martes, 10 de febrero de 2015

Sobre el arte, el feminismo y “la importancia de llamarse Ernesto”.

V.  ¿Y si todo fuera un malentendido?



   Una amiga (práctica ella, sabia en aprovechar al instante la más mínima oportunidad que le da el destino) me sugiere, con sonrisa astuta, que me suba al tren de corrección política de la igualdad de género y denuncie como discriminación a mi condición de mujer el rechazo de mis obras.  Que me apersone al INADI (nuestro benemérito Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo) y haga una lacrimógena denuncia con copia a varias asociaciones feministas y de derechos humanos necesitadas de publicidad y crédito político. 

     Yo argumento en contra de esa idea con la obviedad de que no me rechazan por ser mujer sino, en el mejor de los casos, por la temática de mi obra: desnudos con excesiva carga erótica.  En el peor de los casos (peor para mi) por la sencilla razón de que lo que hago no es lo suficientemente bueno en los parámetros de quienes me vedan la posibilidad de exponer.  Nunca se ha tratado de discriminación sino de simple criterio estético.

    Mientras que a mi amiga mi argumento le parece intrascendente (-Se trata de una movida de prensa, no de una performance de honestidad- me dice), a mí se me caería la cara de vergüenza si a esta altura del partido pretendiese presentarme ante alguien como una pobre e indefensa mujer discriminada por el misógino mercado del arte porteño. Es más, y esta amiga en particular lo sabe por experiencia común, durante muchos años enviaba mi obra a concursar identificándome sólo como “G.” Farnell, dejando la duda sobre mi género.  Hubo quienes estuvieron convencidos por entonces de que yo era un  hombre.  No me rechazaban precisamente por ser mujer…


     ¿Usar el argumento (falso) de la discriminación es un modo fácil de asegurarse la  atención de las personas de corrección política?  ¿Lucrar con el “cupo femenino”?  ¿No es tan discriminatorio estar por ser mujer (cubriendo el cupo obligatorio) como no estar por ser mujer? ¿Cuándo como mujer usamos la discriminación como herramienta de un beneficio concreto no estamos fomentando la discriminación mercenariamente?

     Mi amiga cita mixturizando a Oscar Wilde con Maquiavelo: -Que hablen mal de uno es espantoso. Pero hay algo peor: que no hablen. El fin justifica los medios.-

     Afortunadamente, nuestra charla duró lo que duran nuestros sendos baldes de café de Starbucks que suele reunirnos cada tanto en el subsuelo de Uruguay y Lavalle.  Ella sabe que sus eficaces consejos acaban irremediablemente en saco roto.  Como varias personas de mi entrono más directo está convencida de que soy el compendio de todos los talentos desperdiciados.  -Podrías haber sido Midas- me acusa, reconozco que con afecto pero también con tácito reproche.  Podría haber sido tantas cosas…  Pero esto es lo que hay.


     Me quedé con la sensación de que debe haber muchos casos donde –si se analiza prescindiendo de las conveniencias y de los clichés- la llamada “discriminación” es más bien un mal entendido interpretado según la intencionalidad predominante del momento.  Muchas políticas mujeres hacen su bandera la defensa de derechos femeninos, derechos que no están ni más ni menos vulnerados que otros, pero que suenan bien y que son fácilmente “redimibles” porque en la realidad las mujeres que se deciden a ejercer la igualdad lo hacen sin ningún problema.   La política mujer consigue lo que busca (conocimiento público = votos = poder = dinero) y las mujeres masa que compran el eslogan se siente “heroínas” sin haber tenido que realizar, realmente, ningún esfuerzo.

     No puedo liberarme de la sospecha de que en el mantenimiento de la “discriminación por género” hay una participación activa de las presuntas víctimas, ya por ignorancia, ya por comodidad, ya por inconsciente participación  de un malentendido social.

     “Hotel de La Tremoille, 16 de Marzo de 1975.  Queridas A. y F.: (…) He leído un libro de Benoite Groult “Ainsi soit-elle”, sobre la mujer y el hombre, sus relaciones, lo que pasa en pueblos islámicos (con documentos a la vista) que es como para estremecer al menos pesimista (yo cada día lo soy más).  Cuando uno piensa que los hombres de esos países de salvajes son los que se sientan en las salas de las Naciones Unidas y de Unesco para dar su opinión sobre problemas mundiales, uno siente el mayor asco posible por el poder del oro petróleo, y de los que a él se someten.  Son unos verdaderos cerdos sin compostura.

  Habrán leído que Onassis murió.  Aquí, en el diario Journal du dimanche leo “L´affaire de la succession d´Onassis commence. Depuis la mort de son fils Alexandre, en 1973, il n´y a plus d´Onassis II.  Personne pour prendre le relais, aller encore plus loin et gérer la fortune de ce celosse qui passait pour un de cinq hommes plus riches de la terre”. (El asunto de la sucesión de Onassis comienza.  Después de la muerte de su hijo Alejandro, en 1973, no hay más Onassis II.  Nadie que lo reemplace, que vaya aun más lejos y administre la fortuna de ese coloso que pasaba por ser uno de los cinco hombres más ricos de la Tierra).

  Fuera de la buena suma que le dejará a la Kennedy, la que hereda la fortuna es su hija Cristina.  No veo por qué se piensa que ella no puede gérer (administrar) lo que iba a gérer el muchacho.  Si es porque no estaba preparada, para hacerlo en esta época, es por culpa de Onassis.  Pero es chocante ver con la naturalidad con la que se la ignora totalmente.

  Volviendo al libro de B. Groult, critica a Freud en los mismos términos con que yo lo critico.  Lo encuentro tan victoriano (de la otra Victoria, ¡Santo Dios!) como a Rita, Juanita y María Anchorena.  Según Freud, “la petite fille vient au monde mal équipée…(la niñita nace mal provista). Habrase visto un cretino igual en esa materia.  Mal équipée…  ella que tiene la posibilidad de tener hijos, hoy día, sin ayuda del “Señor” (aunque el sistema de inseminación artificial no me gusta ni para los animales.  Pero el hecho es así: los señores se venden en la farmacia y sanseacabó).

  Dice B. Groult: “Freud le regarde” (se refiere al drama de la mujer.  DRAMA sí, Fryda) du haut de ses testicules, elle n´est pour lui qu´un homme castré…” (Freud lo considera (…) desde lo alto de sus testículos, ella no es para él sino un hombre castrado…). ¡Claro! Jung es el que comprendió la cosa. Y en este libro se cita el pasaje de Jung que yo citaba en mi artículo.

  “Il ne faut pas esperer qu´une politique d´hommes resoudra nos problemes, ni nous laisser enfermer dans les sections femenines de quelque parti… Il faut nous mettre a compter sur nous-memes et d´abord cesser d´avoir peur du mot feministe auquel on a habiliment réussi a donner une nuance si pejorative que personne n´ose plus se poser en défenseur des femmes sous peine de mériter cette étiquette”. (No hay que esperar que una política de hombres resuelva nuestros problemas, ni dejarnos encerrar en las secciones femeninas de algún partido…  Debemos empezar a contar con nosotras mismas y en primer lugar dejar de tener miedo de la palabra feminista a la cual se logró hábilmente dar un matiz tan peyorativo, que ya nadie osa ponerse en defensor de las mujeres bajo pena de merecer esa etiqueta). (...)


Victoria Ocampo, Cartas a Angélica y otros  Editorial Sudamericana S.A. Buenos Aires 1997, páginas 216/219.



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