El
plagio como libre uso de los bienes culturales.
Dice Macedonio
Fernández allá por el año 1926: “En dicha novela repetiré aluno de los
chistes aquí intentados, pues espero llegar a un extremo de garantía y seriedad
en mis bromas, ensayándolas en varias repeticiones; además, así se entretendrá
algún exigente en originalidad, quién descubrirá que alguna idea mía es de
Sterne o de Rebelais, cuando no habrá sino tomada de allí sino de mí mismo, de
la primera vez que la dije; en el estado de repetición se parecerá textualmente
a la idea de Sterne, pero antes se parece a la mía de la primera vez que la
copié, porque es tan escasa la originalidad que hoy no queda otra que la del
primer copista de autor nuevo, ´primera copia´ es un subgénero sancionado de
originalidad.” Macedonio Fernández, Carta
abierta argentino-uruguaya, Martin Fierro 34, 5-X-26, 257, OCA 43 – Correspondencia Macedonio-Borges, Edición
y Notas Carlos García Corregidor, Buenos
Aires 2000, pág.72.
“Primera
copia es un subgénero sancionado de originalidad”. En ese mismo libro (Correspondencia…) su
compilador Carlos García refiere a “Macedonio,
el paladín del plagio, y Borges, el futuro héroe de la intertextualidad,
disputan mediante terceros quién ha copiado a quién o quién es el más original
de los dos…” (pág. 181 op. cit.).
Entiendo por
“deformación” formativa (soy
irremediablemente borgiana) que toda obra cultural (literaria, artística,
musical) integra el acervo común de la humanidad, al que todos tenemos derecho
y obligación de acceder. Cierto, existe el derecho de propiedad intelectual de
la obra por parte de su creador, su derecho a la integridad e inalterabilidad
de su obra. Pero el disfrute (y ahí
podría caber la “inspiración” o la reverencia del plagiador, o su afán de “perfeccionamiento”,
quién sabe) es derecho natural del otro,
del espectador, del consumidor de bienes culturales. Transcribo a continuación un magnífico artículo de Marcos Mayer, publicado en Clarín en el año 2006 y al que se accede via web en: http://edant.clarin.com/suplementos/cultura/2006/08/05/u-01246343.htm
Obviamente (casi una redundancia) las imágenes de esta entrada
corresponden a obras de mi serie Plagiaria.
EL OCASO DE LA ORIGINALIDAD
La insoportable levedad del plagio
La pérdida del sentido de propiedad parece ser, paradójicamente, el resultado de la propagación de las industrias culturales. Desde Dan Brown hasta Jorge Bucay, desde los Beatles hasta Felipe Pigna, todo el mundo es acusado de plagio. Parecería que ignotos autores son los verdaderos creadores de productos exitosos cuya paternidad les fue robada. Una compañía llegó al extremo de iniciar un juicio no ya por una obra determinada, sino por un estilo. Pero al mismo tiempo la literatura reivindica la cita ajena y algunos movimientos paraculturales sostienen que el copyrigth debe pasar a mejor vida.
La pérdida del sentido de propiedad parece ser, paradójicamente, el resultado de la propagación de las industrias culturales. Desde Dan Brown hasta Jorge Bucay, desde los Beatles hasta Felipe Pigna, todo el mundo es acusado de plagio. Parecería que ignotos autores son los verdaderos creadores de productos exitosos cuya paternidad les fue robada. Una compañía llegó al extremo de iniciar un juicio no ya por una obra determinada, sino por un estilo. Pero al mismo tiempo la literatura reivindica la cita ajena y algunos movimientos paraculturales sostienen que el copyrigth debe pasar a mejor vida.
MARCOS MAYER.
Aunque desacelerada porque el éxito de la versión fílmica fue menor al esperado, la sucesión de juicios por plagio contra El Código da Vinci de Dan Brown amenaza con convertirse en una especie de noticia serial. A su vez, cada semana los medios publican un nuevo caso de plagio presunto o comprobado, como la reciente acusación, casi 40 años después, de que "Yesterday" —la canción más grabada de los Beatles— lo debe todo a una canzonetta italiana.
Más allá del dinero que se juega en estas denuncias, la presencia cada vez mayor del plagio, en la industria cultural, en Internet e incluso en el ámbito académico, habla de un estado de cosas en el que se pone en cuestión la idea de originalidad, de la propiedad intelectual y de quién puede disponer del uso de los bienes culturales. Para algunos plagiar es un delito, para otros un derecho, y no hay quien lo considere una bienvenida fatalidad.
