jueves, 31 de julio de 2014

Retrospectiva íntima.



  Ayer me consultó una Galería de Baires por la posibilidad de venta de unas obras.  Más allá de la emoción que ese tipo de consultas puede producir (¡obviamente!, todavía estoy conteniendo la respiración...), la cuestión práctica (léase: que me preguntaran por las medidas), generó que recurriera a un frenético  revoltijo para poder obtener esa básica información.

  Y como una de las obras era la que fue premiada en la Feria Arte Punta 2013, recuperé en mitad de todo el recuerdo de ese evento que terminó siendo el reinicio de mis muestras tras varios años de "veda", ya que desde el 2007 (cuando expuse en el Salón Blanco del Palacio Municipal de 9 de Julio) no había conseguido espacio alguno que permitiera la entrada a mis chicas desvestidas.




  Parece mentira, pero recién cuando uno se sienta a la distancia a considerar estas fechas, da auténtica impresión.  No tanto por el tiempo en sí sino por la implicancia: uno podría haber desistido ante la contundencia del rechazo, ante la reiteración obstinada del "NO", ante la evidencia palmaria de que con mis chicas no iba a volver a colgar en ningún lado.  

  También es cierto que cuando se abrió la posibilidad de llevar estas dos obras a Uruguay, seguía convencida de que en Buenos Aires no volvería a exponer; que sólo lo hacía porque era fuera de mi país.  Pero no fue así ya que después todo fue destrabándose paulatinamente y recuperé mi participación en el circuito porteño.

  Claro que hay otra explicación a todo esto y que es absolutamente racional:  en esos años de ostracismo pero de continuo y solitario trabajo, mejoré mi obra.  Que antes la rechazaban con fundamento y que esa postura crítica me obligó a evolucionar.  O, como me han dicho, no era tiempo aun de que se vieran.  Que las cosas se dan cuando  deben darse.  Ni antes ni después.  

  Lo cierto es que la cuelga de mis dos Versiones libres y cartográficas... en el Conrad de Punta del Este fue una experiencia gratificante de principio a fin, y que ayer, buscando sus medidas en mi papelerío virtual aunque las tengo colgadas en mi biblioteca -porque la verdad es que carezco de metro y de centímetro y me daba fiaca ir al taller a conseguir una reglita- recuperé el recuerdo y la satisfacción.






miércoles, 30 de julio de 2014


Sigo rondando el Tratado de la Pintura de Leonardo Da Vinci, y en la Regla 15 encuentro la respuesta a mi conflicto con los pies (masculinos): “Del engaño que se produce al considerar los miembros de una figura.  El Pintor  que tenga las manos groseras las hará del mismo modo cuando le venga la ocasión, sucediéndole igualmente en cualquier otro miembro, si no va dirigido con un largo y reflexivo estudio.  Por lo cual todo Pintor debe  advertir la parte más fea que se halle en su persona para procurar con todo cuidado no imitarla cuando vaya a hacer su semejante.” (pág. 39)

  Es un hecho: ¡tengo los pies MUY FEOS!  De ahí mi tendencia a hacer los pies masculinos desproporcionados y deformes.  Se ve que con los pies femeninos –por la mayor práctica- logré la reflexión necesaria para superar el mandato inconsciente de mis pies anchos, símil empanada.  Debo seguir reflexionando (observando, estudiando, midiendo) los pies masculinos.  Lo que sospecho va a convertirme en una compañía muy molesta y extraña (más aun de lo habitual).




martes, 29 de julio de 2014



















  Ayer me di la placentera licencia de ir a El Ateneo Grand Splendid, la librería más bonita de Buenos Aires.  Si bien los precios no son convenientes (sobre las de Calle Corrientes, sabiendo buscar, se consiguen precios diametralmente más convenientes), vale la pena de vez en cuando permitirse revolver por  sus pasillos circulares  bajo los amables frescos del techo abovedado.


Si bien me abstuve de sucumbir a dos joyas deslumbrantes por ser demasiado caras para mí presupuesto (el Diario de Mircea Eliade y Borges por Sara Facio, un librito precioso, muy bien impreso, con fotos soberbias y fragmentos borgianos escogidos con exactitud, que ya me lo voy a comprar), encontré muy barato el Tratado de Pintura de Leonardo Da Vinci, Agebe Buenos Aires 2004 (a sesenta y cinco pesos lo que –a como están las cosas por acá en la realidad  real- es algo así como cinco dólares).

