De todo lo que
he leído en estos días, es lo que me ha resultado más cercano a mi sentir y que
me hizo recortarlo para dejarlo amarillear entre las páginas de Relato
de un Naufrago:
“Una vez que se extingan las ceremonias
fúnebres y se adormezca el duelo, que se agoten los homenajes y las exequias, y
se desdoren las figuras públicas y se olviden las antipatías abruptas o las
declaraciones estertóreas, se volverá una convicción natural lo que algunos han
vaticinado desde hace décadas: que los dos colosos surgidos de esa
brillantísima Edad de Oro de la narrativa latinoamericana que se prolongó
durante la segunda mitad del siglo XX fueron Jorge Luis Borges y Gabriel García
Márquez. Los dos escritores más
influyentes y poderosos de nuestra región y de nuestra lengua. Los dos más admirados e imitados en el
orbe. En ese juego de dualidades que
tanto nos gusta, nuestro Platón y nuestro Aristóteles. O, mejor, nuestro Apolo y nuestro Dionisio. (…) A
la distancia no podrían parecer más contrarios, más distantes. De un lado, el escritor ciego y puntilloso,
tan acerado como melancólico, hierático hasta casi fungir como profeta, dueño
de un sutilísimo humor aún mal entendido, el hombre cercano –a su pesar- a la
derecha, el vate unánimemente venerado que jamás recibiría el Nobel. Del otro, el escritor jacarandoso y
bullanguero, tan dotado para desenrollar la sintaxis como para reconducir los
mitos, sonriente hasta convertirse en amigo de todas las familias –esas que sin
conocerlo hoy sin pudor lo llaman Gabo-, el hombre cercano a la izquierda y a
Fidel Castro, el bardo unánimemente adorado que recibió el Nobel más joven que
ningún otro en América latina. Sí: en lontananza encarnan vías antagónicas. Borges es, evidentemente, el apolíneo. El escultor que pule cada arista y cada
ángulo. El prestidigitador que
obsesivamente trastoca dada adjetivo y cada adverbio. El criminal que siempre esconde la mano. El
modesto anciano que odia los espejos y la cópula y sin embargo multiplica los
Borges a puñados. El detective que en su
búsqueda esconde que al mismo tiempo es el criminal. El filósofo nominalista y el físico cuántico
que se pierde en la Enciclopedia. El
autor de las paradojas y bucles más aventajados desde Zenón. García Márquez es, en cambio, el
dionisíaco. El torrencial demiurgo de
genealogías y prodigios. El audaz
dispensador de metáforas y laberintos de palabras. El cartógrafo de la jungla y el cronista de
nuestra circular cadena de infortunios. El ídolo sonriente que transforma la
Historia –y en especial la sórdida trama colombiana- en mil historias
entrecruzadas, tan tiernas y atroces como inolvidables. El bailarín que, al conducirnos a la pista,
nos obliga a seguir su hipnótico ritmo a rajatabla. El sagaz escriba que se burla de los
tiranuelos con lo que tanto ha convivido.
El desmadrado cuentero que finge no seguir regla alguna fuera de su
imaginación, excepto que las que él mismo se –y nos- impone. Apolo y Dionisio. Y sin embargo estas dos vías, como ya
apuntaba Nietzsche, no son excluyentes sino complementarias. Las dos mitades del mundo. De nuestro mundo.
(…)”
Jorge Volpi, El Pais - Madrid, “García
Márquez y Borges, nuestro Dionisio y nuestro Apolo”, Diario La Nación,
Domingo 20 de Abril de 2014, página 26.-
Borges, trayendo el mundo hacia nosotros; García Márquez, llevando la América mágica hacia el mundo. En tiempos donde estúpidos ignorantes (como
la caricaturesca dinastía K y sus patéticos esbirros) se entretienen destruyendo
los monumentos a Colón en hipotética defensa
vaya uno a saber cuál vericueto imbécil de su impresentable “relato”, Borges y García Márquez ejemplifican lo que fue realmente el “descubrimiento”: el encuentro de dos
culturas, del ellos y del nosotros, para lejos de mantener la diferencia
mestizarse en la síntesis, la mixtura y el sincretismo. En la
aspiración al todo. La honesta vocación de ciudadanos del mundo.
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