Sobre
el arte, el feminismo y “la importancia
de llamarse Ernesto”.
III. Licencia a la diferencia. Casos prácticos.
“Dicen que Lola Mora fue amante de Julio A. Roca, que era bisexual y que
se casó con un hombre 17 años menor para acallar rumores. También dicen que, ni
bien murió, sus sobrinas quemaron todos sus papeles para que nada de esto se
supiera. Cuentan que vestía bombachas de gaucho y que quiso entrar en la
masonería, pero la rechazaron por ser mujer. Pero poco se sabe con certeza
sobre Dolores Candelaria Mora Vega.
Ni siquiera su fecha y lugar de nacimiento. Según su acta de bautismo, nació el
22 de abril de 1867 en Trancas, Tucumán. (…) A Lola
Mora la estigmatizaron como libertina porque se atrevió a ser artista y a
mostrar el esplendor del cuerpo humano. Algo inaceptable para la sociedad
pacata y machista de inicios del siglo XX.
(…) Hija de
un hacendado, Lola Mora tomó clases
particulares en Tucumán con el pintor italiano Santiago Falcucci, que le inculcó su estilo neoclasicista y
romántico. Cuando expuso sus trabajos se armó revuelo, sólo por el hecho de que
era mujer. En 1896, ganó por concurso una beca nacional para perfeccionarse en Roma. Allí fue discípula del pintor Francesco Paolo Michetti y del escultor
Giulio Monteverde, que la convenció
de que se dedicara sólo a la escultura.
Tres años después, durante la segunda presidencia de
Roca, Lola volvió al país con un boceto de la Fuente de las Nereidas.
Se la ofreció a la Municipalidad a cambio de que le pagaran los materiales. El
intendente Adolfo Bullrich la aceptó
para ponerla en Plaza de Mayo. En Roma,
la escultora talló en mármol las distintas partes. Y en 1902, las trajo a Buenos Aires. Pero los moralistas se
horrorizaron al ver la versión de Mora
del Nacimiento de Venus, con tritones
y nereidas desnudos y la diosa del amor sentada en una valva. Y se opusieron a
que la fuente estuviera frente a la Catedral.
Terminó en el Parque Colón, en Alem y
Perón. La escultora espantó a todos porque usaba pantalones y se trepaba a
los andamios. La fuente fue inaugurada el 21 de mayo de 1903, pero 15 años
después la relegaron a la Costanera Sur.
(…)
Nora
Sánchez Lola Mora debió esperar 93 años, Clarín, 10 de marzo de 2014.-
Sofonisba
Anguissola (1532-1625) “Sofonisba tuvo como primer maestro en los rudimentos básicos de la
pintura a Bernardino Campi. Como las jóvenes aprendices tenían prohibido
practicar con modelos, la experiencia de Sofonisba
se restringía al retrato de los miembros de su familia -logrando escenas cotidianas
de una delicada intimidad- y al de sí misma, llegando a encontrarse
autorretratos suyos desde los quince hasta casi los noventa años. A los 21 años, luego de pasar unos tres años
como aprendiz de Bernardino Gatti, viajó a Roma,
donde recibió el consejo de Miguel Ángel
y su fama como artista fue aumentando, tanto que uno de sus autorretratos fue
adquirido por el Papa Julio III. Giorgio Vasari llegó a citarla en su
libro “Vidas de los más sobresalientes arquitectos, escultores y pintores”. (…)
Artemisia Gentileschi, (1593-1656) “El 8 de julio de 1593 nació en Roma Artemisia, la hija del pintor barroco Orazio Gentileschi (…) La niña perdió a su madre a los doce años y quedó al cuidado de su padre, quien la guio en el arte de la pintura, mostrándole el trabajo de los artistas de Roma y enseñándole la técnica del contraste de luz y sombra (chiaroscuro)… (…) Algunas fuentes indican que a los 19 años Orazio la puso bajo la instrucción del pintor Agostino Tassi para que le enseñase perspectiva, ya que las escuelas de Bellas Artes no permitían la inscripción de mujeres. (…) En 1612, Tassi violó a Artemisia e intentó calmar la situación con promesas de matrimonio que no se cumplieron, ya que resultó ser casado, por lo que Orazio inició un juicio en su contra ante el Tribunal Papal. El proceso, que duró siete meses, fue tremendamente humillante y traumático. Artemisia relató con crudeza los hechos de su violación -testimonio que se conserva en los registros de la época-, fue sometida a exámenes ginecológicos y se le aplicaron instrumentos de tortura en los dedos para comprobar la veracidad de su relato. En el transcurso se pudo comprobar también que Tassi intentó asesinar a su esposa, a quien consiguió por violación, cometió incesto con su cuñada y quiso robar unas pinturas de Orazio, y por todo esto fue condenado a un año de prisión y el exilio de los Estados Pontificios. Para restablecer su honra, Artemisia contrajo matrimonio con un modesto pintor, Piero Antonio Stiattesi, un mes después del juicio. Posteriormente, en su obra “Judith decapitando a Holofernes” (1612-1613), se dice que la artista reflejó su sufrimiento emocional en el gesto casi placentero y de intensa determinación de Judith al realizar este acto, nunca antes representado de esta manera. (…)”