  Y como si fuera lógico que justo ayer (que subí a este blog un par de artículos sobre la crítica) me encuentre en el Tratado…  con la Regla 15: “Del propio dictamen.  No hay cosa que engañe tanto como nuestro propio dictamen al juzgar de una obra maestra; y en este caso más aprovechan las críticas de los enemigos, que las alabanzas de los amigos; porque éstos como son lo mismo que nosotros,  nos pueden alucinar tanto como nuestro propio dictamen.” (pág. 29)

  En la Regla 19 agrega: “El Pintor debe procurar oír el dictamen de cada uno.  Nunca debe el Pintor desdeñarse de escuchar el parecer de cualquiera, mientras dibuja o pinta; porque es evidente que el hombre, aunque no sea Pintor, tiene noticia de las formas del hombre, y conoce cuando es jorobado, si tiene la pierna demasiado gruesa, o muy grande la mano, si es cojo, o tiene cualquier otro defecto personal: y pues que el hombre puede por sí juzgar de las obras de la naturaleza, ¡cuánto más bien podrá juzgar de nuestros errores!” (pág. 31)

  Venía fascinada masticando las diversas Reglas, coincidiendo con lo que a primera vista uno diría puro sentido común, sintiendo que si en mi quehacer cotidiano compartía criterios con semejante Maestro (¡Leonardo!) no debería estar haciendo las cosas tan mal.

  Entonces llegué a la Regla 64 “Cómo se dibujarán  las mujeres.  Las mujeres se representarán  siempre con actitudes vergonzosas, juntas las piernas, recogidos los brazos, la cabeza baja y vuelta hacia un lado.” (pág.48)  Y ahí comprendí que  yo vengo haciendo las cosas MUY MAL.


Dice Leonardo: “...juntas las piernas...”

















“...recogidos los brazos...”





“...la cabeza baja...”


















  Lo de “...siempre con actitudes vergonzosas...” creo que sí lo cumplo a rajatabla (según como se mire).




lunes, 28 de julio de 2014


  Si uno se dedica a esto del arte, aun desde la periferia del mercado, el asunto "crítico de arte" es una cuestión que está, aunque no se quiera, siempre presente.  Uno trata de tomarlo con el estoicismo con que se resigna a la varicela, pero como "ellos" siempre están al asecho  -a qué negarlo- logran generar un poco de nerviosismo.

  Sin mala intención -no tengo nada personal más allá del antagonismo natural que nos corresponde por cumplir los roles irreconciliables de depredador-depredada- transcribo un par de artículos sobre el tema.

"EL CRITICO CHAPUCERO. 
Fernando Castro

  Sobran razones para odiar a los críticos. 
 Incluso algunos ni siquiera están cabreados con esta casta, pues piensan que ya no existe otra cosa que la pomada o el palo seco.  Casi nadie dice otra cosa que sandeces que sirvan para trincar pasta o medrar en el mundillo atufado del arte.  
 Son variadísimas las modalidades de esta especie endémica:  el sesudo plúmbeo que sale a pavonearse desde la caverna académica; el plumilla periodístico que tira de nota de prensa; grupúsculos romanticoides dispuestos a lanzar loas a la pintura en endecasílabos; el francotirador "consparanoico" que genera "daños colaterales"; la legión de mamones de galería y museo que comulgan con ruedas de molino y tienen la sonrisa del Joker de Batman.  
 Abundan los que confunden la velocidad con el tocino, trepan con facilidad los snobs-glamourosos y los que introducen la palabra "fantástico" mientras abrazan incluso a las farolas.  Son de temer los amargados, variedad en la que antes era usual tener constancia de que eran "pintores frustrados" aunque no encarnaban otra cosa que el paradigma del inepto.  
 Jack Green escribió una diatriba jugosa contra las reseñas que suscito la publicación de Los reconocimientos, de William Gaddis.  Recordemos el título como aviso para navegantes "¡Despidan a esos desgraciados!" 

