Sobre
la infalibilidad de la crítica (de arte) y de cómo el artista es, inevitablemente,
un artista.
“Paul Cézanne, que nació el 19 de enero de 1839 en
Aix-en Provence, hijo de un banquero francés y de una antigua sombrerera,
soportó pacientemente una carrera de fracasos y rechazos hasta ser reconocido
como uno de los pintores más profundamente originales de la época moderna. Sus cartas de juventud a su amigo Émile Zola
revelan a un estudiante romántico, infatigable garabateador de versos y bocetos
y sin talento aparente para ninguna de las dos actividades. (…) Su carrera no
evolucionaba. No fue admitido a la École
des Beaux-Arts y, desde 1853, sus obras fueron rechazadas sistemáticamente por
el Salón. Cobró fama, e incluso fue
caricaturizado en la prensa, por su obcecada negativa a admitir su propia incompetencia.
(…) Las gentes de Aix se burlaban de él
y de sus obras; y cuando pedían ver sus pinturas, Cézanne les lanzaba un ´¡idos
al diablo!´. (…) En la primera
exposición impresionista de 1874, a
pesar de que sus telas fueron ridiculizadas por la crítica, el Conde Doria
compró su Maison du Pendu (1873-4;
Louvre, París) por 300 francos.”
Historia Universal del Arte – Tomo IX, SARPE, Madrid 1984, pág. 1323.
Historia Universal del Arte – Tomo IX, SARPE, Madrid 1984, pág. 1323.
“La breve estancia en Arles –poco más de un
año- señalada por muchos hechos perturbadores, choques, rupturas, agravios a la
esencia de su personalidad fue, sin embargo, el período más fecundo de la
actividad pictórica de Van Gogh, aquél en el que su obra alcanzó acentos
grandioso, aquél en que se realizó plenamente y su genio se afirmó y dio la
medida de sí mismo. Aproximadamente
doscientas pinturas y un centenar de dibujos, de logros quizá aun más
perfectos, es el considerable balance de este primer contacto con el Mediodía
de Francia. Frente a esta acumulación de
obras maestras, perfectamente homogéneas, que constituyen partes de un todo
inmenso, nos podemos preguntar cómo sus contemporáneos –los mejores no
ignoraban la existencia de Van Gogh- pudieron permanecer indiferentes frente a
la aparición de semejante meteoro, uno de los más fulgurantes de la historia de
la pintura.”
Jacques Lassaigne, Vincent Van Gogh, Los Impresionistas, Viscontea Buenos Aires 1982, pág. 51.
Jacques Lassaigne, Vincent Van Gogh, Los Impresionistas, Viscontea Buenos Aires 1982, pág. 51.
“Pintor es y pintor será; ya sea cuando aún joven,
traduce en tonos pardos a Holanda o cuando, mayor, como divisionista, pinta Montmartre
y sus jardines y, por fin, con empastes furiosos, el Mediodía o Auvers-sur-Oise. Que dibuje o no, que se pierda en la mancha o
en las deformaciones, pintor siempre será.
Y es esto, lo que junto con las raras armonías que a veces encuentra en
una nueva combinación de algunos tonos, lo que lo hace digno de consideración y
lo coloca en el vivísimo grupo de los genios.”
Émile Bernard, Prefacio a Lettres de Vincent van Gogh, París, Vollard, 1911, pág. 10,11.
Émile Bernard, Prefacio a Lettres de Vincent van Gogh, París, Vollard, 1911, pág. 10,11.
“Los cuatro años que precedieron mi expulsión del
seno de la familia, los viví en un estado de constante y acusada ´subversión
espiritual´. Fueron cuatro años auténticamente nietzscheanos para mí. Mi vida en aquellos tiempos resultaría incomprensible
si no la situáramos en aquel ambiente.
Fue la época en que estuve encarcelado en Gerona, en que uno de mis
cuadros, destinado al Salón de Otoño de Barcelona, fue rechazado a causa de su
obscenidad, y en que escribía cartas llenas de injurias, firmadas en
colaboración con Buñuel y dirigidas a los médicos humanistas y a todos los
personajes de más prestigio de España, incluido el Premio Nobel Juan Ramón Jiménez.
