Si uno se dedica a esto del arte, aun desde la periferia del mercado, el asunto "crítico de arte" es una cuestión que está, aunque no se quiera, siempre presente. Uno trata de tomarlo con el estoicismo con que se resigna a la varicela, pero como "ellos" siempre están al asecho -a qué negarlo- logran generar un poco de nerviosismo.
Sin mala intención -no tengo nada personal más allá del antagonismo natural que nos corresponde por cumplir los roles irreconciliables de depredador-depredada- transcribo un par de artículos sobre el tema.
"EL CRITICO CHAPUCERO.
Fernando Castro
Sobran razones para odiar a los críticos.
Incluso algunos ni siquiera están cabreados con esta casta, pues piensan que ya no existe otra cosa que la pomada o el palo seco. Casi nadie dice otra cosa que sandeces que sirvan para trincar pasta o medrar en el mundillo atufado del arte.
Son variadísimas las modalidades de esta especie endémica: el sesudo plúmbeo que sale a pavonearse desde la caverna académica; el plumilla periodístico que tira de nota de prensa; grupúsculos romanticoides dispuestos a lanzar loas a la pintura en endecasílabos; el francotirador "consparanoico" que genera "daños colaterales"; la legión de mamones de galería y museo que comulgan con ruedas de molino y tienen la sonrisa del Joker de Batman.
Abundan los que confunden la velocidad con el tocino, trepan con facilidad los snobs-glamourosos y los que introducen la palabra "fantástico" mientras abrazan incluso a las farolas. Son de temer los amargados, variedad en la que antes era usual tener constancia de que eran "pintores frustrados" aunque no encarnaban otra cosa que el paradigma del inepto.
Jack Green escribió una diatriba jugosa contra las reseñas que suscito la publicación de Los reconocimientos, de William Gaddis. Recordemos el título como aviso para navegantes "¡Despidan a esos desgraciados!"
Descubrir el Arte, Número 157 - Marzo 2012, pág. 16
“¡Despidan a esos desgraciados!”, de Jack Green
19 diciembre 2011 Reseñas
Los reconocimientos de William Gaddis no es una novela muy leída en España por la sencilla razón de que es casi ilocalizable en español. La publicó Alfaguara en 1987, treinta y dos años después de que Harcourt, Brace & Company consiguiera vender 500 ejemplares de su versión original en inglés. Hoy día es artículo de coleccionista y materia frecuente de intercambio bibliotecario, y también objeto de especulación creciente porque parece que será publicada de nuevo en español por la editorial Sexto Piso, propietaria de los derechos de difusión en nuestro idioma, algo (esto último) de lo que puedo dar fe.
Pero no nos hagamos ilusiones: la principal razón de que no sea una novela muy leída en español radica en que se trata de una obra con un objetivo de tal magnitud y unas pretensiones tan elevadas que los guías habituales del lector en el descubrimiento de este tipo de libros pasan de puntillas sobre ellos; los motivos a continuación.
Gaddis publicó Los reconocimientos —que tiene 1.096 páginas en la, hasta ahora, única edición en castellano, y 956 páginas en la original en inglés— en 1955, época en la que el marketing editorial se regía por unas reglas no muy diferentes, en esencia, a las que lo presiden hoy día. La editorial enviaba unos cuantos ejemplares a críticos literarios de medios impresos, y estos decidían cuándo leerla, a qué velocidad, con cuánta concentración, etc. O decidían no leerla. En la Norteamérica de 1955 la novela de Gaddis consiguió obtener precisamente 55 reseñas, lo que no está nada mal si se tiene en cuenta que hace 57 años no existían los medios online de ahora, estando el mercado de la opinión literaria en manos de un oligopolio de factocontra el que era casi imposible luchar.
Y con 55 reseñas en los principales medios, ¿por qué vendió Los reconocimientos tan pocos ejemplares si, como no cesa de murmurarse, es una novela tan buena? Por si sirve de algo, diré que conozco de primera mano —y no a través de comentarios ajenos— la calidad de Los reconocimientos, algo que los lectores norteamericanos de aquella época no podrían corroborar puesto que se dejaron guiar por la opinión mayoritaria de los críticos que escribieron esas 55 reseñas: no valía la pena leer Los reconocimientos por, según ellos, una serie de razones que convencerían al menos incauto de los lectores: es gorda, es cara, es difícil, es irreverente, la ha escrito un tipo demasiado joven, además es su primera novela, etcétera, etcétera.
En la novela hay un personaje que se dedica a la crítica literaria y que va con otro a una sastrería a que les arreglen unas cremalleras —una escena un tanto pre-bernhardiana—. El “crítico” lleva una novela voluminosa consigo, y se desarrolla la siguiente escena:
—¿Estás leyendo eso? — …—No. Sólo lo estoy reseñando —dijo el más alto, volviéndose a encorvar en su camisa de lana verde—. Por veinticinco asquerosos dólares. Me llevará hoy la noche entera.—No lo habrás comprado, ¿verdad?—Cristo, ¿a ese precio? ¿Quién demonios creen que va a pagar tanto por una novela. Cristo, podría habértela dado, lo único que necesito para escribir la reseña es la nota de la solapa.Era ciertamente un libro grueso. Un modelo de atrevida elegancia, las letras de la sobrecubierta se erguían en rígidas configuraciones de rojo y negro para dar a entender el origen del diseño. (Por alguna excéntrica razón no había ninguna foto del autor chupando una pipa con aire pensativo, sans gêne con un cigarrillo, sang-froid sin corbata, reproducida en la contraportada).
