jueves, 24 de julio de 2014

El plagio como libre uso de los bienes culturales. 


  Dice  Macedonio Fernández allá por el año 1926:  “En dicha novela repetiré aluno de los chistes aquí intentados, pues espero llegar a un extremo de garantía y seriedad en mis bromas, ensayándolas en varias repeticiones; además, así se entretendrá algún exigente en originalidad, quién descubrirá que alguna idea mía es de Sterne o de Rebelais, cuando no habrá sino tomada de allí sino de mí mismo, de la primera vez que la dije; en el estado de repetición se parecerá textualmente a la idea de Sterne, pero antes se parece a la mía de la primera vez que la copié, porque es tan escasa la originalidad que hoy no queda otra que la del primer copista de autor nuevo, ´primera copia´ es un subgénero sancionado de originalidad.” Macedonio Fernández, Carta abierta argentino-uruguaya, Martin Fierro 34, 5-X-26, 257, OCA 43 –  Correspondencia Macedonio-Borges, Edición y Notas Carlos García Corregidor,  Buenos Aires 2000, pág.72.

  “Primera copia es un subgénero sancionado de originalidad”.  En ese mismo libro (Correspondencia…) su compilador Carlos García refiere a “Macedonio, el paladín del plagio, y Borges, el futuro héroe de la intertextualidad, disputan mediante terceros quién ha copiado a quién o quién es el más original de los dos…” (pág. 181 op. cit.).


  Entiendo por “deformación” formativa (soy irremediablemente borgiana) que toda obra cultural (literaria, artística, musical) integra el acervo común de la humanidad, al que todos tenemos derecho y obligación de acceder. Cierto, existe el derecho de propiedad intelectual de la obra por parte de su creador, su derecho a la integridad e inalterabilidad de su obra.  Pero el disfrute (y ahí podría caber la “inspiración” o la reverencia del plagiador, o su afán de “perfeccionamiento”, quién sabe) es derecho natural del otro, del espectador, del consumidor de bienes culturales.   Transcribo a continuación un magnífico artículo de Marcos Mayer, publicado en Clarín en el año 2006 y al que se accede via web en: http://edant.clarin.com/suplementos/cultura/2006/08/05/u-01246343.htm

  Obviamente (casi una redundancia) las imágenes de esta entrada corresponden a obras de mi serie Plagiaria.


EL OCASO DE LA ORIGINALIDAD
La insoportable levedad del plagio
La pérdida del sentido de propiedad parece ser, paradójicamente, el resultado de la propagación de las industrias culturales. Desde Dan Brown hasta Jorge Bucay, desde los Beatles hasta Felipe Pigna, todo el mundo es acusado de plagio. Parecería que ignotos autores son los verdaderos creadores de productos exitosos cuya paternidad les fue robada. Una compañía llegó al extremo de iniciar un juicio no ya por una obra determinada, sino por un estilo. Pero al mismo tiempo la literatura reivindica la cita ajena y algunos movimientos paraculturales sostienen que el copyrigth debe pasar a mejor vida.

MARCOS MAYER.
  Aunque desacelerada porque el éxito de la versión fílmica fue menor al esperado, la sucesión de juicios por plagio contra El Código da Vinci de Dan Brown amenaza con convertirse en una especie de noticia serial. A su vez, cada semana los medios publican un nuevo caso de plagio presunto o comprobado, como la reciente acusación, casi 40 años después, de que "Yesterday" —la canción más grabada de los Beatles— lo debe todo a una canzonetta italiana.

  Más allá del dinero que se juega en estas denuncias, la presencia cada vez mayor del plagio, en la industria cultural, en Internet e incluso en el ámbito académico, habla de un estado de cosas en el que se pone en cuestión la idea de originalidad, de la propiedad intelectual y de quién puede disponer del uso de los bienes culturales. Para algunos plagiar es un delito, para otros un derecho, y no hay quien lo considere una bienvenida fatalidad.