Descubrir el Arte, Número 157 - Marzo 2012, pág. 16



“¡Despidan a esos desgraciados!”, de Jack Green

 19 diciembre 2011 Reseñas
¡Despidan a esos desgraciados!. Jack Green
Prólogo de José Luis Amores
Traducción de Rubén Martín Giráldez
Alpha Decay (Barcelona, 2012)
Los reconocimientos de William Gaddis no es una novela muy leída en España por la sencilla razón de que es casi ilocalizable en español. La publicó Alfaguara en 1987, treinta y dos años después de que Harcourt, Brace & Company consiguiera vender 500 ejemplares de su versión original en inglés. Hoy día es artículo de coleccionista y materia frecuente de intercambio bibliotecario, y también objeto de especulación  creciente porque parece que será publicada de nuevo en español por la editorial Sexto Piso, propietaria de los derechos de difusión en nuestro idioma, algo (esto último) de lo que puedo dar fe.
Pero no nos hagamos ilusiones: la principal razón de que no sea una novela muy leída en español radica en que se trata de una obra con un objetivo de tal magnitud y unas pretensiones tan elevadas que los guías habituales del lector en el descubrimiento de este tipo de libros pasan de puntillas sobre ellos; los motivos a continuación.
William Gaddis (foto © Marion Ettlinger - williamgaddis.org)
Gaddis publicó Los reconocimientos —que tiene 1.096 páginas en la, hasta ahora, única edición en castellano, y 956 páginas en la original en inglés— en 1955, época en la que el marketing editorial se regía por unas reglas no muy diferentes, en esencia, a las que lo presiden hoy día. La editorial enviaba unos cuantos ejemplares a críticos literarios de medios impresos, y estos decidían cuándo leerla, a qué velocidad, con cuánta concentración, etc. O decidían no leerla. En la Norteamérica de 1955 la novela de Gaddis consiguió obtener precisamente 55 reseñas, lo que no está nada mal si se tiene en cuenta que hace 57 años no existían los medios online de ahora, estando el mercado de la opinión literaria en manos de un oligopolio de factocontra el que era casi imposible luchar.
Y con 55 reseñas en los principales medios, ¿por qué vendió Los reconocimientos tan pocos ejemplares si, como no cesa de murmurarse, es una novela tan buena? Por si sirve de algo, diré que conozco de primera mano —y no a través de comentarios ajenos— la calidad de Los reconocimientos, algo que los lectores norteamericanos de aquella época no podrían corroborar puesto que se dejaron guiar por la opinión mayoritaria de los críticos que escribieron esas 55 reseñas: no valía la pena leer Los reconocimientos por, según ellos, una serie de razones que convencerían al menos incauto de los lectores: es gorda, es cara, es difícil, es irreverente, la ha escrito un tipo demasiado joven, además es su primera novela, etcétera, etcétera.
En la novela hay un personaje que se dedica a la crítica literaria y que va con otro a una sastrería a que les arreglen unas cremalleras —una escena un tanto pre-bernhardiana—. El “crítico” lleva una novela voluminosa consigo, y se desarrolla la siguiente escena:
—¿Estás leyendo eso? — …
—No. Sólo lo estoy reseñando —dijo el más alto, volviéndose a encorvar en su camisa de lana verde—. Por veinticinco asquerosos dólares. Me llevará hoy la noche entera.
—No lo habrás comprado, ¿verdad?
—Cristo, ¿a ese precio? ¿Quién demonios creen que va a pagar tanto por una novela. Cristo, podría habértela dado, lo único que necesito para escribir la reseña es la nota de la solapa.
Era ciertamente un libro grueso. Un modelo de atrevida elegancia, las letras de la sobrecubierta se erguían en rígidas configuraciones de rojo y negro para dar a entender el origen del diseño. (Por alguna excéntrica razón no había ninguna foto del autor chupando una pipa con aire pensativo, sans gêne con un cigarrillo, sang-froid sin corbata, reproducida en la contraportada).
De alguna manera, Gaddis anticipó cuál iba a ser el comportamiento general de la crítica con su novela: no iban a leerla; aunque sí iban a permitirse la licencia de opinar sobre ella… de manera desastrosa.
Todo esto nos suena bastante, ¿verdad? Y nos indigna. Si no fuera porque William Gaddis se recuperó del impacto que le supuso la recepción “oficial” de su primera novela y mantuvo los índices de calidad de su literatura al mismo nivel en obras posteriores, Los reconocimientos no se hubiera reeditado años después y hoy, ahora mismo, no estaríamos hablando de ella con la esperanza de verla de nuevo en librerías.
