jueves, 4 de diciembre de 2014


    Ser artista en Buenos Aires (ser artista sin galería, ni art-dealer, ni representante bajo la denominación que esté de moda, ni nada de nada más que una obstinada buena voluntad de ser artista).

Capítulo III:  El desdoblamiento esquizoide del artista.

                 III. c) Los riesgos del artista.
 
     Así como el artista paga todos los precios en este juego, así también es el que corre todos los riesgos. Se trata de invertir lo más preciado que se tiene (la vida)  en la búsqueda de una meta difusa (el arte, que quién sabe a ciencia cierta qué demonios es) que exige gastos constantes y altos sin que produzca beneficios materiales tangibles e involucrando en ese desencuentro la estabilidad  emocional, el prestigio social y la soledad doméstica.

    Tanto desdoblarse haciendo equilibrio entre lo que se hace para vivir y el vivir sólo para hacer otra cosa, uno empieza a comportarse de un modo francamente raro.  Uno es y no es, está y no está, habla a medias y deja huecos en su existencia que el resto de las personas –normales, o por lo menos, unifuncionales-  no pueden comprender y acaban detestando.

   Y no vaya a creerse que entre artistas no nos miramos con extrañeza en incontables circunstancias.  Yo, que me reconozco su-ma-men-te rara, que desde siempre parezco convivir en dos dimensiones paralelas y antagónicas y tengo por regla no asombrarme jamás con nada, me he visto en situaciones con colegas que me dejaron incapaz de reacción.
 
     Recuerdo haber entablado una muy cercana relación con cierto artista talentoso que solía relatarme sus largas conversaciones con Velázquez analizando su trabajo en búsqueda de evolución.  Yo estaba convencida que Velázquez era su precioso gato siamés  y que lo de sus charlas era una alegoría poética referida a su personal teoría del arte. Hasta que un día se tomó la molestia de aclararme que no se trataba del minino sino del espíritu incorruptible del maestro español que vivía con él en su casa, llegando al extremo de querer mostrármelo y acusándome de insensibilidad por no verlo sentado en su cocina.

      He mantenido trato con artistas que creían (y creen) estar en comunicación directa telepática con personitas de otros planetas (este caso es público: el caballero en cuestión llama a su programa de radio con el nombre del presunto planeta: Xilium); con una dama que asegura tener gnomos en su patio y otra que mantiene relaciones con los emigrados druidas devenidos hoy latinoamericanos.  Artistas que esperan con tiempo cronometrado el fin del mundo y los que dicen (jamás lo presencie) que pueden desprenderse de su cuerpo material y trasladarse a otras instancias desde donde nos contemplan.  Pero todo esto manifestado en ámbitos de absoluta normalidad, como quién informa la hora, sin influencia tangible de alucinógenos opiáceos o patologías psiquiátricas.
 
   También se convive con artistas que hacen alarde de su rareza como sello de fábrica, consagrándola en vestimenta o peinados o en la mugre reinante a su alrededor.  Los que vociferan a los gritos todo tipo de estudiados pintoresquismos y los que hasta se hacen guionar sus intervenciones públicas asegurándose una cámara cerca para consagrarlo a la posteridad.

   Mucho es juego, mucho es pose, y mucho es la consecuencia de vivir de un modo marginal, poniendo patas para arriba la escala de valores y los códigos de mercado mansamente acatados por la mayoría.  Nadando contra la corriente salís más mojado que el resto y es probable que terminés ahogado.

   En el plano personal, es bastante difícil convivir con un artista, ya siendo artista también  o siendo un profano al gremio.  El artista está demasiado concentrado en algo que nadie más ve y mucho menos entiende y no puede compartir las urgencias e importancias del resto.  La falta de apego a lo material hace que sea muy difícil aceptarnos como socios en la convivencia por personas adheridas a las reglas sociales de aspiración,  trato y figuración,  y que rindan culto religioso al todopoderoso dios del dinero.

   Y en lo afectivo, los artistas solemos ser incomprensibles e inaguantables.  Pareciera que no nos importa nada pero después pareciera que sí; parece que somos apasionados pero después parece que navegamos en hielo; parece que somos capaces de las mayores extravagancias y después parece que no somos capaces de salir de la más absoluta apatía.  Fácil sería entendernos si se tuviera en cuenta nuestra dualidad, pero no suelen tomárnosla en serio y lejos de ver que nos hemos dividido por necesidad nos acusan de veletas e inmaduros, incapaces de querer a nadie, de comprometerse emocionalmente con persona alguna.  Pero si queremos.  A nuestra obra, a nuestro destino en el arte.  Somos monógamos en nuestro afecto, monotemáticos en nuestro interés. Dos caras en la vida.
 

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