  El matiz más obvio de este aluvión de denuncias y juicios, sobre todo cuando se trata de un éxito, es lograr para los querellantes una suerte de "efecto derrame" que haga que los dólares se repartan entre más manos. Pero este aspecto no es el único ni seguramente el más interesante.  Sin dudas hay una fuerte motivación, con algo de picaresco, de subirse al éxito y el dinero ajenos en este auge de las permanentes denuncias de plagio cuyo desenlace se pierde en el fárrago noticioso o más probablemente en arreglos extrajudiciales. 

Las obras que vos copiáis

  Los encargados de la sección Legales de los Autores Teatrales hablan de unas veinticinco denuncias por plagio en lo que va del año, que suelen resolverse fuera de los tribunales. Un panorama similar se constata en la SADE y la SEA (las dos entidades que agrupan a los escritores) y en SADAIC (músicos).

  Para mencionar sólo algunos casos recientes:  Peritos de la Sociedad General de Autores de la Argentina (Argentores) sostienen que el guión de la película Gitano, escrito por el español Arturo Pérez-Reverte, fue plagiado del filme Gitana, corazones de púrpura, de Antonio González Vigil y Juan Madrid

  El escritor Andrés Rivera le ganó un juicio por plagio al periodista Jorge Zicolillo, quien habría citado en exceso y sin autorización los dichos y acciones de varios personajes de la novela La revolución es un sueño eterno

  Dos ex integrantes del grupo senegalés Toure Kunda enjuiciaron a Carlos Santana acusándolo de haberles robado la canción "Africa Bamba". La escritora francesa Stéphanie Vergniault demanda por presunto plagio y reclama dos millones de euros a la Warner, productora de la película Syriana, de Stephen Gaghan.

  El desconocido escritor mexicano Teófilo Huerta dice que la última novela del Premio Nobel portugués José SaramagoLas intermitencias de la muerte (2005) parece haberse inspirado en un cuento suyo titulado "¡Ultimas noticias!", escrito en 1987. 

  Los productores de la olvidada Traficantes de cuerpos, estrenada en los 70, demandan a los realizadores de La isla diciendo que existen 90 similitudes entre ambas películas. Una especie de ironía, porque las dos coinciden en narrar una historia de clones. 

  En Bélgica se acaba de prohibir la ejecución pública de "Frozen", el tema de corte de Ray of light, uno de los discos más exitosos de Madonna, luego de que el juez considerara excesiva la cantidad de compases en los que concuerda con "Ma vie fout le camp", una composición de un ignoto Acquaviva

  La colombiana Shakira fue tildada de "indecente" por el salsero Jerry Rivera por haber usado los acordes de las trompetas de su canción "Amores como el nuestro" en su más reciente éxito "Hips Don''t Lie", que interpretó en la ceremonia de cierre del Mundial. Esto ocurrió pocos días antes de que el dominicano Luis Días la acusara de haber usado sin autorización el estribillo de uno de sus temas más famosos para incluirlo en la misma canción. 

 La lista merece cerrarse, aunque sea provisoriamente, con las demandas recibidas por la novela más famosa de Dan Brown. Un juez británico, Peter Smith, determinó que Brown no había robado ideas de La sangre sagrada y el Santo Grial, de Michael Baigent y Richard Leigh. Ambos libros fueron editados por Random House, que se mostró muy satisfecha por la decisión judicial. Tal vez porque la obra de Baigent y Leigh, aparecida hace 24 años, vende desde que comenzó el juicio unos 7.000 ejemplares por semana. Ahora parece que Brown tendrá que responder ante los jueces rusos, pues un científico de este país ha anunciado otra querella por plagio. Mijail Anikin, que trabaja en el museo Ermitage de San Petersburgo, asegura que fue él quien descubrió la idea que Brown usó en su libro exitoso.

