sábado, 7 de febrero de 2015

Sobre el arte, el feminismo y “la importancia de llamarse Ernesto”.

III.  Licencia a la diferencia.  Casos prácticos.



      “Dicen que Lola Mora fue amante de Julio A. Roca, que era bisexual y que se casó con un hombre 17 años menor para acallar rumores. También dicen que, ni bien murió, sus sobrinas quemaron todos sus papeles para que nada de esto se supiera. Cuentan que vestía bombachas de gaucho y que quiso entrar en la masonería, pero la rechazaron por ser mujer. Pero poco se sabe con certeza sobre Dolores Candelaria Mora Vega. Ni siquiera su fecha y lugar de nacimiento. Según su acta de bautismo, nació el 22 de abril de 1867 en Trancas, Tucumán. (…)  A Lola Mora la estigmatizaron como libertina porque se atrevió a ser artista y a mostrar el esplendor del cuerpo humano. Algo inaceptable para la sociedad pacata y machista de inicios del siglo XX.

     (…)  Hija de un hacendado, Lola Mora tomó clases particulares en Tucumán con el pintor italiano Santiago Falcucci, que le inculcó su estilo neoclasicista y romántico. Cuando expuso sus trabajos se armó revuelo, sólo por el hecho de que era mujer. En 1896, ganó por concurso una beca nacional para perfeccionarse en Roma. Allí fue discípula del pintor Francesco Paolo Michetti y del escultor Giulio Monteverde, que la convenció de que se dedicara sólo a la escultura.

     Tres años después, durante la segunda presidencia de Roca, Lola volvió al país con un boceto de la Fuente de las Nereidas. Se la ofreció a la Municipalidad a cambio de que le pagaran los materiales. El intendente Adolfo Bullrich la aceptó para ponerla en Plaza de Mayo. En Roma, la escultora talló en mármol las distintas partes. Y en 1902, las trajo a Buenos Aires. Pero los moralistas se horrorizaron al ver la versión de Mora del Nacimiento de Venus, con tritones y nereidas desnudos y la diosa del amor sentada en una valva. Y se opusieron a que la fuente estuviera frente a la Catedral. Terminó en el Parque Colón, en Alem y Perón. La escultora espantó a todos porque usaba pantalones y se trepaba a los andamios. La fuente fue inaugurada el 21 de mayo de 1903, pero 15 años después la relegaron a la Costanera Sur. (…)  

Nora Sánchez Lola Mora debió esperar 93 años, Clarín, 10 de marzo de 2014.-




     Sofonisba Anguissola (1532-1625)  “Sofonisba tuvo como primer maestro en los rudimentos básicos de la pintura a Bernardino Campi.  Como las jóvenes aprendices tenían prohibido practicar con modelos, la experiencia de Sofonisba se restringía al retrato de los miembros de su familia -logrando escenas cotidianas de una delicada intimidad- y al de sí misma, llegando a encontrarse autorretratos suyos desde los quince hasta casi los noventa años.  A los 21 años, luego de pasar unos tres años como aprendiz de Bernardino Gatti, viajó a Roma, donde recibió el consejo de Miguel Ángel y su fama como artista fue aumentando, tanto que uno de sus autorretratos fue adquirido por el Papa Julio III. Giorgio Vasari llegó a citarla en su libro “Vidas de los más sobresalientes arquitectos, escultores y pintores”.  (…)  



     Artemisia Gentileschi,  (1593-1656)   “El 8 de julio de 1593 nació en Roma Artemisia, la hija del pintor barroco Orazio Gentileschi (…)  La niña perdió a su madre a los doce años y quedó al cuidado de su padre, quien la guio en el arte de la pintura, mostrándole el trabajo de los artistas de Roma y enseñándole la técnica del contraste de luz y sombra (chiaroscuro)… (…)  Algunas fuentes indican que a los 19 años Orazio la puso bajo la instrucción del pintor Agostino Tassi para que le enseñase perspectiva, ya que las escuelas de Bellas Artes no permitían la inscripción de mujeres. (…) En 1612, Tassi violó a Artemisia e intentó calmar la situación con promesas de matrimonio que no se cumplieron, ya que resultó ser casado, por lo que Orazio inició un juicio en su contra ante el Tribunal Papal. El proceso, que duró siete meses, fue tremendamente humillante y traumático. Artemisia relató con crudeza los hechos de su violación -testimonio que se conserva en los registros de la época-, fue sometida a exámenes ginecológicos y se le aplicaron instrumentos de tortura en los dedos para comprobar la veracidad de su relato. En el transcurso se pudo comprobar también que Tassi intentó asesinar a su esposa, a quien consiguió por violación, cometió incesto con su cuñada y quiso robar unas pinturas de Orazio, y por todo esto fue condenado a un año de prisión y el exilio de los Estados Pontificios. Para restablecer su honra, Artemisia contrajo matrimonio con un modesto pintor, Piero Antonio Stiattesi, un mes después del juicio. Posteriormente, en su obra “Judith decapitando a Holofernes” (1612-1613), se dice que la artista reflejó su sufrimiento emocional en el gesto casi placentero y de intensa determinación de Judith al realizar este acto, nunca antes representado de esta manera. (…)” 

