domingo, 15 de febrero de 2015

El arte de la indiferencia.


     Creo que la indiferencia a su autor (indiferencia a sexo, color, credo o talla del pie de su autor) es lo que determina que una obra ha alcanzado el estatus de obra de arte.

      El Arte, entendido como expresión del espíritu humano destinada a perdurar y transmitir por generaciones un significado estético, corresponde a determinas obras que se han impuesto por sobre  la anécdota circunstancial y temporal de su hacedor.  Cualquier muchachito de secundaría identificará con facilidad una de las maravillosas majas de Goya, podrá correctamente asignarla bajo el nombre de ese maestro español impetuoso y soberbio, disfrutará de la belleza gloriosa de La Maja Desnuda, pero ignorará por completo la afición del artista a las corridas de toros, afición que hoy lo haría despreciable a los ojos de ecologistas y defensores acérrimos de los derechos del animal (entre los que me incluyo).  Pero, ¿qué puede importar ahora lo que hacía  Goya en su vida personal o sus particulares excentricidades?  ¿Qué puede importar hoy que Caravaggio cometiera uno o varios asesinatos, o que Picasso fuera un abusivo en sus vínculos filiales? El artista es un accidente –necesario- en la constitución iniciática de la obra.  Después, al ascender a Arte, el autor se vuelve una mera circunstancia.

    Prestar tanta atención al artista es una (mala) costumbre de los críticos, que arguyen sobre  escuelas o tendencias –los ismos- para luego encasillar -según su criterio y  así tener bien ordenaditos y controlados- a esa manada por lo general dispersa y arisca de artistas contemporáneos.  Se dedican a hacer tendenciosos análisis para ir agrupando a estos y  aquellos, aquí y allá, emparentándolos o superponiéndolos.  Tratando de diferenciar artistas “comprometidos” o “fashionistas”, “de vanguardia”, “de postguerra” o “de la era virtual”.  Todos por paquetitos.  Cada cual en su nicho y en orden alfabético en el índice del manual.  Los críticos tienden a igualar y a amontonar.  Siempre he sospechado que no les gusta mucho lo diferente –aunque proclamen a viva voz lo contrario- porque les desbarata el esquema y no saben dónde ponerlo.


     Por eso no sólo no creo que exista realmente un arte de mujeres y un arte de hombres; si pese a mi opinión sí existiera, tampoco tendría ninguna importancia.  El arte será lo que sea después, cuando de su autor no queden ni cenizas en el viento. El Arte es una categoría que se extiende muy por encima de las nimiedades de los hombres (y de las mujeres).


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