“Hemos oído varias veces… un curioso neologismo que fue forjado hará
unos dos mil quinientos años por los estoicos, y ese neologismo que sigue
siendo asombroso, ambicioso y generoso es la palabra “cosmopolita”. Pensemos en lo que significa aquello,
pensemos que los griegos se definían por la ciudad en que habían nacido: Zenón
de Elea, Tales de Mileto, después Apolonio de Rodas y pensemos en lo extraño de
que algunos de los estoicos quisieran modificar aquello y llamarse no
ciudadanos de un país, como todavía mezquinamente decimos, sino ciudadanos del
cosmos, ciudadanos del orbe, del universo, si es que este universo es un cosmos
y no un caos como parece ser muchas veces.
Pues bien, recuerdo también un gran escritor americano, Herman Melville,
que dijo en alguna página de “The White Whale” que un hombre tenía que ser a patriot to haven, es decir tenía que ser leal al cielo y creo
que es buena esa ambición de ser cosmopolita, esa idea de ser ciudadanos no de
una pequeña parcela del mundo que cambia según las convenciones de la política,
según las guerras, con lo que ocurra, si no de sentir todo el mundo como
nuestra patria. (…) Ahora al decir
cosmopolita podemos pensar en turistas, en algo
tan borroso como internacional, pero yo creo que el verdadero sentido es
éste: somos ciudadanos del mundo o debemos tratar de serlo y que en esa palabra
está cifrado de algún modo el destino de Victoria Ocampo. Ser cosmopolita no
significa ser indiferente a un país, y ser sensible a otros. Significa la generosa ambición de querer ser
sensibles a todos los países y a todas las épocas, al deseo de eternidad, al
deseo de haber sido muchos… (…)
…Victoria… indudablemente fue una buena
argentina: padeció una honrosa prisión durante la época de la dictadura y luego
uno de sus últimos actos fue firmar, éramos pocos, realmente, una protesta
contra cierta absurda guerra que se planeaba entonces. Es decir, ella sentía la patria y sentía
también las otras patrias… (…) Nosotros,
desde esa vida nostálgica que llevamos, podemos sentir Europa y eso más allá de
lo étnico, más allá de las aventuras de la sangre, eso no importa. Podemos pensar en la cultura occidental… (…) …¿cuántas sangres se juntan en
nosotros? En mí, que yo sepa, sangre
portuguesa, sangre española, sangre inglesa, quizás alguna muy lejana e
hipotética sangre normanda y sin duda sangre judía. (…) ¿Y qué seríamos nosotros sin Grecia, ya que
Virgilio es inconcebible sin Homero y Homero sin duda es inconcebible sin otros
griegos, si es que hubo alguien que se llamó Homero? (…)
Yo creo, yo diría que debemos tratar de
atenuar nuestras diferencias y de sentir nuestras afinidades, pero ese es un
error. Yo creo que lo más exacto sería
lo que hizo Victoria Ocampo, sentir que el mundo era una fiesta y que esa
fiesta le ofrecía muchos sabores y querer gustarlos a todos y hacer que los
otros gustaran de ellos. (…)
La historia de Victoria Ocampo es un
ejemplo, un ejemplo de hospitalidad. Esa
hospitalidad la llevó a recibir tantas culturas, tantos países a través de su memoria llena de versos en
diversos idiomas. No siempre estábamos
de acuerdo. Ella cometía para mí la
herejía de preferir Baudelaire a Hugo y yo cometía para ella la herejía de
preferir Hugo a Baudelaire. Pero
nuestras discusiones eran discusiones gratas.
Yo no recuerdo que ella cometiera el error común, que yo suelo cometer,
de admirar a alguien contra alguien. No,
era fundamentalmente generosa. Si
admiraba a un escritor no lo admiraba contra los demás escritores. Ella no admiraba a Baudelaire contra Hugo o contra
Verlaine, no, era mucho más sabia que yo.
Yo suelo tender al fanatismo y ella no lo tenía. El recuerdo de Victoria Ocampo me acompañará
siempre. Yo no era nadie, yo era un
muchacho desconocido en Buenos Aires, Victoria Ocampo fundó la revista Sur y me
llamó, para mi gran sorpresa, a ser uno de os socios fundadores. En aquel tiempo yo no existía, la gente no me
veía a mí como Jorge Luis Borges, me veía como hijo de Leonor Acevedo, como
hijo del Dr. Borges, como nieto del coronel, etc. Pero ella me vio a mí, ella me distinguió
cuándo casi no era nadie, cuando yo empezaba a ser el que soy… (…)
Si
me piden un recuerdo de Victoria, es curioso, yo recuerdo que nunca estábamos
de acuerdo y que siempre nos queríamos mucho, y no nos poníamos de acuerdo,
pero este es un rasgo grato, el hecho de poder estar en desacuerdo con alguien
es mucho… (…) Y ahora sólo me resta decir que es importante honrar a Victoria,
pero que es más importante ser dignos de aquella alta memoria de Victoria
Ocampo. Debemos tratar de continuar su labor, debemos tratar de
interesarnos no en un solo país, en un solo proceso histórico, sino iniciar esa
aventura imposible y generosa de la humanidad, debemos interesarnos en el
universo.”
Jorge
Luis Borges, Homenaje a Victoria Ocampo -
Discurso pronunciado en la sede
central de la Unesco el 15 de Mayo de 1979. Borges
en Sur 1931-1980 Emecé
Editores S.A. Buenos Aires 1999 pág.
326/331.
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