Jack Green (foto: Alpha Decay)
Así debió pensar Christopher Carlisle Reid, alias Jack Green, cuando años después de su publicación descubrió la novela, la leyó, quedó subyugado por ella y se dedicó a comprobar, en retrospectiva, el pésimo trabajo que había realizado la crítica con aquella obra capital, condenándola a las mesas de saldos. Si esto hubiera sucedido medio siglo después, Green hubiera abierto un blog aunque su único objetivo fuera poner de manifiesto aquella injusticia. Pero hace medio siglo Green utilizó los medios de la época, en concreto un fanzine que editaba personalmente con periodicidad irregular con el título simple de newspaper. En 1962, y durante tres números consecutivos de newspaper, Green analizó y desmontó, con una calidad endiablada, cada uno de los argumentos utilizados por los diversos reseñistas —basta ya de llamarlos críticos— en sus respectivos medios impresos, lo que a la postre resultó ser también un trabajo excepcional sobre la mendacidad de la crítica literaria: la crítica gratuita, seria y fundamentada —pero también divertida y amena, ya sabéis…— de la crítica remunerada, falsa y sin el más mínimo fundamento. Un supuesto amateur rebatiendo a supuestos entendidos, poniéndolos contra las cuerdas con pruebas sustantivas, destrozando sus doctos comentarios mediante su reducción sistemática a meros clichés capaces de arrancar la carcajada aun a quienes no hayan tenido la fortuna de poder apreciar el objeto de su defensa: Los reconocimientos.
Los tres números de newspaper dedicados por Green a la crítica de Los reconocimientos fueron publicados en 1992 en forma de libro por la editorial Dalkey Archive Press (y sólo el nombre de esta casa —Dalkey Archive es una magnífica novela de Flann O’Brien— debería dar una idea de los criterios editoriales por los que se rige). La tarea recayó en Steven Moore, un reputado crítico literario estadounidense experto en la obra del propio Gaddis, pero también en las de James Joyce, Thomas Pynchon, Djuna Barnes, Chandler Brossard (de quien hablaremos en un próximo artículo), Richard Brautigan y David Foster Wallace, entre otros. En pocas palabras, montañas de calidad sobre calidad sobre calidad.
El título de esa recopilación, Fire the bastards!, ha sido traducido al español por el menos agresivo ¡Despidan a esos desgraciados!, dadas las connotaciones excesivamente peyorativas del término “bastardo” en castellano —y quizá hubiera sido más gráfico deslizar la pronunciación popular en su ortografía dejándolo en “desgraciaos”, aunque seguro que el lector sabrá perfectamente cómo pronunciarlo sin tal ayuda—. Y yo he tenido el honor de prologarla. ¿Por qué? Quizá porque sin ser experto en la obra de Gaddis —en realidad no soy experto en nada, me gustan demasiadas cosas para dedicar demasiado tiempo a una sola de ellas—, he releído hace poco con la tranquilidad y concentración necesarias Los reconocimientos y soy un apasionado de la crítica de la crítica, o de la contracrítica, y creo que todo esfuerzo en poner de manifiesto los engaños y la manipulación en cualquier orden vital merece un apoyo explícito e incondicional.
Nadie le pidió a Gaddis que viniera a “molestar” a los integrantes de un medio, el literario, que en las décadas siguientes a la publicación de su primera obra no ha hecho otra cosa que seguir degenerando, contraviniendo las leyes darwinianas de la selección natural. Nadie le pidió a Green que entablara una lucha numantina contra el establishment literario. Nadie empujó a Moore a rescatar este valioso documento que ahora se publica en castellano, como nadie le indicó a la editorial barcelonesa que afrontara la publicación de lo que viene a ser un bofetón indirecto a las prácticas literarias complacientes con la mediocridad y el mal gusto. Y nadie me pidió a mí que me metiera en camisa de once varas añadiendo un sencillo comentario a una obra que no lo necesita porque se basta a sí misma junto con el objeto último de su defensa. Desde el primer artista hasta el último mono no hay sino compromiso, primero, en la construcción de un edificio artístico basado en criterios rigurosos y, por último —el mono—, en la conservación de algo amenazado de extinción a causa de intereses comerciales contaminados.
Lo único que puedo desear a los críticos es la crucifixión.
Cartas, Saul Bellow