(…) Cuando los surrealistas descubrieron
en casa de mi padre, en Cadaqués, el cuadro que acababa de pintar y que Paul
Eluard bautizó: El juego lúgubre, quedaron escandalizados con los elementos
anales y escatológicos de la imagen representada. Gala, más que nadie, desaprobó mi obra con un
ardor que aquel día me exasperó… (…) En
resumen, embebido de todo lo que los surrealistas habían publicado, con el
beneplácito de Lautréamont y el marqués de Sade, hice mi entrada en el grupo,
armado de una buena fe ciertamente jesuítica, pero conservando en el fondo la
segunda intención de convertirme rápidamente en su jefe. ¿A santo de qué iba a sentirme incomodado por
escrúpulos cristianos hacia mi nuevo padre, André Breton, cuando no los había
tenido para quien me había dado realmente el ser? Me tomé, pues, el surrealismo al pie de la
letra, sin despreciar la sangre ni los excrementos de los que sus prosélitos
nutrían sus diatribas. Al igual que me
había esmerado en convertirme en un perfecto ateo leyendo los libros de mi
padre, también fui un estudiante de los surrealismos tan concienzudo que
rápidamente me convertí en el único ´surrealista integral´. Hasta el punto que acabaron de expulsarme del
grupo por ser excesivamente surrealista.
Los motivos alegados me parecieron del mismo calibre que aquellos que
habían provocado mi expulsión del círculo familiar.”
Salvador Dalí, Diario de un Genio, Tusquets Editores, S.A. Barcelona 1992, pág. 21/23.
Salvador Dalí, Diario de un Genio, Tusquets Editores, S.A. Barcelona 1992, pág. 21/23.
“Julio II y Miguel Ángel penetraron en la Capilla
Sixtina. (…) …el Papa se detuvo en medio de esa vasta capilla y, levantando su
mano hacia la bóveda, dejó escapar estas pocas palabras, como cosa
perfectamente natural:
-Desde la muerte de mi tío, la decoración de este
hermoso monumento ha permanecido inconclusa en su mayor parte. Quiero que se diga: Julio II dio fin a lo que
Sixto IV había comenzado. He aquí la obra que te destino. Serás a un tiempo arquitecto, pintor y
decorador. (…)
Miguel Ángel miró al Papa en los ojos para
asegurarse de que hablaba seriamente.
-Y bien, ¿no me contestas?- prosiguió el Papa.
-Creo no haberos oído bien- replicó el artista
extrañado.
-Te he elegido para pintar al fresco el techo de la
Capilla Sixtina. ¿Has comprendido ahora?
-Su Santidad se burla de su pobre servidor. (…) Mi oficio es manejar el cincel y el
mazo. Jamás he pintado en mi vida e
ignoro hasta los procedimientos mecánicos de los frescos. Es cierto que dibujé un cartón para la sala
del Consejo de Florencia, pero era un dibujo, nada más. ¿Cómo queréis que a mi edad cambie
repentinamente de carrera? (…)
-He dicho lo que quiero y tú debes obedecer.
-Y yo os digo, Santo Padre, que esa idea no podía
nacer de Vuestra Santidad. Es una trampa
infame que me tienden mis enemigos. Si
rehúso, permaneceré arrinconado y sin obras que realizar, cayendo en desgracia
ante vos. Si acepto, fracasaré
infaliblemente y perderé la poca reputación que he adquirido con mi arte. (…)
En medio de los tormentos de toda suerte que
asaltaron a Miguel Ángel durante esta gran prueba, es necesario contar también
las impaciencias, los enojos, las amenazas del volcánico pontífice. No obstante su ancianidad y su enfermedad,
ese hombre indomable, subía a cada instante al andamio, se deslizaba bajo la
bóveda, regañaba, aconsejaba, apuraba al pobre artista, que hubiera dado con la
mejor voluntad los años de vida que le quedaban para que lo dejaran trabajar en
paz.
Un día eran reparos sobre el excesivo empleo de
colores brillantes y la pobreza de los dorados. (…) Otras veces eran quejas y exclamaciones sobre
la lentitud del artista:
-¿Cuándo concluirás?- protestaba el Papa.
-Cuando me sienta satisfecho- respondía Miguel
Ángel.
(…) No
trataré de describir la impresión fulminante y terrible que produjo esta obra
maestra cuando fue expuesta a la admiración pública.”
Alejandro Dumas, Pintores del Renacimiento, Miguel Ángel Buonarroti, Editorial Claridad S.A. Buenos Aires 2008, pág. 35/37.
Alejandro Dumas, Pintores del Renacimiento, Miguel Ángel Buonarroti, Editorial Claridad S.A. Buenos Aires 2008, pág. 35/37.
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