El matiz más obvio de este aluvión de denuncias y juicios, sobre todo cuando se trata de un éxito, es lograr para los querellantes una suerte de "efecto derrame" que haga que los dólares se repartan entre más manos. Pero este aspecto no es el único ni seguramente el más interesante. Sin dudas hay una fuerte motivación, con algo de picaresco, de subirse al éxito y el dinero ajenos en este auge de las permanentes denuncias de plagio cuyo desenlace se pierde en el fárrago noticioso o más probablemente en arreglos extrajudiciales.
Aunque desacelerada porque el éxito de la versión fílmica fue menor al esperado, la sucesión de juicios por plagio contra El Código da Vinci de Dan Brown amenaza con convertirse en una especie de noticia serial. A su vez, cada semana los medios publican un nuevo caso de plagio presunto o comprobado, como la reciente acusación, casi 40 años después, de que "Yesterday" —la canción más grabada de los Beatles— lo debe todo a una canzonetta italiana.
Más allá del dinero que se juega en estas denuncias, la presencia cada vez mayor del plagio, en la industria cultural, en Internet e incluso en el ámbito académico, habla de un estado de cosas en el que se pone en cuestión la idea de originalidad, de la propiedad intelectual y de quién puede disponer del uso de los bienes culturales. Para algunos plagiar es un delito, para otros un derecho, y no hay quien lo considere una bienvenida fatalidad.
El matiz más obvio de este aluvión de denuncias y juicios, sobre todo cuando se trata de un éxito, es lograr para los querellantes una suerte de "efecto derrame" que haga que los dólares se repartan entre más manos. Pero este aspecto no es el único ni seguramente el más interesante. Sin dudas hay una fuerte motivación, con algo de picaresco, de subirse al éxito y el dinero ajenos en este auge de las permanentes denuncias de plagio cuyo desenlace se pierde en el fárrago noticioso o más probablemente en arreglos extrajudiciales.
Las obras que vos copiáis
Los encargados de la sección Legales de los Autores Teatrales hablan de unas veinticinco denuncias por plagio en lo que va del año, que suelen resolverse fuera de los tribunales. Un panorama similar se constata en la SADE y la SEA (las dos entidades que agrupan a los escritores) y en SADAIC (músicos).
Para mencionar sólo algunos casos recientes: Peritos de la Sociedad General de Autores de la Argentina (Argentores) sostienen que el guión de la película Gitano, escrito por el español Arturo Pérez-Reverte, fue plagiado del filme Gitana, corazones de púrpura, de Antonio González Vigil y Juan Madrid.
El
escritor Andrés Rivera le ganó un
juicio por plagio al periodista Jorge
Zicolillo, quien habría citado en exceso y sin autorización los dichos y
acciones de varios personajes de la novela La revolución es un sueño eterno.
Dos ex integrantes del grupo senegalés Toure
Kunda enjuiciaron a Carlos Santana
acusándolo de haberles robado la canción "Africa Bamba". La
escritora francesa Stéphanie Vergniault
demanda por presunto plagio y reclama dos millones de euros a la Warner, productora de la película Syriana,
de Stephen Gaghan.
El desconocido escritor mexicano Teófilo Huerta dice que la última novela del Premio Nobel portugués José Saramago, Las intermitencias de la muerte (2005) parece haberse inspirado en un cuento suyo titulado "¡Ultimas noticias!", escrito en 1987.
El desconocido escritor mexicano Teófilo Huerta dice que la última novela del Premio Nobel portugués José Saramago, Las intermitencias de la muerte (2005) parece haberse inspirado en un cuento suyo titulado "¡Ultimas noticias!", escrito en 1987.
Los productores de la olvidada Traficantes de cuerpos,
estrenada en los 70, demandan a los realizadores de La isla diciendo que existen
90 similitudes entre ambas películas. Una especie de ironía, porque las dos
coinciden en narrar una historia de clones.
En Bélgica se acaba de prohibir la ejecución pública de "Frozen",
el tema de corte de Ray of light, uno de los discos más
exitosos de Madonna, luego de que el
juez considerara excesiva la cantidad de compases en los que concuerda con
"Ma vie fout le camp", una composición de un ignoto Acquaviva.
La colombiana Shakira fue tildada de
"indecente" por el salsero Jerry
Rivera por haber usado los acordes de las trompetas de su canción "Amores
como el nuestro" en su más reciente éxito "Hips
Don''t Lie", que interpretó en la ceremonia de cierre del Mundial.
Esto ocurrió pocos días antes de que el dominicano Luis Días la acusara de haber usado sin autorización el estribillo
de uno de sus temas más famosos para incluirlo en la misma canción.