Fuente: http://revistadeletras.net/despidan-a-esos-desgraciados-de-jack-green/


Post data personalísima:  Llevo tiempo a la caza de ambos libros, el de Gaddis y el de Green, de modo, obvia destacar, absolutamente infructuoso en Baires.  En breve estaré unos días en New York, con la esperanza de atraparlos aunque sea en ingles.  Si alguien tiene idea de por dónde debo buscar, avise.  Quedaré eternamente agradecida.  gabyfarnell@gmail.com


sábado, 26 de julio de 2014

En defensa del (auto) plagio.



  Entiendo que la acusación de auto-plagio se aplica a los artistas que, por comodidad, mandato del mercado o mero gusto, se copian a sí mismos ad infinitum.

  He conocido a personas muy talentosas que una y otra vez exhibían  lo mismo, por supuesto que aceptado y festejado por el medio.  Como un sello de marca.  Ella, en secreto, hacía otras cosas, permitía a su obra evolucionar naturalmente, pero esos trabajos no los mostraba (supongo que su galerista la hubiera fusilado e incinerado el cuerpo del delito).  A mí me costaba entender; ella se reía y decía que en el presente vivía –bien- y sería el siglo venidero el que evaluaría su obra en conjunto cuando  ella, en su tumba,  ya no se preocupara por subsistencia diaria.  Después se fue del país y perdí contacto sin poder recuperarlo ni aun vía web.  Yo, muy joven entonces, tomé la firme determinación de no repetirme (y acabé siendo lo que soy: un revoltijo incalificable).

  Pero el punto es que, pese a esa determinación, sí me repito y sí me copio.  No por mandato de nadie, eso sí.  Yo lo hago por puro sentimentalismo.


  La obra que encabeza esta entrada es Resabio de Conquista, el dibujo original.  Lo hice para que concursara en un certamen internacional que tuvo lugar en México, en el año 2004 (I Certamen Internacional de Arte de Guadalajara 2004, Casa de los Colomos Centro Municipal de Arte y Cultura, Guadalajara).  La obra viajaba en donación, así que la hice sabiendo que iba y no volvía.

  A cambio recibí tiempo después el catálogo del evento y ahí descubrí que a Resabio le habían dado una mención honorífica en dibujo.  A la simpatía original que le había tenido a la obra (me gustaba mucho el concepto –la arrogancia y la supervivencia pese a ser víctima de conquista, ya como símbolo de la América originaria ya como símbolo de mujer sometida por el machismo tradicional), y el placer de esos primeros intentos de mixtura sobre papel artesanal, se le sumo la satisfacción del reconocimiento a tantos kilómetros de distancia.

  Entonces hice una segunda versión pura y exclusivamente para mi disfrute privado.  Y salió la segunda versión de Resabio de Conquista que suele estar o en mi dormitorio o en mi biblioteca según mis habituales problemas de espacio (o de clavos en la pared).



  Si bien ambas obras tienen estructura similar y el modelo femenino es la misma (una foto de Pampita –Carolina Ardohain-  de la tapa de la revista de los domingos de Clarín),  considero que la segunda, la que tengo, es superior a la primera en técnica aunque, obviamente, no lo es en originalidad. 

  Así, si la irrepetibilidad de la obra artística es lo que signa su unicidad y valor, aun en la copia –aproximada- seguimos teniendo piezas únicas, con historias propias y una carga emocional y creativa distinta en cada una.  ¿Mi segunda Resabio vale menos que la primera porque se asume desde el principio como copia o segunda versión? Tal vez.  ¿La segunda carga más pasión y convicción porque deviene de mi propia necesidad de recuperar su integridad física ya que su imagen me era necesaria en el entorno? Tal vez, también.  Pero creo que la verdadera cuestión es ¿a quién le importa todo eso?  Ambas son un pedacito de mi historia personal, distintas aunque pretendidamente iguales, resultado del mismo placer  sensual de dibujar. 





viernes, 25 de julio de 2014

El plagio como arte.


