juramentos que duraron menos que las traiciones. …Puerta, presidente provisional del Senado… se limitara a destrabar, después de cincuenta horas de violencias y rupturas, el laberinto institucional para atenuar el vacío de poder con la entrega de la banda, y la sortija, al Adolfo…  Adolfo  Rodríguez Saá vivió, aquella semana, entregado vertiginosamente hacia la trascendencia.  Movilizado por la gloria de haber alcanzado, en el entrevero, la más alta envestidura. (…)  Adolfo supo caracterizarse por ser un productor de capitulaciones memorables.  Pronto iba a construir el solemne renunciamiento. Con menos tendencia al dramatismo, la posteridad iba a registrarlo con el manto sublime del ridículo. (…)

  Probablemente, la ingratitud fría de la historia va a registrar al Adolfo como el presidente efímero que declaró el estado de bancarrota nacional.  Al anunciar la suspensión de pagos de la deuda externa, fue eufóricamente aplaudido.  De pie.  Con vivas y loas del pleno irresponsable de la Asamblea Legislativa que arrastraba al país, emotivamente, hacia el territorio del delirio.

(…)  …aquel tapado insólito.  El muchachón de Santa Cruz, Néstor Kirchner, quién después se rebelaría como el Furioso.  Beneficiario insospechado de las vacilaciones culturales de Eduardo Duhalde, cuando tenía en sus manos, de carambola, la sortija del poder que le quemaba y pretendía quitarse de encima.  Aunque sin entregársela nunca a Menem, el enemigo que había sido amigo, y la reclamaba.  Pero Duhalde se sacó de encima el poder para dárselo al que menos la esperaba.  El Putin patagónico.  Kirchner se los iba a llevar puestos, paulatinamente, a todos.  Dispuesto, en defensa propia, a terminar con la carrera política de los que no se le reportaban.  Primero y principal, con Duhalde, el Boris Berezovsky de Buenos Aires.

  Kirchner, como Putin, mantenía el mérito redituable de ser un desconocido en un momento de síntesis de desprecio.  Cuando lo conocido era asociado al fracaso.  Tenía la suerte de ser un desconocido hasta para los que tenían la obligación cívica de conocerlo.  Como su justificada víctima.  Duhalde.”

Jorge Asís  Hombre de gris  Sudamericana S.A. Buenos Aires 2013, páginas 67/77.     




  “Cada vez que me proponía responder al pedido de Victoria Ocampo, terminaba por sumirme en un complejo y funesto desaliento. ¿Qué se puede decir en pocas páginas sobe los festejos del sesquicentenario? (…)  Aquí, únicamente diré que una vez más se ha verificado el contraste que en este país al parecer maldito hay entre las palabras grandiosas y los pobres hechos, entre el charlatanismo de feria de sus políticos y la angustia del hombre de la calle.  Pocos países ha de haber en el mundo como éste en que todo empiece con mayúscula, descienda luego a minúsculas y termine invariablemente entre sarcásticas comillas…

(…)  Nada me deprime tanto como leer un diario argentino, de tal modo siento la falsedad, la mentira y la hipocresía que llenan sus columnas; hasta que llego a la crónica policial, único lugar en que tengo la sensación de estar frente a hombres auténticos y verdaderos. (…)

  Las crisis no son cuestiones de palabras sino de hechos, claro está.  Pero se manifiestan o se disfrazan mediante palabras.  Palabras que han sido falsificadas, ahuecadas o rellenadas con semantemas tortuosos y hasta antitéticos. (…)  Aquí la tradición de la delincuencia semántica viene desde lejos, y no hay que creer que Juan Perón la inauguró, como algunos imaginan.  Ya en nombre de la Democracia se apaleaba obreros en los frigoríficos, se esclavizaba a mensúes en los yerbatales y se torturaban a opositores en la Sección Especial.  Pero es evidente que el fenómeno se ha perfeccionado en los últimos años.  Y casi no queda una sola palabra en que podamos creer con tranquilidad…”

Ernesto Sábato  Palabras, palabras, palabras escrito para el número especial de Homenaje a los 150 Años de la Revolución de Mayo de la revista Sur Nro. 267 Noviembre Diciembre 1960  páginas 38/41.





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