Ser artista en Buenos Aires (ser artista sin
galería, ni art-dealer, ni representante bajo la denominación que esté de moda,
ni nada de nada más que una obstinada buena voluntad de ser artista).
Capítulo
V: Los enemigos naturales del artista.
V. b) El idealizado amor romántico.
“No
digas tu verdad ni a más amado,
No
demuestres temor ni al más temido,
No
creas que jamás te hayan querido
Por
más besos de amor que te hayan dado.”
Almafuerte, Siete
Sonetos Medicinales - ¡Molto piu Avanti ancora! (fragmento), Poesía Completa, Efecé Editor Buenos Aires 1980, página 84.
Nos educan
en la fantasía de que existe alguien ahí afuera, esperándonos, buscándonos,
dispuesto a salvarnos de todos nuestros males y a proveernos de felicidad perpetua. El “amor
verdadero”, la “otra mitad de nuestra
alma”, ese otro que nos completa e integra. Nos adoctrinan con la falsa convicción de que,
al alcanzar ese espíritu gemelo, ya no
habrá necesidad de explicaciones, que todo será simple y lógico, que sabrá de
nuestras más íntimas y profundas necesidades y las saciará generosamente sin
tener que darle pista alguna de por dónde va la cosa.
Al artista le alcanzan las generales de la ley y le cabe este mal entendido ancestral y, aunque busca su realización
personal a través del arte, ante la
agobiante realidad cotidiana cae también en la farsa y compra el cuento del
amor que salva y libera. Y lo busca,
como cualquiera lo confunde con la más básica y superficial pasión visceral y se enreda en compromisos
absurdos que se tornan al poco tiempo en
relaciones autodestructivas.
Aclarémoslo
de entrada: el “amor” como ese
sentimiento puro, lírico y desinteresado con el que nos machacan desde que
empezamos a descifran nuestro lenguaje oral ES UN INVENTO. No existe. No sería lógico que existiera. No tiene razón antropológica para existir. El sentimiento más parecido (y que
honestamente puede comprobarse) es la amistad.
Que también es rara y excepcional y que si uno la consigue debe darse
por privilegiado.
Pero tanto
nos han taladrado el cráneo con lo de encontrar al amor
de tu vida que uno actúa como una rata de laboratorio condicionada y sale
al laberinto a buscar eso que es imposible que encuentre pero que negado a
darse por vencido suple con experimentos lamentables y acaba frente a al altar
de un dios en el que no cree disfrazado
de muñequito de torta jurando lealtades eternas a la suprema farsa social.
Por suerte,
el artista está geneticamente programado a la autenticidad; entonces estas
estúpidas tradiciones atávicas no duran mucho y pronto coloca las tonterías en
el lugar de las tonterías y la realidad frente a la cara. Socialmente se considera a ese empecinamiento
en ser sincero con uno mismo como la inestabilidad emocional del artista, su
falta de compromiso o su perversa desviación sexual. El artista es incapaz de
auto-mentirse para complacer a la platea.
El amor no existe y el artista no se toma la molestia de disimular esa
verdad.
Si por esas
cosas de la vida (responsabilidad y
sentimentalismo) el artista se queda jugando a la casita, comprueba pronto que su
partenaire es tan nefasto y boicoteador de su carrera como otrora lo fueran sus
lazos parentales. La pareja romántica del
artista odia que éste sea artista. El arte es
ese “otro” al que se le presta demasiada atención, y se sabe que en una pareja
hay que ser siempre absolutamente servil y abandonar la identidad para que el
más fuerte del duo se golpee el pecho como Tarzan
y decida de que liana nos colgamos hoy.
El artista que se deja convencer del mito del amor eterno y de la
felicidad conyugal posterga irremediablemente su carrera si es que no la destruye en
forma total y definitiva.
Quizá la
amistad sea la única nobleza y la única lealtad. Quizá compartir la vida con un amigo sea sí
el mejor modo de vivirla. Pero me temo
que la amistad es mucho más difícil que esa maraña químico-hormonal que se
llama “amor” y que goza de tan buena
prensa, porque en la amistad la traición es inconcebible y en el amor romántico
la traición, el perdón y la reconciliación es parte del ciclo lúdico de los
amantes. El amor es un juego de poder y
sometimiento, la amistad es una cuestión de igualdad y compañía. El amor no
dura más que el rato que la temperatura calienta las aguas, cuando se enfría el
ambiente el amor se evapora. La amistad
es adaptable a todos los climas.
El artista
que superó el repruebo y desamparo del afecto familiar y pudo atravesar la farsa romántica del amor verdadero
que pretenderá someterlo y condicionarlo a las conveniencias de su “otra mitad”,
probablemente haya vencido al enemigo. Momentáneamente. Pero no puede confiarse, porque este enemigo
sigue latente, agazapado, al acecho. A
la espera de ese momento de debilidad en el que necesitamos una mano amiga, un
hombro donde hundir la nariz y abandonarnos al abrazo. Por un instante de calidez podemos desviarnos
del camino. Hay que estar alerta.
“Hombre pequeñito, hombre pequeñito,
Suelta
a tu canario que quiere volar…
Yo
soy el canario, hombre pequeñito,
Déjame
saltar.
Estuve
en tu jaula, hombre pequeñito,
Hombre
pequeñito que jaula me das.
Digo
pequeñito porque no me entiendes,
Ni
me entenderás.
Tampoco
te entiendo, pero mientras tanto
Ábreme
la jaula que quiero escapar;
Hombre
pequeñito, te amé media hora,
No
me pidas más.”
Alfonsina
Storni, Hombre Pequeñito Antología poética, Editorial Losada S.A. Buenos Aires 1965,
página 53.
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