  Hay historias (reales) que me hacen simpatizar con algunos "plagiadores", artistas talentosos que con un despliegue de disciplina y voluntad abocan su vida a crear su obra al modo de otro, y no por falta de talento u originalidad, ya que al repaso de sus vidas uno no puede menos que valorar su particular personalidad irrepetible. 

  Eso obliga a la pregunta de si el mérito de "maestro" le corresponde al que crea con facilidad, de modo natural, sin necesidad de esfuerzo o empeño o si este calificativo debería reservarse para el que, no conformándose con el talento, se dedica obsesivamente al estudio y perfeccionamiento de lo que no le es ni propio, ni natural ni fácil; no para pintar "como le sale"  sino como intelectualmente se propone.

  Hace poco vi el filme The Monuments Men dirigida y protagonizada por George Clooney (una porquería como película basada en una historia real absolutamente maravillosa), y la recuperación de las obras de arte robadas por el régimen nazi. 

   El rescate de miles de obras de una mina de sal me hizo recordar el caso de un Veermer falsificado por el holandés van Meegeren, anécdota que por primera vez me contara un viejo pintor de Lanús cuando yo era poco más que una nena.  Este viejo pintor (defenestrado como "copista" por el medio del arte local, lo que a él poco le importaba) solía hablarme de "ese pintor  que pintaba como Veermer, pero mejor", cuando yo ni idea tenía de quién era Veermer -honestamente, yo llegó a este a través de la admiración que le profesaba Dalí-.

  Reconstruí la historia de Van Meegeren no por lo que yo recuerdo de aquellos relatos infantiles sino por la data que circula por la web.  Talento natural versus esmerada y trabajada técnica virtuosa.  ¿Qué hace que una obra de arte sea una obra de arte?  Yo no lo sé.  ¿La originalidad?  ¿La personalidad?  ¿La publicidad?  ¿La mera casualidad?  Realmente, no lo sé.



"En sus inicios el holandés Han van Meegeren (Henricus Antonius van Meegeren, 10 Octubre 1889 Deventer, Overijssel – 30 Diciembre 1947 Amsterdam) no se propuso ser falsificador. En realidad quería ser reconocido como un artista legítimo, pero los críticos de arte despreciaron su trabajo. Van Meegeren pensaba que el arte moderno era una moda pasajera y decidió usar un estilo totalmente clásico. Un crítico de arte dijo de su obra en una de sus primeras exposiciones: «Tiene talento pero su obra es una especie de facsímil de la escuela renacentista. Tiene todas las virtudes, excepto la originalidad». 
  En su infancia, Han se sintió descuidado e incomprendido por su padre, quién prohibió estrictamente el desarrollo artístico de Han y constantemente se burlaba de él. A menudo era forzado por su padre a escribir cientos de veces la frase: "No sé nada, no soy nada, no soy capaz de hacer nada".
  Mientras asistía a la escuela Higher Burger School, conoció al profesor y pintor Bartus Korteling (1853 - 1930), quien llegaría a ser su mentor. Korteling había sido inspirado por Johannes Vermeer y le mostró al joven Van Meegeren la técnica de Vermeer y su mezcla de colores. Korteling rechazaba el impresionista y otras tendencias modernas por decadentes y degeneradas, y su fuerte influencia personal probablemente llevó a Van Meegeren a rechazar más tarde los estilos contemporáneos y a pintar exclusivamente en estilo clásico. 
  En 1907 Van Meegeren, obligado por las demandas de su padre, deja el hogar para estudiar arquitectura en la Technische Hogeschool de Delft. Además de sus estudios de arquitectura, Van Meegeren recibió lecciones de dibujo y pintura. En 1913 abandona sus estudios de arquitectura.

  En 1914 da examen en la Real Academia de Artes de La Haya, recibiendo su diploma en agosto de 1914, lo que le permitía dar clases, y pronto tomó el cargo de asistente del profesor de dibujo y de historia del arte por un pequeño salario mensual. Para complementar sus ingresos, Han dibujaría carteles e ilustraciones (tarjetas de navidad, paisajes y retratos) para comerciantes de arte. Muchas de estas pinturas son bastante valoradas hoy en día.

  Van Meegeren mostró públicamente sus primeras pinturas en La Haya, entre abril y mayo de 1917. En diciembre de 1919 fue aceptado como un selecto miembro del Haagse Kunstkring, una exclusiva sociedad de escritores y pintores.

