sábado, 14 de febrero de 2015

Artistas mujeres versus artistas varones.


   Nunca, en los muchos años que tengo dedicados al arte, me encontré boicoteada o concretamente perjudicada por un artista varón.  Si sucedió, yo no me di cuenta.  He sido rechazada, censurada y hasta, hilando fino, un poco maltratada.  Pero jamás fue por una cuestión de “lucha de sexos” o prejuicio de género, sino porque: a) lo que yo hacía no era suficientemente bueno (en mis inicios, decididamente malo); b) por no estar dentro de los parámetros estéticos del espacio/galería/curador; c) ¡demasiados desnudos!.  Pero era indistinto quien argüía esas razones, hombres y mujeres por igual han dicho a lo largo del tiempo ¡NO! a mi trabajo.

     Tampoco he tenido conocimiento de hechos ciertos (de los que fuera testigo o confiara lo suficiente en quien me trasmitiera el relato) donde artistas mujeres de mi entorno se vieran realmente perjudicadas en su carrera por otros artistas varones.  También es cierto que mayoritariamente me he movido en la periferia, donde todos (tanto hombres como mujeres) remamos contra la corriente a fuerza de pura pasión, donde los escollos son comunes y tendemos a apoyarnos mutuamente con camaradería y mucho sentido del humor  más que a hacernos zancadillas arteras.

    La racionalización extrema del asunto lleva a considerar que el artista hombre probablemente le ponga más garra al desarrollo de una carrera.  Que son por instinto atávico más hábiles para la lucha. Que su escasa sensibilidad les libera de remordimientos por hacer lo que deban hacer en pos de su meta.  Como le explica Manolito a Mafalda: “Nadie puede amasar una fortuna sin hacer harina a los demás”.

    Pero puesto el artista varón  y la artista mujer en la confrontación directa por el mismo espacio o mérito, no sé si las características biológicas marca alguna diferencia a favor.  Si juega en beneficio el amparo de la secta (el mercado manejado por hombres hará todo a su alcance para favorecer a su congénere), pero estas acciones corporativas son ídolos con pies de barro para cualquier mujer con dos dedos de frente y un dedo de astucia, la que al grito de “¡discriminación! ¡violencia de género!” pateará el tablero y pondrá, con suma facilidad y gracia, todas las bazas a su favor.

     El pasado histórico de la mujer como víctima la ha vuelto lo suficientemente pérfida como para utilizar a su favor y sin ningún escrúpulo todos los patéticos “mecanismos de defensa de la igualdad de género”, utilización que no le causará remordimiento alguno porque sabe con certeza que cualquier hombre, en esa situación, también lo haría.  Qué duda cabe, hombres y mujeres somos la misma cosa y a la hora de jugar sucio nos hacemos las mismas tretas. 

     Es posible que haya maneras distintas de moverse, de proyectar una carrera, de vincularse con la obra propia y con el mercado.  Pero dudo que puedan agruparse en maneras de mujeres y maneras de hombres.  Yo he coincidido, a lo largo de los años, en múltiples afinidades con personas de ambos sexos, y he desarrollado auténtico fastidio también por varias personas con independencia de su género.  ¿Por qué seguimos creyendo que el sexo biológico de la gente puede marcar diferenciaciones contundentes que autoricen a generalizar?  Supongo que porque es más fácil.  Las mujeres tal cosa, los hombres tal otra…  Eso nos evita el ver al otro como un individuo, con una personalidad única y exclusiva que nos desafía al conocimiento y a la comprensión.  En vez de emprender la aventura de descubrir la realidad de quién tenemos en frente, optamos por la superficial generalidad de decir: “Bah, es hombre, es un bruto insensible.  Bah, es una mujer, es una llorona estúpida y maternal.”


     El arte es cosa de individuos.  El arte es autenticidad y unicidad. El arte tiende a lo distinto y lo exclusivo.   El arte sólo exige arte.   Y todo lo demás es literatura…





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