De alguna manera, Gaddis anticipó cuál iba a ser el comportamiento general de la crítica con su novela: no iban a leerla; aunque sí iban a permitirse la licencia de opinar sobre ella… de manera desastrosa.
Todo esto nos suena bastante, ¿verdad? Y nos indigna. Si no fuera porque William Gaddis se recuperó del impacto que le supuso la recepción “oficial” de su primera novela y mantuvo los índices de calidad de su literatura al mismo nivel en obras posteriores, Los reconocimientos no se hubiera reeditado años después y hoy, ahora mismo, no estaríamos hablando de ella con la esperanza de verla de nuevo en librerías.
Así debió pensar Christopher Carlisle Reid, alias Jack Green, cuando años después de su publicación descubrió la novela, la leyó, quedó subyugado por ella y se dedicó a comprobar, en retrospectiva, el pésimo trabajo que había realizado la crítica con aquella obra capital, condenándola a las mesas de saldos. Si esto hubiera sucedido medio siglo después, Green hubiera abierto un blog aunque su único objetivo fuera poner de manifiesto aquella injusticia. Pero hace medio siglo Green utilizó los medios de la época, en concreto un fanzine que editaba personalmente con periodicidad irregular con el título simple de newspaper. En 1962, y durante tres números consecutivos de newspaper, Green analizó y desmontó, con una calidad endiablada, cada uno de los argumentos utilizados por los diversos reseñistas —basta ya de llamarlos críticos— en sus respectivos medios impresos, lo que a la postre resultó ser también un trabajo excepcional sobre la mendacidad de la crítica literaria: la crítica gratuita, seria y fundamentada —pero también divertida y amena, ya sabéis…— de la crítica remunerada, falsa y sin el más mínimo fundamento. Un supuesto amateur rebatiendo a supuestos entendidos, poniéndolos contra las cuerdas con pruebas sustantivas, destrozando sus doctos comentarios mediante su reducción sistemática a meros clichés capaces de arrancar la carcajada aun a quienes no hayan tenido la fortuna de poder apreciar el objeto de su defensa: Los reconocimientos.
Los tres números de newspaper dedicados por Green a la crítica de Los reconocimientos fueron publicados en 1992 en forma de libro por la editorial Dalkey Archive Press (y sólo el nombre de esta casa —Dalkey Archive es una magnífica novela de Flann O’Brien— debería dar una idea de los criterios editoriales por los que se rige). La tarea recayó en Steven Moore, un reputado crítico literario estadounidense experto en la obra del propio Gaddis, pero también en las de James Joyce, Thomas Pynchon, Djuna Barnes, Chandler Brossard (de quien hablaremos en un próximo artículo), Richard Brautigan y David Foster Wallace, entre otros. En pocas palabras, montañas de calidad sobre calidad sobre calidad.
El título de esa recopilación, Fire the bastards!, ha sido traducido al español por el menos agresivo ¡Despidan a esos desgraciados!, dadas las connotaciones excesivamente peyorativas del término “bastardo” en castellano —y quizá hubiera sido más gráfico deslizar la pronunciación popular en su ortografía dejándolo en “desgraciaos”, aunque seguro que el lector sabrá perfectamente cómo pronunciarlo sin tal ayuda—. Y yo he tenido el honor de prologarla. ¿Por qué? Quizá porque sin ser experto en la obra de Gaddis —en realidad no soy experto en nada, me gustan demasiadas cosas para dedicar demasiado tiempo a una sola de ellas—, he releído hace poco con la tranquilidad y concentración necesarias Los reconocimientos y soy un apasionado de la crítica de la crítica, o de la contracrítica, y creo que todo esfuerzo en poner de manifiesto los engaños y la manipulación en cualquier orden vital merece un apoyo explícito e incondicional.
Nadie le pidió a Gaddis que viniera a “molestar” a los integrantes de un medio, el literario, que en las décadas siguientes a la publicación de su primera obra no ha hecho otra cosa que seguir degenerando, contraviniendo las leyes darwinianas de la selección natural. Nadie le pidió a Green que entablara una lucha numantina contra el establishment literario. Nadie empujó a Moore a rescatar este valioso documento que ahora se publica en castellano, como nadie le indicó a la editorial barcelonesa que afrontara la publicación de lo que viene a ser un bofetón indirecto a las prácticas literarias complacientes con la mediocridad y el mal gusto. Y nadie me pidió a mí que me metiera en camisa de once varas añadiendo un sencillo comentario a una obra que no lo necesita porque se basta a sí misma junto con el objeto último de su defensa. Desde el primer artista hasta el último mono no hay sino compromiso, primero, en la construcción de un edificio artístico basado en criterios rigurosos y, por último —el mono—, en la conservación de algo amenazado de extinción a causa de intereses comerciales contaminados.
Lo único que puedo desear a los críticos es la crucifixión.
Cartas, Saul Bellow
Cartas, Saul Bellow
Fuente: http://revistadeletras.net/despidan-a-esos-desgraciados-de-jack-green/
Post data personalísima: Llevo tiempo a la caza de ambos libros, el de Gaddis y el de Green, de modo, obvia destacar, absolutamente infructuoso en Baires. En breve estaré unos días en New York, con la esperanza de atraparlos aunque sea en ingles. Si alguien tiene idea de por dónde debo buscar, avise. Quedaré eternamente agradecida. gabyfarnell@gmail.com
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