  En la mayoría de estos episodios llama la atención el desnivel —en términos de fama, prestigio y vigencia— entre reclamantes y reclamados. El plagio podría constituir una especie de nuevo género que cuenta el modo en que los poderosos, famosos y encumbrados se apropian del trabajo intelectual y estético de los ignorados y olvidados. Lo que implica decir de algún modo que la verdadera creatividad nunca llega de primera mano.

  Es entonces que el plagio adquiere una dimensión diferente, porque estamos en tiempos en los que la tecnología permite que un disco pirateado tenga la misma calidad que el original. Y también cuando nos hallamos a las puertas de que el buscador Google habilite su biblioteca virtual, por la que, pese a las protestas de autores y editores, se accederá sin costo a una cantidad enorme de textos. Es decir que la tecnología, por un lado, y la competencia capitalista, por otro, hacen que la propiedad intelectual y los derechos que se desprenden de ella sean a la vez un obstáculo y una fuente de ingresos.


  Pero no siempre está en disputa la cuestión de la propiedad intelectual ni los beneficios o perjuicios que ocasiona. Si se entra a Wikipedia, justamente un sitio de Internet en el que no se reivindica la condición autoral (se construye con los aportes de los internautas y los artículos no están firmados), se encuentra esta sorprendente entrada: "Se acusa de plagio no intencional a la ignorancia de cómo citar fuentes. El plagio es tan fácil que muchos estudiantes ni siquiera se dan cuenta de estarlo cometiendo". Esta definición, que parece tan obvia, contiene algunas claves interesantes. 

  Siendo profesor de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA) me topé con una monografía que, luego de un exacerbado pasaje épico, se comparaba al ejército de Facundo Quiroga con "las huestes de Darío", un símil impensable en un autor veinteañero. La fuente bibliográfica del párrafo copiado donde aparecía esa comparación se mencionaba en el trabajo (por lo que no había intención de engaño) y, al ser consultado el alumno, contestó que suponía que dado que el texto había sido elegido por la cátedra, estaría mejor dicho allí que en sus propias palabras. Una extraña inversión del viejo mandato pedagógico de convertir al conocimiento en algo propio. Es que justamente lo que demostraba esta respuesta es que no se percibía una propiedad del texto ajeno, lo cual funcionaba como motivo suficiente para no verse obligado a generar el propio.


  En un contexto más amplio, se pueden encontrar sugestivas similitudes con el caso anterior. Ante las acusaciones de plagio al historiador Felipe Pigna y al psicólogo Jorge Bucay la respuesta fue similar: un error u omisión en indicar que el texto citado pertenecía a otro autor (plagio involuntario, según Wikipedia).


   "Se trata simplemente de la omisión de tres citas que una vez advertidas fueron entregadas oportunamente a la editorial para su inmediata corrección, lo que lamentablemente no ocurrió por motivos ajenos a mi persona." Esto dijo Pigna a Clarín en respuesta a la acusación de plagio de un texto aparecido en la revista Nueva y escrito por la periodista cordobesa Cristina Paltrinieri.


  La explicación resulta plausible. Pero lo llamativo es que un historiador como Pigna considere como fuente citable un artículo periodístico, en este caso sobre la rebelión de Túpac Amaru, que sin dudas conoce a la perfección y sobre el que tiene clara posición tomada. Lo que permite suponer esta elección por parte de Pigna es una cierta renuncia a lo que podría llamarse voluntad de estilo. Para explicarlo rápidamente, da lo mismo quién lo diga.



  A diferencia del plagio por dolo, o por admiración, en este caso se trata de una operación en la que se supone que, palabra más o menos, todos los textos tienen el mismo valor. En esto, el plagio se interrelaciona con los rumbos de la industria cultural, para la cual no existe un valor propio de cualquier tipo de obra, sino que ese valor viene desde afuera, de su eficacia para funcionar en un mercado. Martin Amis lo resume en una línea de diálogo de su novela Dinero: "Creen que tienen razón porque tienen éxito".



