Sobre
el arte, el feminismo y “la importancia
de llamarse Ernesto”.
V. ¿Y si todo fuera un malentendido?
Una amiga
(práctica ella, sabia en aprovechar al instante la más mínima oportunidad que
le da el destino) me sugiere, con sonrisa astuta, que me suba al tren de
corrección política de la igualdad de género y denuncie como discriminación a
mi condición de mujer el rechazo de mis obras.
Que me apersone al INADI (nuestro benemérito Instituto Nacional contra la
Discriminación, la Xenofobia y el Racismo) y haga una lacrimógena
denuncia con copia a varias asociaciones feministas y de derechos humanos
necesitadas de publicidad y crédito político.
Yo
argumento en contra de esa idea con la obviedad de que no me rechazan por ser
mujer sino, en el mejor de los casos, por la temática de mi obra: desnudos con excesiva carga erótica. En el peor de los casos (peor para mi) por la
sencilla razón de que lo que hago no es lo suficientemente bueno en los
parámetros de quienes me vedan la posibilidad de exponer. Nunca se ha tratado de discriminación sino de
simple criterio estético.
Mientras
que a mi amiga mi argumento le parece intrascendente (-Se trata de una movida de prensa, no de una performance de honestidad-
me dice), a mí se me caería la cara de vergüenza si a esta altura del partido
pretendiese presentarme ante alguien como una pobre e indefensa mujer
discriminada por el misógino mercado del arte porteño. Es más, y esta amiga en
particular lo sabe por experiencia común, durante muchos años enviaba mi obra a
concursar identificándome sólo como “G.” Farnell, dejando la duda sobre
mi género. Hubo quienes estuvieron
convencidos por entonces de que yo era un hombre.
No me rechazaban precisamente por ser mujer…
¿Usar el
argumento (falso) de la discriminación es un modo fácil de asegurarse la atención de las personas de corrección
política? ¿Lucrar con el “cupo femenino”? ¿No es tan discriminatorio estar por ser mujer (cubriendo el cupo
obligatorio) como no estar por ser
mujer? ¿Cuándo como mujer usamos la discriminación como herramienta de un
beneficio concreto no estamos fomentando la discriminación mercenariamente?
Mi amiga
cita mixturizando a Oscar Wilde con Maquiavelo: -Que hablen mal de uno es espantoso.
Pero hay algo peor: que no hablen. El fin justifica los medios.-
Afortunadamente, nuestra charla duró lo que duran nuestros sendos baldes de café de Starbucks que suele reunirnos cada
tanto en el subsuelo de Uruguay y Lavalle. Ella sabe que sus eficaces consejos acaban
irremediablemente en saco roto. Como
varias personas de mi entrono más directo está convencida de que soy el
compendio de todos los talentos desperdiciados. -Podrías haber sido Midas- me
acusa, reconozco que con afecto pero también con tácito reproche. Podría haber sido tantas cosas… Pero esto es lo que hay.
Me quedé
con la sensación de que debe haber muchos casos donde –si se analiza
prescindiendo de las conveniencias y de los clichés- la llamada “discriminación” es más bien un mal
entendido interpretado según la intencionalidad predominante del momento. Muchas políticas mujeres hacen su bandera la
defensa de derechos femeninos, derechos que no están ni más ni menos vulnerados
que otros, pero que suenan bien y que son fácilmente “redimibles” porque en la realidad las mujeres que se deciden a
ejercer la igualdad lo hacen sin ningún problema. La
política mujer consigue lo que busca (conocimiento público = votos = poder =
dinero) y las mujeres masa que compran el eslogan se siente “heroínas” sin
haber tenido que realizar, realmente, ningún esfuerzo.
No puedo liberarme de la sospecha de que en el mantenimiento de la “discriminación por género” hay una participación activa de las
presuntas víctimas, ya por ignorancia, ya por comodidad, ya por inconsciente participación de un malentendido social.
“Hotel
de La Tremoille, 16 de Marzo de 1975.
Queridas A. y F.: (…) He leído un libro de Benoite Groult “Ainsi
soit-elle”, sobre la mujer y el hombre, sus relaciones, lo que pasa en pueblos
islámicos (con documentos a la vista) que es como para estremecer al menos
pesimista (yo cada día lo soy más).
Cuando uno piensa que los hombres de esos países de salvajes son los que
se sientan en las salas de las Naciones Unidas y de Unesco para dar su opinión
sobre problemas mundiales, uno siente el mayor asco posible por el poder del
oro petróleo, y de los que a él se someten.
Son unos verdaderos cerdos sin compostura.
Habrán leído que Onassis murió. Aquí, en el diario Journal du dimanche leo “L´affaire
de la succession d´Onassis commence. Depuis la mort de son fils Alexandre, en
1973, il n´y a plus d´Onassis II.
Personne pour prendre le relais, aller encore plus loin et gérer la
fortune de ce celosse qui passait pour un de cinq hommes plus riches de la
terre”. (El asunto de la sucesión de Onassis
comienza. Después de la muerte de su
hijo Alejandro, en 1973, no hay más Onassis II.
Nadie que lo reemplace, que vaya aun más lejos y administre la fortuna
de ese coloso que pasaba por ser uno de los cinco hombres más ricos de la
Tierra).
Fuera
de la buena suma que le dejará a la Kennedy, la que hereda la fortuna es su
hija Cristina. No veo por qué se piensa
que ella no puede gérer (administrar) lo que iba a gérer el muchacho. Si es porque no estaba preparada, para
hacerlo en esta época, es por culpa de Onassis. Pero es chocante ver con la naturalidad con
la que se la ignora totalmente.
Volviendo al libro de B. Groult, critica a
Freud en los mismos términos con que yo lo critico. Lo encuentro tan victoriano (de la otra
Victoria, ¡Santo Dios!) como a Rita, Juanita y María Anchorena. Según Freud, “la petite fille vient au monde mal
équipée…” (la niñita nace mal provista). Habrase
visto un cretino igual en esa materia. Mal
équipée… ella que tiene la
posibilidad de tener hijos, hoy día, sin ayuda del “Señor” (aunque el sistema
de inseminación artificial no me gusta ni para los animales. Pero el hecho es así: los señores se
venden en la farmacia y sanseacabó).
Dice B. Groult: “Freud le regarde” (se
refiere al drama de la mujer. DRAMA sí,
Fryda) du haut de ses testicules, elle n´est pour lui qu´un homme castré…” (Freud
lo considera (…) desde lo alto de sus testículos, ella no es para él sino un
hombre castrado…). ¡Claro! Jung es el que comprendió la cosa. Y en este libro se cita el
pasaje de Jung que yo citaba en mi artículo.
“Il ne faut pas esperer qu´une politique
d´hommes resoudra nos problemes, ni nous laisser enfermer dans les sections
femenines de quelque parti… Il faut nous mettre a compter sur nous-memes et d´abord
cesser d´avoir peur du mot feministe auquel on a habiliment réussi a donner une
nuance si pejorative que personne n´ose plus se poser en défenseur des femmes
sous peine de mériter cette étiquette”. (No hay que
esperar que una política de hombres resuelva nuestros problemas, ni dejarnos
encerrar en las secciones femeninas de algún partido… Debemos empezar a contar con nosotras mismas
y en primer lugar dejar de tener miedo de la palabra feminista a la cual se
logró hábilmente dar un matiz tan peyorativo, que ya nadie osa ponerse en
defensor de las mujeres bajo pena de merecer esa etiqueta). (...)
Victoria
Ocampo, Cartas a Angélica y otros Editorial Sudamericana S.A. Buenos Aires 1997,
páginas 216/219.
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