sábado, 13 de diciembre de 2014

   Ser artista en Buenos Aires (ser artista sin galería, ni art-dealer, ni representante bajo la denominación que esté de moda, ni nada de nada más que una obstinada buena voluntad de ser artista).

Capítulo V:  Los enemigos naturales del artista. 
                V. b)  El idealizado amor romántico.


“No digas tu verdad ni a más amado,
No demuestres temor ni al más temido,
No creas que jamás te hayan querido
Por más besos de amor que te hayan dado.”

Almafuerte,  Siete Sonetos Medicinales  - ¡Molto piu Avanti ancora! (fragmento),  Poesía Completa,  Efecé Editor Buenos Aires 1980, página 84.

    Nos educan en la fantasía de que existe alguien ahí afuera, esperándonos, buscándonos, dispuesto a salvarnos de todos nuestros males y a proveernos de  felicidad perpetua.  El “amor verdadero”, la “otra mitad de nuestra alma”,  ese otro que nos completa e integra.  Nos adoctrinan con la falsa convicción de que, al alcanzar ese espíritu gemelo,  ya no habrá necesidad de explicaciones, que todo será simple y lógico, que sabrá de nuestras más íntimas y profundas necesidades y las saciará generosamente sin tener que darle pista alguna de por dónde va la cosa.

    Al artista  le alcanzan las generales de la ley y le cabe este mal entendido ancestral y, aunque busca su realización personal a través del arte,  ante la agobiante realidad cotidiana cae también en la farsa y compra el cuento del amor que salva y libera.  Y lo busca, como cualquiera lo confunde con la más básica y superficial  pasión visceral y se enreda en compromisos absurdos que  se tornan al poco tiempo en relaciones autodestructivas.


    Aclarémoslo de entrada: el “amor” como ese sentimiento puro, lírico y desinteresado con el que nos machacan desde que empezamos a descifran nuestro lenguaje oral ES UN INVENTO.  No existe.  No sería lógico que existiera.  No tiene razón antropológica para existir.  El sentimiento más parecido (y que honestamente puede comprobarse) es la amistad.  Que también es rara y excepcional y que si uno la consigue debe darse por privilegiado.

    Pero tanto nos han taladrado el cráneo con lo de encontrar al amor de tu vida que uno actúa como una rata de laboratorio condicionada y sale al laberinto a buscar eso que es imposible que encuentre pero que negado a darse por vencido suple con experimentos lamentables y acaba frente a al altar de un dios en el que no cree  disfrazado de muñequito de torta jurando lealtades eternas a la suprema farsa social.

   Por suerte, el artista está geneticamente programado a la autenticidad; entonces estas estúpidas tradiciones atávicas no duran mucho y pronto coloca las tonterías en el lugar de las tonterías y la realidad frente a la cara.  Socialmente se considera a ese empecinamiento en ser sincero con uno mismo como la inestabilidad emocional del artista, su falta de compromiso o su perversa desviación sexual. El artista es incapaz de auto-mentirse para complacer a la platea.  El amor no existe y el artista no se toma la molestia de disimular esa verdad.


   Si por esas cosas de la vida  (responsabilidad y sentimentalismo) el artista se queda jugando a la casita, comprueba pronto que su partenaire es tan nefasto y boicoteador de su carrera como otrora lo fueran sus lazos parentales.  La pareja romántica del artista odia que éste sea artista.  El arte es ese “otro” al que se le presta demasiada atención, y se sabe que en una pareja hay que ser siempre absolutamente servil y abandonar la identidad para que el más fuerte del duo se golpee el pecho como Tarzan y decida de que liana nos colgamos hoy.  El artista que se deja convencer del mito del amor eterno y de la felicidad conyugal posterga irremediablemente su carrera si es que no la destruye en forma total y definitiva.
  
    Quizá la amistad sea la única nobleza y la única lealtad.  Quizá compartir la vida con un amigo sea sí el mejor modo de vivirla.  Pero me temo que la amistad es mucho más difícil que esa maraña químico-hormonal que se llama “amor” y que goza de tan buena prensa, porque en la amistad la traición es inconcebible y en el amor romántico la traición, el perdón y la reconciliación es parte del ciclo lúdico de los amantes.  El amor es un juego de poder y sometimiento, la amistad es una cuestión de igualdad y compañía. El amor no dura más que el rato que la temperatura calienta las aguas, cuando se enfría el ambiente el amor se evapora.  La amistad es adaptable a todos los climas.

   El artista que superó el repruebo y desamparo del afecto familiar  y pudo atravesar la farsa romántica del amor verdadero que pretenderá someterlo y condicionarlo a las conveniencias de su “otra mitad”, probablemente haya vencido al enemigo. Momentáneamente.  Pero no puede confiarse, porque este enemigo sigue latente, agazapado, al acecho.  A la espera de ese momento de debilidad en el que necesitamos una mano amiga, un hombro donde hundir la nariz y abandonarnos al abrazo.  Por un instante de calidez podemos desviarnos del camino.  Hay que estar alerta. 


Hombre pequeñito, hombre pequeñito,
Suelta a tu canario que quiere volar…
Yo soy el canario, hombre pequeñito,
Déjame saltar.
Estuve en tu jaula, hombre pequeñito,
Hombre pequeñito que jaula me das.
Digo pequeñito porque no me entiendes,
Ni me entenderás.
Tampoco te entiendo, pero mientras tanto
Ábreme la jaula que quiero escapar;
Hombre pequeñito,  te amé media hora,
No me pidas más.”


Alfonsina Storni,  Hombre Pequeñito  Antología poética,  Editorial Losada S.A. Buenos Aires 1965, página 53.




No hay comentarios:

Publicar un comentario