viernes, 27 de febrero de 2015


Me deshago, me desdigo,
me desclaso, me desnudo,
me distancio, me despido,
me discuto, me desahucio,
me diluyo, me doy cuenta,
desespero y…
yo hago de todo por volverte a ver
yo hago de todo por volverte a ver
Hay días, hay días que
nacen sin tu luz.
Hay días, hay días…
yo hago de todo por volverte a ver
yo hago de todo por volverte a ver...

Miguel Bosé,  Hay días…


     Hay días –sobre todo si uno es un pseudo-porteño como yo- que arrancan con una melancolía grisácea tiñéndonos la vida desde el interior del cráneo.  Y aun saliendo a la calle con toda la energía nerviosa que requiere un intenso día de trabajo -trabajando a destajo en algo que no nos gusta ni nos interesa ni nos motiva pero que igual hacemos a pura voluntad  porque somos ¡tan serios y responsables!-, todo a nuestro alrededor se pone de ese pesado gris de tango irrespirable que nos agobia y nos vuelve la viva imagen de la derrota y la sinrazón.

     Alguna vez sostuve, frente a un detractor feroz, que el tango me gustaba.  La poesía de sus letras, su entramada musicalización.  El tango me ha sabido siempre a alta literatura.  Pero me es ajeno, claro, no habla de mis vivencias y por eso, suponía,  no me afecta en lo personal.  Aquel detractor -¡sabio!-  sostenía que el tango es un karma.  Que apenas bajamos la guardia y  le damos chance, se nos cae encima como un piano. 

     A mí, reconozco, me gustan los que hablan de Buenos Aires como de una amante añorada y esquiva:  “Tirao por la vida de errante bohemio/ estoy, Buenos Aires, anclao en París./(…) Lejano Buenos Aires ¡qué lindo que has de estar!(…)/¡Cómo habrá cambiado tu calle Corrientes..!/ ¡Suipacha, Esmeralda, tu mismo arrabal...!/ Alguien me ha contado que estás floreciente/ y un juego de calles se da en diagonal.../ ¡No sabes las ganas que tengo de verte!/ Aquí estoy varado, sin plata y sin fe... / ¡Quién sabe una noche me encare la muerte/ y, chau Buenos Aires, no te vuelva a ver!”


    Pero estos días, complicados por dónde se los mire, tomo conciencia de que realmente el tango no es la música de fondo ideal para hacerle frente a la vida cuando ésta viene con las cartas equivocadas y las apuestas para abajo.  ¿Sería más fácil si sonara un corrido o una bachata?  ¿Un poco de bossa nova o un son?  Sé que con Bach me cortaría directamente las venas.  Baires es a estas horas un lastimero tango derrapando cuesta abajo en su rodada y con pronóstico de caída libre sin final a la vista.

 

     De nada vale que en el plano personal uno tenga alguna que otra expectativa, proyectos en curso o una prohibida fantasía agazapada y tentadora factible de realización.  La queja común y social, la desgana colectiva, ese sentir en la calle que todo está más o menos mal y que no hay esperanza que se justifique, hace que uno se contagie de la dejadez tanguera y decadente, afloje el paso y sienta que aunque se quiera algo distinto esta es la única música con la que tenemos que bailar. Eternamente.  Un tango llorón.







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