martes, 23 de diciembre de 2014

Más sobre basura festiva.

     No soy capaz de tirar los corchos de las bebidas que consumo.  No puedo.  Los guardo primero en una canasta en mi cocina y luego pasan a una especie de canasto de mimbre que hay en mi taller, debajo del tablero. Llevo años compilándolos. ¿Para que los conservo?  No sé, todavía no lo sé.  Pero alguna vez voy a hacer algo con ellos, de eso estoy segura.  De momento, me limito a esperar que llegue el debido momento de descubrir qué va a ser.

   Hace unos días tuve un primer amague de utilidad:  pegué algunos corchos sobre una tapa de caja de pizza redonda que supo ser parte del fallido proyecto de “Las Venus de las pizzas” (dentro de Plagaria, una serie de versiones libres de las Venus Clásicas –Velazquez, Tiziano, Rubens- pintadas sobre cajas de cartón circulares  de delivery de pizzas; un disparate que se frustró apenas la pizzería de la esquina de casa cambió el formato de sus embalajes y me quedé sin soporte y sin inspiración). 

   Con esto, unos muñequitos de La Cajita Feliz de MacDonald´s del merchandising promocional de alguno de los films de la saga de Madagascar (con sus correspondientes bonetes hechos con fragmentos de un moño roto y las manijitas de papel retorcido blanco de una bolsa de regalo), una servilleta de papel alegórica navideña, pintura,  cintas, pegamento y brillos suficientes salió el adorno de bienvenida para mi puerta.  Que no fue a la puerta porque era muy pesado y tuve que atarlo con tanzas varias a la reja de la ventana. Nuevamente, elementos que calificaban para el tacho de basura han pasado a componer mi decoración doméstica.


   Intervenir, reciclar, reutilizar, recuperar.  O simplemente descubrir que nada es sólo lo que se supone que es, que puede haber mucho más detrás de una primera impresión.  Que a veces es nuestra propia mirada la que puede transformar el entorno si lo vemos como algo más de lo que nos han adoctrinado a creer y a esperar. 


   Yo definitivamente sé que mis corchos están destinados a ser algo más que tapones de botellas de vino, un algo más que todavía ignoro; y estas festividades me permitirán los brindis necesarios para seguir almacenando ese material que algún día habrá de ser quién sabe qué y el destino final (¡y glorioso!, o ridículo…) de mi empecinado acopio.


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