  Llegó a ser muy popular en los Países Bajos, esencialmente por su magistral conocimiento de las técnicas de los maestros neerlandeses del siglo XVII. Sus obras Hertje (1921) y Straatzangers (1928) fueron particularmente populares, y hasta 1927 recibe principalmente elogios por parte de los críticos. En 1928, la similitud de sus pinturas con las de los antiguos maestros comenzó a suscitar el reproche de la crítica, que en esa época estaba más interesada en el cubismo, y el surrealismo. Se dijo que el talento de Van Meegeren estaba sólo en la imitación y por eso era limitado.

 En respuesta a estos comentarios Van Meegeren publicó una serie de artículos agresivos en el periódico mensual De Kemphaan. Entre abril de 1928 y marzo de 1930, y junto al periodista Jan Ubink, van Meegeren rabió en contra de la comunidad artística, lo que causó la pérdida definitiva de simpatía de la crítica.

  Fue entonces que van Meegeren se puso a trabajar para probar a la crítica que él no sólo podía copiar el estilo de los maestros neerlandeses, sino que podía realizar una obras de arte tan magníficas que superaría la de ellos. Se mudó al sur de Francia y comenzó los preparativos para su falsificación máxima, lo que le tomó seis años (1932-1937).

  Realizó un trabajo minucioso de preparación: se sumergió en las biografías de los antiguos maestros, estudiando sus vidas, sus ocupaciones, sus técnicas y sus catálogos.  Se propone definir los procedimientos químicos para lograr los mismos pigmentos y aglutinantes, consigue lienzos del siglo XVII y utiliza lapilázuli, añil y otros minerales para lograr colores símiles a los originales reproduciendo el procedimiento de mezcla.  Fabrica pinceles de pelo de tejón, como los que utilizara Veermer.  Prueba hornear las pinturas para endurecerlas y agrietarlas.  
  En 1937 realiza los Los discípulos de Emaús al modo de Vermeer.  Ya que los expertos habían asumido que Vermeer se había formado en Italia, Han usó La Cena de Emaús de Caravaggio como modelo.  Terminado, entrega la obra a su amigo el abogado C. A. Boon, diciéndole que era un Veermer original que había descubierto accidentalmente y pidiéndole que lo certificada a través del reconocido experto  Dr. Abraham Bredius.  Este, en 1937, lo certifica como genuino.  La pintura sería adquirida por la Rembrandt Society en una suma millonaria y donado al Museo Boymans Van Beuningen de Róterdam.
  Con lo obtenido por esta operación, Van Meegeren se muda a Niza adquiriendo una importante propiedad donde se instala y decora con obras originales.  Aquí continua falsificando y adquiriendo con el producido de  esta inmuebles y obras de arte (originales).  En una entrevista de 1946 afirmaría tener 52 casa y 15 predios rurales.
   Uno de los Vermeer falsificados de van Meegeren acabó en la colección del Mariscal del Reich Hermann Göring. Al acabar la Segunda Guerra Mundial la falsificación en manos de Göering (escondida en una mina de sal) fue descubierta y el gobierno neerlandés arrestó a van Meegeren  el 29 de mayo de 1945 acusándolo de colaborador nazi.

  Ante la posibilidad de ser juzgado como traidor a la patria y condenado a muerte van Meegeren confesó que él mismo había hecho la falsificación y para demostrarlo tuvo que falsificar un cuadro delante de la policía. Fue condenado a un año de prisión, aunque no llegó a cumplirlo porque murió antes de un ataque cardíaco el 30 de diciembre de 1947, a los 58 años de edad.

  Había ganado más de 60 millones de dólares con sus falsificaciones. En 1943 el Estado neerlandés compró el falso Vermeer de van Meegeren El lavapiés, que actualmente se encuentra en el Rijksmuseum de Ámsterdam."

Fuentes (entre otras): Wikipedia,
 http://www.lapiedradesisifo.com/2013/07/02/las-m%C3%A1s-grandes-falsificaciones-del-mundo-del-arte/ , http://actualidad.rt.com/cultura/view/49139-Falsificaciones-de-arte-R%C3%A9plicas-que-superan-valor-del-original