  En este sentido, el caso emblemático es el de John Fogerty, el ex cantante de Creedence Clearwater Revival cuando decidió iniciar su carrera solista. El ex sello de Fogerty, Fantasy, consideraba que su "nuevo" tema "The old man down the road", era un plagio de otro compuesto por él mismo en la época de Creedence: "Green River". El juez tuvo que dictaminar si era plagio que un artista se pareciera a sí mismo. Y falló a favor del cantante, quien acaba de regresar a Fantasy para su último disco.



Géneros, estilo y plagio.
  Según este reclamo parecería que una compañía no es sólo dueña del llamado copyright sino también de un estilo.  Los blues, las novelas policiales, los teleteatros, y hasta los conciertos barrocos, sin hablar de la chaya o la milonga, tienen elementos en común —un molde fijo que admite variantes internas— por lo cual todo aquel que se insertara en un género sería un plagiario en potencia.

  Paralelamente a todos estos reclamos, se fue gestando un movimiento que reivindica el plagio, algunas de cuyas producciones pueden verse en una muestra que se ha montado ahora en Barcelona, luego de pasar por Madrid y otras ciudades españolas. Plagiarismo, una españolización de la palabra inglesa plagiarism, se presenta bajo los auspicios del Conde de Lautremont quien sostuvo en el siglo XIX, la época del deseo de originalidad, que "El plagio es necesario. El progreso lo requiere. El plagio abraza la frase de un autor, utiliza sus expresiones, borra una falsa idea y la sustituye por otra correcta." Y su título remite también a una "escuela" artística que ha trabajado con el plagio y una serie de prácticas que podrían considerarse análogas como la recontextualización de citas, la intertextualidad o el uso de partes reconocibles de otras obras. De alguna manera, los "plagiaristas" tienen más de un maestro. Los más evidentes están en la primera vanguardia del siglo XX, en los llamados ready made de Marcel Duchamp y en el pop-art, que tuvo como figura principal a Andy Warhol. Pero también a Borges, cuyo personaje de Pierre Menard, que pretende escribir el Quijote, juega con la idea del plagio como un azar.

  No debe dejarse de lado el matiz político de estos artistas, que parecen molestar más de lo que se supone a quienes ocupan el centro de la escena. Por ejemplo, es el caso del norteamericano John Oswald, quien fue obligado a destruir los discos en los que había modificado conocidos temas de Michael Jackson. Y aquí aparece el problema de la propiedad privada de los productos intelectuales, algo cuyo desconocimiento forma parte indisoluble de los planteos estético-políticos de Bertolt Brecht. El dramaturgo alemán, en consonancia con el planteo marxista de la abolición de la propiedad privada, se oponía a la idea de que las ideas tuvieran un dueño.

  Algo similar ocurre con el movimiento del llamado "copyleft", que por ahora se mueve fundamentalmente en el territorio del software, pero que se basa en una forma de funcionamiento del mercado en el cual los creadores ceden sus derechos de propiedad para generar una comunidad de intercambio de conocimientos e invenciones.

  Tal vez lo que plantea hoy el plagio y que afecta también aquellos casos de los que se habla en la primera parte, es un reclamo planteado por Alex Mendibil, uno de los organizadores de la muestra Plagiarismo: "Vivimos en una cultura que se copia continuamente a sí misma y en cambio prohíbe a los artistas que hagan versiones que otorguen un nuevo significado a los íconos culturales". En definitiva, pareciera que hoy para transitar el mundo de la cultura se precisa registro para copiar. Mientras tanto, la ley busca fallar con armas viejas en una realidad que vive conflictos nuevos, donde lo que está en juego es una renovada utopía del conocimiento y el arte sin limitaciones. Para algunos el plagio es un negocio, para otros una renuncia y para el resto una puerta que aún falta abrir. 



Apostillas (recuadros)
Casos en la música
Tócala de nuevo, George          
  El rock parece ser un territorio fértil para el ejercicio del juicio por plagio. Hay unos cuantos casos célebres que llegaron a los estrados.  "My Sweet Lord", la más exitosa de las canciones Hare Krishna de George Harrison tuvo que pagarle una fuerte suma en concepto de derechos mal habidos al grupo The Chiffons que habían aportado sin saberlo varios acordes de su tema "He's So Fine". 

