Si algo he aprendido con los años es:
Primero: no discutir con estúpidos. Mantengo una conversación, veo iniciarse la
disputa, identifico el nivel de dogmatismo de mi interlocutor y me retiro. No pierdo el tiempo. Por definición, el
estúpido está orgulloso de su estupidez y hace ostentación de ella. Insufriblemente.
Segundo: no creer en las buenas intensiones de nadie.
Muy, pero muy pocas personas (y yo no he conocido a ninguna aun) hacen o
dicen algo sin la intencionalidad final de beneficiarse con ello. Escucho, respeto, acepto las posturas de los
otros pero NO creo en sus supuestas
finalidades altruistas hasta prueba –contundente- en contrario.
Tercero: no esperar nada.
Entre mis múltiples sospechas de mitos urbanos está el de la “generosidad desinteresada”. Nadie da nada por nada y como no me gusta que
me manipulen no permito que me constituyan en benefactora de presuntos actos
generosos. Sí, estamos solos y la única persona confiable –y hasta ahí- somos nosotros mismos.
Si bien no he adherido nunca a Facebook o redes sociales de
ese tipo, suelo frecuentar cuatro o cinco blogs de arte y de opinión. Los debates trazados a través de los
comentarios podrían pintar el contexto social-cultural contemporáneo pero lo único que acreditan es la mala
formación y la aberrante ignorancia de una gran parte de la población. Principalmente ignorancia histórica (hoy tergiversada
hasta el delirio) e ignorancia informativa.
Y no hablo de leer tal o cual diario o ser espectador de tal programa televisivo. Hoy internet pone la data al alcance de todos,
y no a través de una fuente única. En
media hora de web uno puede bucear en archivos y fuentes diversas, en cualquier
idioma (¡bendito sea el traductor de Google!), actuales o pasadas. Hoy cualquiera puede tener sustento de
conocimiento independiente de modo previo a decidir u opinar.
Por eso resulta inaceptable la adherencia de modo fanático a un
bando (ideológico, político o religioso), repitiendo cual letanía el dogma del “líder”
de turno. Pero parece que pensar por sí y razonar libremente como adulto sigue
siendo la excepción. Es preferible mantener
el nivel intelectual de una criatura, inmadura e inexperta, que depende de que su papá le proporcione las opiniones "aceptables" que deberá repetir
como loro al mundo. Las secuelas de los regímenes paternalistas (políticos y religiosos) se prolongan en el tiempo y propenden, lamentablemente, al infinito.
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