Artistas
mujeres versus artistas varones.
Nunca, en
los muchos años que tengo dedicados al arte, me encontré boicoteada o concretamente
perjudicada por un artista varón. Si
sucedió, yo no me di cuenta. He sido
rechazada, censurada y hasta, hilando fino, un poco maltratada. Pero jamás fue por una cuestión de “lucha de sexos” o prejuicio de género,
sino porque: a) lo que yo hacía no
era suficientemente bueno (en mis
inicios, decididamente malo); b)
por no estar dentro de los parámetros estéticos del espacio/galería/curador; c) ¡demasiados desnudos!. Pero era
indistinto quien argüía esas razones, hombres y mujeres por igual han dicho a
lo largo del tiempo ¡NO! a mi trabajo.
Tampoco
he tenido conocimiento de hechos ciertos (de los que fuera testigo o confiara lo
suficiente en quien me trasmitiera el relato) donde artistas mujeres de mi
entorno se vieran realmente perjudicadas en su carrera por otros artistas
varones. También es cierto que
mayoritariamente me he movido en la periferia, donde todos (tanto hombres como
mujeres) remamos contra la corriente a fuerza de pura pasión, donde los
escollos son comunes y tendemos a apoyarnos mutuamente con camaradería y mucho
sentido del humor más que a hacernos
zancadillas arteras.
La
racionalización extrema del asunto lleva a considerar que el artista hombre probablemente
le ponga más garra al desarrollo de una carrera. Que son por instinto atávico más hábiles para
la lucha. Que su escasa sensibilidad les libera de remordimientos por hacer lo
que deban hacer en pos de su meta. Como
le explica Manolito a Mafalda: “Nadie puede amasar una fortuna sin hacer harina a los demás”.
Pero
puesto el artista varón y la artista
mujer en la confrontación directa por el mismo espacio o mérito, no sé si las
características biológicas marca alguna diferencia a favor. Si juega en beneficio el amparo de la secta
(el mercado manejado por hombres hará todo a su alcance para favorecer a su
congénere), pero estas acciones corporativas son ídolos con pies de barro para
cualquier mujer con dos dedos de frente y un dedo de astucia, la que al grito de
“¡discriminación!
¡violencia de género!” pateará el tablero y pondrá, con suma facilidad
y gracia, todas las bazas a su favor.
El pasado
histórico de la mujer como víctima la ha vuelto lo suficientemente pérfida como
para utilizar a su favor y sin ningún escrúpulo todos los patéticos “mecanismos de defensa de la igualdad de
género”, utilización que no le causará remordimiento alguno porque sabe con
certeza que cualquier hombre, en esa situación, también lo haría. Qué duda cabe, hombres y mujeres somos la
misma cosa y a la hora de jugar sucio nos hacemos las mismas tretas.
Es
posible que haya maneras distintas de moverse, de proyectar una carrera, de
vincularse con la obra propia y con el mercado.
Pero dudo que puedan agruparse en maneras
de mujeres y maneras de hombres. Yo he coincidido, a lo largo de los años, en
múltiples afinidades con personas de ambos sexos, y he desarrollado auténtico
fastidio también por varias personas con independencia de su género. ¿Por qué seguimos creyendo que el sexo
biológico de la gente puede marcar diferenciaciones contundentes que autoricen
a generalizar? Supongo que porque es más
fácil. Las mujeres tal cosa, los hombres tal otra… Eso nos evita el ver al otro como un
individuo, con una personalidad única y exclusiva que nos desafía al
conocimiento y a la comprensión. En vez
de emprender la aventura de descubrir la realidad de quién tenemos en frente,
optamos por la superficial generalidad de decir: “Bah, es hombre, es un bruto insensible. Bah, es una mujer, es una llorona estúpida y maternal.”
El arte
es cosa de individuos. El arte es
autenticidad y unicidad. El arte tiende a lo distinto y lo exclusivo. El arte sólo exige arte. Y todo lo demás es literatura…
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