La lista
merece cerrarse, aunque sea provisoriamente, con las demandas recibidas por la
novela más famosa de Dan Brown. Un
juez británico, Peter Smith,
determinó que Brown no había robado
ideas de La sangre sagrada y
el Santo Grial, de Michael
Baigent y Richard Leigh. Ambos
libros fueron editados por Random House,
que se mostró muy satisfecha por la decisión judicial. Tal vez porque la obra
de Baigent y Leigh, aparecida hace
24 años, vende desde que comenzó el juicio unos 7.000 ejemplares por semana.
Ahora parece que Brown tendrá que
responder ante los jueces rusos, pues un científico de este país ha anunciado
otra querella por plagio. Mijail Anikin,
que trabaja en el museo Ermitage de San Petersburgo, asegura que fue él
quien descubrió la idea que Brown usó
en su libro exitoso.
En la mayoría de estos episodios llama la atención el desnivel —en términos de fama, prestigio y vigencia— entre reclamantes y reclamados. El plagio podría constituir una especie de nuevo género que cuenta el modo en que los poderosos, famosos y encumbrados se apropian del trabajo intelectual y estético de los ignorados y olvidados. Lo que implica decir de algún modo que la verdadera creatividad nunca llega de primera mano.
Es entonces que el plagio adquiere una
dimensión diferente, porque estamos en tiempos en los que la tecnología permite
que un disco pirateado tenga la misma calidad que el original. Y también cuando
nos hallamos a las puertas de que el buscador Google habilite su biblioteca virtual, por la que, pese a las protestas
de autores y editores, se accederá sin costo a una cantidad enorme de textos.
Es decir que la tecnología, por un lado, y la competencia capitalista, por
otro, hacen que la propiedad intelectual y los derechos que se desprenden de
ella sean a la vez un obstáculo y una fuente de ingresos.
Pero no siempre está en disputa la
cuestión de la propiedad intelectual ni los beneficios o perjuicios que
ocasiona. Si se entra a Wikipedia,
justamente un sitio de Internet en el que no se reivindica la condición autoral
(se construye con los aportes de los internautas y los artículos no están
firmados), se encuentra esta sorprendente entrada: "Se acusa de plagio no
intencional a la ignorancia de cómo citar fuentes. El plagio es tan fácil que
muchos estudiantes ni siquiera se dan cuenta de estarlo cometiendo".
Esta definición, que parece tan obvia, contiene algunas claves interesantes.
Siendo profesor de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA) me topé con una monografía que, luego de un exacerbado pasaje épico, se comparaba al ejército de Facundo Quiroga con "las huestes de Darío", un símil impensable en un autor veinteañero. La fuente bibliográfica del párrafo copiado donde aparecía esa comparación se mencionaba en el trabajo (por lo que no había intención de engaño) y, al ser consultado el alumno, contestó que suponía que dado que el texto había sido elegido por la cátedra, estaría mejor dicho allí que en sus propias palabras. Una extraña inversión del viejo mandato pedagógico de convertir al conocimiento en algo propio. Es que justamente lo que demostraba esta respuesta es que no se percibía una propiedad del texto ajeno, lo cual funcionaba como motivo suficiente para no verse obligado a generar el propio.
Siendo profesor de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA) me topé con una monografía que, luego de un exacerbado pasaje épico, se comparaba al ejército de Facundo Quiroga con "las huestes de Darío", un símil impensable en un autor veinteañero. La fuente bibliográfica del párrafo copiado donde aparecía esa comparación se mencionaba en el trabajo (por lo que no había intención de engaño) y, al ser consultado el alumno, contestó que suponía que dado que el texto había sido elegido por la cátedra, estaría mejor dicho allí que en sus propias palabras. Una extraña inversión del viejo mandato pedagógico de convertir al conocimiento en algo propio. Es que justamente lo que demostraba esta respuesta es que no se percibía una propiedad del texto ajeno, lo cual funcionaba como motivo suficiente para no verse obligado a generar el propio.
En un contexto más amplio, se pueden
encontrar sugestivas similitudes con el caso anterior. Ante las acusaciones de
plagio al historiador Felipe Pigna y
al psicólogo Jorge Bucay la
respuesta fue similar: un error u omisión en indicar que el texto
citado pertenecía a otro autor (plagio involuntario, según Wikipedia).