  Michael Jackson estuvo involucrado en casos similares: perdió un juicio con el compositor africano Manu Dibango por las similitudes entre su tema "Wanna Be Starting Something" y el anterior "Soul Makossa". Un juez italiano dictaminó además que "Will You Be There" es una copia de "I cigni di balaka", compuesta previamente nada menos que por Albano y Romina Power

  La lista podría ampliarse e incluir las supuestas similitudes entre una canzonetta italiana y la exitosisima "Yesterday", compuesta por Paul McCartney hace poco menos de cuarenta años y que recién se han denunciado dos semanas atrás. 

  Pero lo más interesante de este vínculo entre rock y plagio es la cantidad de sitios de Internet y conversaciones off the record que amplían al infinito los nombres de saqueadores y saqueados. Algo que seguramente tiene que ver con la ideología del género que vincula un énfasis casi absoluto en la originalidad (lo que hizo que en algún momento de la evolución del movimiento se viera con malos ojos que un grupo interpretara temas de otros) y la supuesta ortodoxia del género. De allí que en esas listas no oficiales se confunda el homenaje, la cita admirativa y los elementos inevitables comunes de un género musical con el robo descarado y un vampirismo, a veces solapado, y otras irritantemente evidente, del talento ajeno. Que es en definitiva lo que se pone en discusión.
  Como el valor es la primacía y la originalidad, la única manera de establecer listas organizadas por talento en cualquier arte es encontrar cuánto debe un artista a otro; algo, por otra parte, que cualquier músico admite sin problemas.


Casos en el arte
En pintura, ¿qué es plagiar?
Recientemente, la profesora santafesina María Alicia García Facino ha colocado en su blog una acusación contra León Ferrari porque considera que su obra "La civilización occidental y cristiana" es un plagio de "Loor a los héroes", un afiche realizado por el artista español Arturo Ballester. Si se comparan ambas obras, a las que se accede desde el mismo blog, la acusación parece difícil de justificar. El único elemento en común es cierta homología entre la figura humana y la forma de un avión. Allí se terminan las semejanzas: las obras no significan lo mismo, y donde hay estilización en Ballester en "La civilización..." hay un mensaje sin dobles interpretaciones.

  Tampoco resulta fácil entender la reacción de la plástica francesa Anette Messager, quien consideró que la obra de la argentina Mónica Girón recordaba la suya e hizo que se la bajara de una exposición en París, cuando como mucho podría hablarse de influencias.

  Para pensar la ausencia de la idea de plagio en el terreno de la plástica hay que considerar que el reemplazo de un cuadro por otro entra en otro terreno, el de la falsificación, en la que no está en juego la firma propia, sino justamente la firma ajena. Nadie copiaría un Picasso o un Kuitca y le pondría su nombre abajo, porque se reiría todo el mundo. No parece haber un mercado en el que el plagio cotice. Puede haber semejanzas que tienen que ver con la idea de escuela, en tanto adscripción a un estilo o a una estética. 

  De todos modos, como sucede con el rock en sentido contrario (ver recuadro), la ausencia de plagio —en un contexto que reivindica el intertexto, la cita y el homenaje— da pautas de cómo funcionan los valores de la originalidad y su peso dentro del mercado.

  Tal vez valga la pena aquí recordar los fundamentos de lo que se llamó a fines del siglo XIX el "método morelliano", en reconocimiento al crítico Giovanni Morelli, quien, para cambiar la adjudicación de la autoría de una importante cantidad de cuadros en varios museos europeos, encontraba la marca de autor en las manos o los cabellos, la zona donde el pincel se abandona a su propio movimiento. Es decir que las artes plásticas son impensables sin una marca de autor: en la teoría de Morelli los pequeños indicios de esas pinceladas no pensadas.




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