Fuente: http://mujerespintoras.blogspot.com.ar/2008/01/artemisia-gentileschi-1593-1656.html
Berthe
Morisot, 1841- 1895 “Se le negó el ingreso
en la Academia de Bellas Artes por el
simple hecho de ser mujer. Tan solo le quedaba acudir al Louvre y hacer copias de obras de los grandes maestros. Así lo hizo
junto a su hermana Edma. Pero Berthe Morisot (Bourges, 1841- París, 1895) estaba llamada a hacer grandes cosas en el mundo del
arte. Y de ello tuvieron gran parte de «culpa» dos pintores. Por un lado, Corot, que en 1860 se convirtió en el
nuevo maestro de las hermanas Morisot,
y gracias al cual abandonaron el museo y salieron a pintar al aire libre. Pero,
para Berthe, más importante aún que Corot fue Manet, a quien conoce en 1868. Fue Manet quien sacó de ella la gran pintora que llevaba
dentro. Pronto se convirtió en su modelo preferida. Posó para él en una
decena de cuadros, algunos tan célebres como «El balcón», del Museo d'Orsay. En cierta manera estaba
obsesionado con esta bella, culta e inteligente mujer, nacida en 1841 en una
familia de la alta burguesía. La obsesión parece mutua, a tenor de las cartas
de Berthe a su hermana: «Jamás
olvidaré los antiguos días de amistad y de intimidad, cuando posaba para él y
el encanto de su espíritu me mantenía muy despierta durante largas horas...»
Siempre se rumoreó que hubo una relación sentimental entre ellos, pero nunca se
pudo confirmar. Berthe acabó
casándose con Eugène Manet, hermano
del pintor. (…)”
Camille Claudel, 1864 – 1943 “Hija mayor de una familia
burguesa de tres niños, Camille
Claudel nace el 8 de diciembre de 1864, en un pueblo pequeño
cerca de Soissons. Su vocación artística, que se afirma muy pronto, la incita desde la
infancia a moldear la arcilla. Voluntaria y tenaz, continua su vocación
instalándose en París, para asistir a las clases de la Academia Colarossi. Ya con dieciocho años de edad,
la joven se beneficia de los consejos del escultor Alfred Boucher que, requerido en Italia, solicita a Rodin que corrija, en su ausencia, a las jóvenes que comparten un taller con
ella. (…) De 1882, fecha de su primer
encuentro, hasta 1892, fecha de la ruptura, Camille Claudel y Auguste Rodin estuvieron condenados a no compartir jamás el reposo y la estabilidad. La escultura que desempeña un papel central
en su historia, no siempre se ejecuta serenamente: aprendizaje, frustraciones,
búsqueda de la expresión, del modelado… pero fuente de connivencia ineludible y
profunda de sus mentes. Tras diez años
de pasión amorosa, repletos de comunicaciones sin indulgencia, de trabajo,
de malentendidos y de decepciones recíprocas, Camille Claudel da por
finalizada su historia, sabiendo que es definitivo, y pretende de ahora en
adelante dedicarse exclusivamente a su carrera. (…) Tras romper su relación amorosa, Camille Claudel quiere emanciparse para siempre de la tutela de su maestro, que
considera demasiado abrumadora. Con una preocupación de afirmar su propia
identidad creadora, en ruptura total con la del escultor, privilegia entonces
investigaciones opuestas, experimentando nuevas escenas intimistas, hasta la
fecha solo utilizadas en el ámbito pictórico. (…)”
Fuente: http://www.musee-rodin.fr/es/colecciones/camille-claudel
Tamara de Lempicka, 1898 – 1980 “Sabemos que Tamara odiaba el comunismo y que la Revolución Bolchevique tambaleó su cómoda vida plagada de lujosas fiestas y comodidades y que la obligaría definitivamente a salir de la Rusia revolucionaria, junto con muchos de los nobles rusos, ricos y decadentes que posteriormente se dedicaría a retratar. Antes de la revolución, estudió arte y vivió durante los meses previos a la revolución en la capital rusa, Petrogrado, sin pasar penalidad alguna y asistiendo a lujosas fiestas de élite junto a su marido, mientras los ciudadanos en las calles pasaban hambre y morían de frío. Con el telón de fondo de la desastrosa guerra del frente occidental contra los alemanes, la caída inminente del zarismo y la llegada de los bolcheviques al poder, el marido de Tamara será detenido por sus actividades contrarrevolucionarias y solo será puesto en libertad gracias a las influencias del cónsul de Suecia y a los favores sexuales que éste se cobraría en la convencida zarista Tamara. (…) …Una joven y casada Tamara viviría en Copenhague hasta que en 1918, el matrimonio se traslada a París, donde la necesidad económica empuja a Tamara a pintar. En pocos años, su técnica y estilo, y sus contactos, la convierten en una pintora de moda y toda la burguesía y la nobleza, exiliada o no, buscan de sus servicios de retratista.”