Fuente: http://mujerespintoras.blogspot.com.ar/2008/01/artemisia-gentileschi-1593-1656.html



     Berthe Morisot, 1841- 1895   “Se le negó el ingreso en la Academia de Bellas Artes por el simple hecho de ser mujer. Tan solo le quedaba acudir al Louvre y hacer copias de obras de los grandes maestros. Así lo hizo junto a su hermana Edma. Pero Berthe Morisot (Bourges, 1841- París, 1895) estaba llamada a hacer grandes cosas en el mundo del arte. Y de ello tuvieron gran parte de «culpa» dos pintores. Por un lado, Corot, que en 1860 se convirtió en el nuevo maestro de las hermanas Morisot, y gracias al cual abandonaron el museo y salieron a pintar al aire libre.   Pero, para Berthe, más importante aún que Corot fue Manet, a quien conoce en 1868. Fue Manet quien sacó de ella la gran pintora que llevaba dentro. Pronto se convirtió en su modelo preferida. Posó para él en una decena de cuadros, algunos tan célebres como «El balcón», del Museo d'Orsay. En cierta manera estaba obsesionado con esta bella, culta e inteligente mujer, nacida en 1841 en una familia de la alta burguesía. La obsesión parece mutua, a tenor de las cartas de Berthe a su hermana: «Jamás olvidaré los antiguos días de amistad y de intimidad, cuando posaba para él y el encanto de su espíritu me mantenía muy despierta durante largas horas...» Siempre se rumoreó que hubo una relación sentimental entre ellos, pero nunca se pudo confirmar. Berthe acabó casándose con Eugène Manet, hermano del pintor. (…)”  



     Camille Claudel, 1864 – 1943   
“Hija mayor de una familia burguesa de tres niños, Camille Claudel nace el 8 de diciembre de 1864, en un pueblo pequeño cerca de Soissons. Su vocación artística, que se afirma muy pronto, la incita desde la infancia a moldear la arcilla. Voluntaria y tenaz, continua su vocación instalándose en París, para asistir a las clases de la Academia Colarossi.  Ya con dieciocho años de edad, la joven se beneficia de los consejos del escultor Alfred Boucher que, requerido en Italia, solicita a Rodin que corrija, en su ausencia, a las jóvenes que comparten un taller con ella. (…)  De 1882, fecha de su primer encuentro, hasta 1892, fecha de la ruptura, Camille Claudel y Auguste Rodin estuvieron condenados a no compartir jamás el reposo y la estabilidad.  La escultura que desempeña un papel central en su historia, no siempre se ejecuta serenamente: aprendizaje, frustraciones, búsqueda de la expresión, del modelado… pero fuente de connivencia ineludible y profunda de sus mentes.  Tras diez años de pasión amorosa, repletos de comunicaciones sin indulgencia, de trabajo, de malentendidos y de decepciones recíprocas, Camille Claudel da por finalizada su historia, sabiendo que es definitivo, y pretende de ahora en adelante dedicarse exclusivamente a su carrera. (…)  Tras romper su relación amorosa, Camille Claudel quiere emanciparse para siempre de la tutela de su maestro, que considera demasiado abrumadora. Con una preocupación de afirmar su propia identidad creadora, en ruptura total con la del escultor, privilegia entonces investigaciones opuestas, experimentando nuevas escenas intimistas, hasta la fecha solo utilizadas en el ámbito pictórico. (…)”  