"Se trata simplemente de la omisión de
tres citas que una vez advertidas fueron entregadas oportunamente a la
editorial para su inmediata corrección, lo que lamentablemente no ocurrió por
motivos ajenos a mi persona." Esto dijo Pigna a Clarín en respuesta
a la acusación de plagio de un texto aparecido en la revista Nueva
y escrito por la periodista cordobesa Cristina
Paltrinieri.
La explicación resulta plausible. Pero
lo llamativo es que un historiador como Pigna
considere como fuente citable un artículo periodístico, en este caso sobre la
rebelión de Túpac Amaru, que sin
dudas conoce a la perfección y sobre el que tiene clara posición tomada. Lo que
permite suponer esta elección por parte de Pigna
es una cierta renuncia a lo que podría llamarse voluntad de estilo. Para
explicarlo rápidamente, da lo mismo quién lo diga.
A diferencia del plagio por dolo, o por
admiración, en este caso se trata de una operación en la que se supone que,
palabra más o menos, todos los textos tienen el mismo valor. En esto, el plagio
se interrelaciona con los rumbos de la industria cultural, para la cual no
existe un valor propio de cualquier tipo de obra, sino que ese valor viene
desde afuera, de su eficacia para funcionar en un mercado. Martin Amis lo resume en una línea de diálogo de su novela Dinero:
"Creen
que tienen razón porque tienen éxito".
En este sentido, el caso emblemático es
el de John Fogerty, el ex cantante
de Creedence
Clearwater Revival cuando decidió iniciar su carrera solista. El ex
sello de Fogerty, Fantasy,
consideraba que su "nuevo"
tema "The
old man down the road", era un plagio de otro compuesto por él
mismo en la época de Creedence: "Green River".
El juez tuvo que dictaminar si era plagio que un artista se pareciera a sí
mismo. Y falló a favor del cantante, quien acaba de regresar a Fantasy
para su último disco.
Géneros, estilo y plagio.
Según este reclamo parecería que una compañía no es sólo dueña del llamado copyright sino también de un estilo. Los blues, las novelas policiales, los teleteatros, y hasta los conciertos barrocos, sin hablar de la chaya o la milonga, tienen elementos en común —un molde fijo que admite variantes internas— por lo cual todo aquel que se insertara en un género sería un plagiario en potencia.
Paralelamente a todos estos reclamos, se fue gestando un movimiento que reivindica el plagio, algunas de cuyas producciones pueden verse en una muestra que se ha montado ahora en Barcelona, luego de pasar por Madrid y otras ciudades españolas. Plagiarismo, una españolización de la palabra inglesa plagiarism, se presenta bajo los auspicios del Conde de Lautremont quien sostuvo en el siglo XIX, la época del deseo de originalidad, que "El plagio es necesario. El progreso lo requiere. El plagio abraza la frase de un autor, utiliza sus expresiones, borra una falsa idea y la sustituye por otra correcta." Y su título remite también a una "escuela" artística que ha trabajado con el plagio y una serie de prácticas que podrían considerarse análogas como la recontextualización de citas, la intertextualidad o el uso de partes reconocibles de otras obras. De alguna manera, los "plagiaristas" tienen más de un maestro. Los más evidentes están en la primera vanguardia del siglo XX, en los llamados ready made de Marcel Duchamp y en el pop-art, que tuvo como figura principal a Andy Warhol. Pero también a Borges, cuyo personaje de Pierre Menard, que pretende escribir el Quijote, juega con la idea del plagio como un azar.
No debe dejarse de lado el matiz político de estos artistas, que parecen molestar más de lo que se supone a quienes ocupan el centro de la escena. Por ejemplo, es el caso del norteamericano John Oswald, quien fue obligado a destruir los discos en los que había modificado conocidos temas de Michael Jackson. Y aquí aparece el problema de la propiedad privada de los productos intelectuales, algo cuyo desconocimiento forma parte indisoluble de los planteos estético-políticos de Bertolt Brecht. El dramaturgo alemán, en consonancia con el planteo marxista de la abolición de la propiedad privada, se oponía a la idea de que las ideas tuvieran un dueño.
Algo similar ocurre con el movimiento del llamado "copyleft", que por ahora se mueve fundamentalmente en el territorio del software, pero que se basa en una forma de funcionamiento del mercado en el cual los creadores ceden sus derechos de propiedad para generar una comunidad de intercambio de conocimientos e invenciones.
