El plagio como abierta falsificación (o no).
Cuenta Wikipedia sobre Elmyr
de Hory que nació en Budapest, Hungría, en el año 1906,
hijo de aristócratas de origen judío. Decidido a ser artista marcha a París,
resultando contemporáneo a Matisse y a Picasso.
Al sobrevenir la Segunda
Guerra Mundial fue apresado por la Gestapo, de
la que sin embargo logra escapar y refugiarse en Budapest hasta
el fin de la guerra. Regresa entonces a París y reanuda
su vocación artística.
Allí vivió en la pobreza, hasta que
una amiga suya se fijó en un dibujo de él, confundiendolo con un Picasso, y
lo compró. Elmyr no sintió ningún remordimiento, ya que en
esos momentos era por simple supervivencia. Pronto recorrió toda Europa vendiendo
sus falsos Picassos, con lo cual obtuvo ganancias suficientes
para vivir bien.
Asociado a dos jóvenes estafadores, Legros y Lessard, quienes vendían
sus oleos por todo el mundo, el enfrentamiento público con estos levantó -en
1967- las sospechas del multimillonario Algur Hurtle Meadows, magnate del petróleo estadounidense y fundador
del Virginia Meadows Museum de Dallas, que les había comprado un gran número de obras. Tras
pedir el asesoramiento de cinco expertos, se descubrió que 44 cuadros no eran
originales. Dos años después, Clifford
Irving publicaba Fake!,
libro que reconstruía la historia del estafador.
Su imagen de histrión, excéntrico y
glamoroso, quedó definitivamente fijada a principios de los años setenta
gracias al famoso filme-ensayo de Orson
Welles F de Fraude, en el que el cineasta apuntaba hacia la
modernidad del personaje, su radical discurso frente al orden establecido. Welles se ponía del lado del
tramposo, asumiendo su propio papel de charlatán gigante en un mundo de falsas
verdades.
En una entrevista de 1973, Elmyr lanzaba el desafío: él no era un falsificador
sino una víctima. “La palabra me desagrada, y además no la
encuentro justa. Soy víctima de las costumbres y las leyes del mundo de la
pintura. ¿El verdadero escándalo no es acaso el propio mercado? En un mero
plano artístico, desearía considerarme como un intérprete. Al igual que se ama
a Bach a través de Óistraj, se puede amar a Modigliani a través de mí”.
La historia de Elmyr de Hory es la de una colosal venganza, la burla de un
pintor de gran técnica que, expulsado del sistema por la crítica, decide reírse
de quienes le han marginado. “Consiguió su objetivo, ser reconocido como
artista”, afirma Dolores
Durán, comisaria de la exposición realizada en Círculo de Bellas Artes de Madrid en febrero de 2013, que ha
rastreado entre los amigos del pintor para encontrar las escasas obras que
existen con su firma: “Hoy, que circulan tantos falsos elmyrs,
lo difícil es dar con uno real”. Un auténtico Elmyr podría alcanzar hasta los 100.000 euros.
Cuando Elmyr recala en Ibiza en
los sesenta, despojado de pasaporte (entra en España bajo la falsa identidad de Joseph Boutin) y perseguido por la ley, el apátrida decide echar
anclas.
Vivió 15 años en la isla, obstinado en
defender su dudosa inocencia y convencido de que aquel era su lugar en el
mundo. Sus amigos (famosos que iban de Ursula Andress a Natalia
Figueroa) le adoraban y por eso cuando saltó la fatal noticia de su
suicidio en diciembre de 1976 señalaron a su amante, Mark Forgy (quien una semana antes había sido nombrado su
heredero), como culpable de un fatal descuido. “Antes de morir, Elmyr se había
intentado suicidar no una, sino dos, tres y hasta cinco veces”, explica Durán. Era su manera de evitar la
amenaza permanente de la expulsión. Ingería gran cantidad de barbitúricos, pero
era rescatado en el umbral de la muerte por algún amigo. Forgy, sin embargo, llegó tarde y la
sombra de la duda cayó sobre él.
La extradición a Francia llegó al día siguiente, pero ya nadie podía mover a Elmyr de la isla. En su cementerio
blanco, descansa uno de los mayores falsificadores del arte.
Fuentes:
Wikipedia y El Pais (http://cultura.elpais.com/cultura/2013/02/06/actualidad/1360173001_210270.html)
"-Murchison sabe que los cuadros se
están falsificando. ¿En qué se basa, exactamente?
-En su opinión- dijo Tom, encogiendo los
hombros-. Oh, habló del espíritu de un cuadro, la personalidad...
dudo que pudiera haber convencido a un experto de Londres. ¿Quién sabe
hoy dónde está la línea que separa a Derwatt de Bernard, francamente?
Unos bastardos aburridos, esos autodesignados críticos de arte.
Escucharlos es más o menos tan divertido como leer sus críticas de
arte... conceptos espaciales, valores plásticos y toda esa cháchara -se rió, se
estiró los puños, y esta vez se estiraron-. Murchison vio los que yo
tengo, uno genuino y uno de Bernard. Naturalmente, traté de disuadirlo y,
si puedo decirlo, pienso que lo logré. No creo que vaya a mantener su
cita con... con el hombre de la Galería Tate."
Patricia Highsmith, La máscara de Ripley Editorial Norma, Buenos Aires 2010
pág. 261.
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