Fuente: http://www.musee-rodin.fr/es/colecciones/camille-claudel



     Tamara de Lempicka, 1898 – 1980  “Sabemos que Tamara odiaba el comunismo y que la Revolución Bolchevique tambaleó su cómoda vida plagada de lujosas fiestas y comodidades y que la obligaría definitivamente a salir de la Rusia revolucionaria, junto con muchos de los nobles rusos,  ricos y decadentes que posteriormente se dedicaría a retratar.  Antes de la revolución, estudió arte y vivió durante los meses previos a la revolución  en la capital rusa, Petrogrado, sin pasar penalidad alguna y asistiendo a lujosas fiestas de élite junto a su marido, mientras los ciudadanos en las calles pasaban hambre y morían de frío.  Con el telón de fondo de la desastrosa guerra del frente occidental contra los alemanes,  la caída inminente del zarismo y la llegada de los bolcheviques al poder, el marido de Tamara será detenido por sus actividades contrarrevolucionarias y solo será puesto en libertad gracias a las influencias del cónsul de Suecia y a los favores sexuales que éste se cobraría en la convencida zarista Tamara. (…) …Una joven y casada Tamara viviría en Copenhague hasta que en 1918, el matrimonio se traslada a París, donde la necesidad económica empuja a Tamara a pintar.  En pocos años, su técnica y estilo, y sus contactos, la convierten en una pintora de moda y toda la burguesía y la nobleza, exiliada o no, buscan de sus servicios de retratista.” 

Fuente: https://jesusangelortega.wordpress.com/2009/10/17/tamara-de-lempicka-%E2%80%9Cla-mujer-de-oro%E2%80%9D/




     Frida Kahlo, 1907 – 1954  “El signo trágico de su existencia, marcada por la lucha contra la enfermedad, había comenzado cuando a los seis años contrajo una poliomielitis que le dejó importantes secuelas. En 1925 sufrió un grave accidente de tráfico que le fracturó la columna vertebral y la pelvis. Además de imposibilitarle tener hijos, el accidente fue la causa de numerosas operaciones futuras y de una salud siempre precaria.  A través de la pintura, que empezó a practicar en los largos meses de inmovilidad tras el accidente, Frida Kahlo reflejaría de forma soberbia la colisión entre su ansia de felicidad y la insistente amenaza de su destrucción, a la vez que conjuraba la dualidad irreductible entre los sueños (de amor, de hijos) y la realidad (dolor e impotencia).  Durante la convalecencia del accidente, sin poder ni siquiera incorporarse, comenzó a pintar tomándose ella misma como modelo principal. Le colocaron un espejo bajo el baldaquino de su cama y un carpintero le fabricó una especie de caballete que le permitía pintar estando acostada. Éste fue el inicio de una larga serie de autorretratos, tema que ocupa el grueso de su producción, de carácter fundamentalmente autobiográfico. En una ocasión afirmó: "Me retrato a mí misma porque paso mucho tiempo sola y porque soy el motivo que mejor conozco."  (…)”  


      “…Todas esas mujeres fueron reales. Existieron. Pintaron o esculpieron. Y triunfaron. La gran pregunta es por qué no aparecen en la mayor parte de los libros de historia del arte. Y por qué no vemos sus obras en los museos. Supongo que la respuesta la tienen los hombres que, mayoritariamente, han ejercido como historiadores, críticos y conservadores hasta tiempos muy recientes. Ellos, defensores conscientes o inconscientes del androcentrismo en la cultura, han relegado a las escasas artistas históricas al olvido. Han omitido sus nombres en sus estudios, han arrumbado sus cuadros en los depósitos o los han colgado en los rincones más oscuros de las salas. Y a veces, los han expuesto bajo los nombres de grandes maestros, por supuesto varones: sin ir más lejos, en el Museo del Prado han “aparecido” en los últimos años dos espléndidos retratos de Sofonisba Anguissola y uno más que se le atribuye, cuadros que siempre se habían considerado obras de otros pintores. 

     Sí, ya sé, ya sé, el eterno recelo: es cierto que ninguna de ellas llegó a ser Leonardo o Velázquez o Goya. No hubo ningún genio entre esas pintoras. Pero quienes afirman eso suelen olvidar que su número fue mucho menor que el de los hombres, su lucha mucho más intensa y probablemente su autoestima infinitamente más débil. Y que, desde luego, tampoco la mayoría de los artistas masculinos que aparecen en los manuales de historia del arte y que cuelgan en los museos fueron Leonardo, ni Velázquez, ni Goya. Y, sin embargo, ahí están. Visibles y recordados, aunque no fueran los mejores, mientras ellas descansan todavía, en buena medida, en el limbo —tan femenino— de la inexistencia.” 

 Publicado en EL PAÍS por Ángeles Caso.  (Licenciada en Historia del Arte y  autora del ensayo Las olvidadas. Una historia de mujeres creadoras.) 

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