Creo
firmemente en que las cosas –esas cosas en las que hemos intervenido de modo fugaz como sus
creadores- tiene un destino propio, por completo independiente de nuestros
deseos y de nuestros designios. Que aun
la propiedad intelectual que ejercemos sobre ellas es meramente circunstancial,
que si queremos el dominio absoluto debemos optar por no crear nada. Lo que hacemos es para afuera, para el
otro. Nuestras obras a la larga nos
serán ajenas. Y, honestamente, me parece
muy bien que así sea.
Supongo
que a todos los artistas les pasa. Hay
obras que hicimos hace veinte años y que hoy nos resultan tan extrañas como si
jamás hubiéramos tenido que ver con ellas. Que nos hacen sentir incapaces de repetir la experiencia. Si hay suerte (y nuestro trabajo es lo suficientemente bueno para merecer trascender) la obra hará su camino, construirá su propia mitología y al
significado original del que la dotó su autor se enriquecerá con los sentidos y
la historia que sus eventuales espectadores o sus posteriores propietarios le
agreguen.
Cada vez
que tuve la posibilidad de vender una obra (a más del personal halago que
implica que alguien aparte de mí la quiera y desee tenerla ante sus ojos
cotidianamente), intenté por todos mis medios de posibilitar esa venta, aun
cuando en números y beneficios no saliera yo –precisamente- bien parada. Siempre me interesó que la obra siguiera su
camino. Que avanzara. Que se fuera lejos de mí. Y, claro, conservando la fantasía de algún
día, dentro de muchos años, volver a encontrarnos y saber que fue de su vida mientras le digo de la mía, como esos viejos amigos del alma que se conservan pese al
tiempo y las distancias.
Ha
surgido la oportunidad de que cuatro pequeñas obras pasen a manos de un
coleccionista inglés. La gente normal se
estaría planteando esta cuestión como un asunto de negocios. Yo sólo me preocupo de no obstaculizarle a mi
trabajo el llegar a su futuro. Las
cuestiones sensatas (de esas de las que los art-dealers, galeristas y
publicistas me sermonean constantemente) me suenan un idioma desconocido y ajeno a mi interés. Yo sólo puedo concentrar mi atención en
asegurar que mis obras lleguen hasta quién las quiere. Inician su peregrinar con fe en un buen
puerto. A mi alcance está darles el empujón
inicial, encomendándolas a todos los dioses que amparan los largos viajes y aseguran
el grato arribo.
Bon voyage, good trip, gute reise, hasta que nos
volvamos a encontrar…
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