martes, 15 de julio de 2014


Si algo he aprendido con los años es:
Primero: no discutir con estúpidos.  Mantengo una conversación, veo iniciarse la disputa, identifico el nivel de dogmatismo de mi interlocutor y me retiro.  No pierdo el tiempo. Por definición, el estúpido está orgulloso de su estupidez y hace ostentación de ella.  Insufriblemente.
Segundo: no creer en las buenas intensiones de nadie.  Muy, pero muy pocas personas (y yo no he conocido a ninguna aun) hacen o dicen algo sin la intencionalidad final de beneficiarse con ello.  Escucho, respeto, acepto las posturas de los otros pero NO creo en sus supuestas finalidades altruistas hasta prueba –contundente- en contrario.
Tercero: no esperar nada.  Entre mis múltiples sospechas de mitos urbanos está el de la “generosidad desinteresada”.  Nadie da nada por nada y como no me gusta que me manipulen no permito que me constituyan en benefactora de presuntos actos generosos. Sí, estamos solos y la única persona confiable –y hasta ahí-  somos nosotros mismos. 

  Estos  últimos días, y ante la inexplicable violencia destructiva que soportamos el pasado domingo, he sido inicial partícipe y posterior espectadora de debates ridículos.  El relato interpretativo ha ocupado preeminencia por sobre los hechos concretos y crudos.  La forma por sobre el contenido.  No importa si yo lo vi o si lo sufrí en carne propia, cinco idiotas que gritan cuentan su versión y esa es la “verdad”, única e incuestionable, porque si uno no lo acepta es un desestabilizador, un cipayo o un buitre.  O “vive en Miami”, lo cual no termino de entender que se supone que significa. 
  Si bien no he adherido nunca a Facebook o redes sociales de ese tipo, suelo frecuentar cuatro o cinco blogs de arte y de opinión.  Los debates trazados a través de los comentarios podrían pintar el contexto social-cultural contemporáneo  pero lo único que acreditan es la mala formación y la aberrante ignorancia de una gran parte de la población.  Principalmente ignorancia histórica (hoy tergiversada hasta el delirio) e ignorancia informativa.  Y no hablo de leer tal o cual diario o ser espectador de tal programa televisivo.  Hoy internet pone la data al alcance de todos, y no a través de una fuente única.  En media hora de web uno puede bucear en archivos y fuentes diversas, en cualquier idioma (¡bendito sea el traductor de Google!), actuales o pasadas.  Hoy cualquiera puede tener sustento de conocimiento independiente de modo previo a decidir u opinar. 
  Por eso resulta inaceptable la adherencia de modo fanático a un bando (ideológico, político o religioso), repitiendo cual letanía el dogma del “líder” de turno.  Pero parece que  pensar por sí y razonar libremente como adulto sigue siendo la excepción.  Es preferible mantener el nivel intelectual de una criatura, inmadura e inexperta, que depende de que su papá le proporcione las opiniones "aceptables" que deberá repetir como loro al mundo.  Las secuelas de los regímenes paternalistas (políticos y religiosos)  se prolongan en el tiempo y propenden, lamentablemente, al infinito. 

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