Fuente: https://jesusangelortega.wordpress.com/2009/10/17/tamara-de-lempicka-%E2%80%9Cla-mujer-de-oro%E2%80%9D/
Frida
Kahlo, 1907 – 1954 “El
signo trágico de su existencia, marcada por la lucha contra la enfermedad,
había comenzado cuando a los seis años contrajo una poliomielitis que le dejó
importantes secuelas. En 1925 sufrió un grave accidente de tráfico que le
fracturó la columna vertebral y la pelvis. Además de imposibilitarle tener
hijos, el accidente fue la causa de numerosas operaciones futuras y de una
salud siempre precaria. A través de la
pintura, que empezó a practicar en los largos meses de inmovilidad tras el
accidente, Frida Kahlo reflejaría de
forma soberbia la colisión entre su ansia de felicidad y la insistente amenaza
de su destrucción, a la vez que conjuraba la dualidad irreductible entre los
sueños (de amor, de hijos) y la realidad (dolor e impotencia). Durante la convalecencia del accidente, sin
poder ni siquiera incorporarse, comenzó a pintar tomándose ella misma como
modelo principal. Le colocaron un espejo bajo el baldaquino de su cama y un
carpintero le fabricó una especie de caballete que le permitía pintar estando
acostada. Éste fue el inicio de una larga serie de autorretratos, tema que
ocupa el grueso de su producción, de carácter fundamentalmente autobiográfico.
En una ocasión afirmó: "Me retrato a mí misma porque paso
mucho tiempo sola y porque soy el motivo que mejor conozco."
(…)”
“…Todas esas
mujeres fueron reales. Existieron. Pintaron o esculpieron. Y triunfaron. La
gran pregunta es por qué no aparecen en la mayor parte de los libros de
historia del arte. Y por qué no vemos sus obras en los museos. Supongo que la
respuesta la tienen los hombres que, mayoritariamente, han ejercido como
historiadores, críticos y conservadores hasta tiempos muy recientes. Ellos,
defensores conscientes o inconscientes del androcentrismo en la cultura, han
relegado a las escasas artistas históricas al olvido. Han omitido sus nombres
en sus estudios, han arrumbado sus cuadros en los depósitos o los han colgado
en los rincones más oscuros de las salas. Y a veces, los han expuesto bajo los
nombres de grandes maestros, por supuesto varones: sin ir más lejos, en el Museo del Prado han “aparecido” en los
últimos años dos espléndidos retratos de Sofonisba
Anguissola y uno más que se le atribuye, cuadros que siempre se habían
considerado obras de otros pintores.
Sí, ya sé, ya sé, el eterno recelo: es cierto que ninguna de ellas llegó a ser Leonardo o Velázquez o Goya. No
hubo ningún genio entre esas pintoras. Pero quienes afirman eso suelen olvidar
que su número fue mucho menor que el de los hombres, su lucha mucho más intensa
y probablemente su autoestima infinitamente más débil. Y que, desde luego,
tampoco la mayoría de los artistas masculinos que aparecen en los manuales de
historia del arte y que cuelgan en los museos fueron Leonardo, ni Velázquez, ni Goya.
Y, sin embargo, ahí están. Visibles y recordados, aunque no fueran los mejores,
mientras ellas descansan todavía, en buena medida, en el limbo —tan femenino—
de la inexistencia.”
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