Tal vez lo que plantea hoy el plagio y que afecta también aquellos casos de los que se habla en la primera parte, es un reclamo planteado por Alex Mendibil, uno de los organizadores de la muestra Plagiarismo: "Vivimos en una cultura que se copia continuamente a sí misma y en cambio prohíbe a los artistas que hagan versiones que otorguen un nuevo significado a los íconos culturales". En definitiva, pareciera que hoy para transitar el mundo de la cultura se precisa registro para copiar. Mientras tanto, la ley busca fallar con armas viejas en una realidad que vive conflictos nuevos, donde lo que está en juego es una renovada utopía del conocimiento y el arte sin limitaciones. Para algunos el plagio es un negocio, para otros una renuncia y para el resto una puerta que aún falta abrir.
Según este reclamo parecería que una compañía no es sólo dueña del llamado copyright sino también de un estilo. Los blues, las novelas policiales, los teleteatros, y hasta los conciertos barrocos, sin hablar de la chaya o la milonga, tienen elementos en común —un molde fijo que admite variantes internas— por lo cual todo aquel que se insertara en un género sería un plagiario en potencia.
Paralelamente a todos estos reclamos, se fue gestando un movimiento que reivindica el plagio, algunas de cuyas producciones pueden verse en una muestra que se ha montado ahora en Barcelona, luego de pasar por Madrid y otras ciudades españolas. Plagiarismo, una españolización de la palabra inglesa plagiarism, se presenta bajo los auspicios del Conde de Lautremont quien sostuvo en el siglo XIX, la época del deseo de originalidad, que "El plagio es necesario. El progreso lo requiere. El plagio abraza la frase de un autor, utiliza sus expresiones, borra una falsa idea y la sustituye por otra correcta." Y su título remite también a una "escuela" artística que ha trabajado con el plagio y una serie de prácticas que podrían considerarse análogas como la recontextualización de citas, la intertextualidad o el uso de partes reconocibles de otras obras. De alguna manera, los "plagiaristas" tienen más de un maestro. Los más evidentes están en la primera vanguardia del siglo XX, en los llamados ready made de Marcel Duchamp y en el pop-art, que tuvo como figura principal a Andy Warhol. Pero también a Borges, cuyo personaje de Pierre Menard, que pretende escribir el Quijote, juega con la idea del plagio como un azar.
No debe dejarse de lado el matiz político de estos artistas, que parecen molestar más de lo que se supone a quienes ocupan el centro de la escena. Por ejemplo, es el caso del norteamericano John Oswald, quien fue obligado a destruir los discos en los que había modificado conocidos temas de Michael Jackson. Y aquí aparece el problema de la propiedad privada de los productos intelectuales, algo cuyo desconocimiento forma parte indisoluble de los planteos estético-políticos de Bertolt Brecht. El dramaturgo alemán, en consonancia con el planteo marxista de la abolición de la propiedad privada, se oponía a la idea de que las ideas tuvieran un dueño.
Algo similar ocurre con el movimiento del llamado "copyleft", que por ahora se mueve fundamentalmente en el territorio del software, pero que se basa en una forma de funcionamiento del mercado en el cual los creadores ceden sus derechos de propiedad para generar una comunidad de intercambio de conocimientos e invenciones.
Tal vez lo que plantea hoy el plagio y que afecta también aquellos casos de los que se habla en la primera parte, es un reclamo planteado por Alex Mendibil, uno de los organizadores de la muestra Plagiarismo: "Vivimos en una cultura que se copia continuamente a sí misma y en cambio prohíbe a los artistas que hagan versiones que otorguen un nuevo significado a los íconos culturales". En definitiva, pareciera que hoy para transitar el mundo de la cultura se precisa registro para copiar. Mientras tanto, la ley busca fallar con armas viejas en una realidad que vive conflictos nuevos, donde lo que está en juego es una renovada utopía del conocimiento y el arte sin limitaciones. Para algunos el plagio es un negocio, para otros una renuncia y para el resto una puerta que aún falta abrir.
Apostillas (recuadros)
Casos en la música
Tócala de nuevo, George
El rock parece ser un territorio fértil para el ejercicio del juicio por plagio. Hay unos cuantos casos célebres que llegaron a los estrados. "My Sweet Lord", la más exitosa de las canciones Hare Krishna de George Harrison tuvo que pagarle una fuerte suma en concepto de derechos mal habidos al grupo The Chiffons que habían aportado sin saberlo varios acordes de su tema "He's So Fine".
El rock parece ser un territorio fértil para el ejercicio del juicio por plagio. Hay unos cuantos casos célebres que llegaron a los estrados. "My Sweet Lord", la más exitosa de las canciones Hare Krishna de George Harrison tuvo que pagarle una fuerte suma en concepto de derechos mal habidos al grupo The Chiffons que habían aportado sin saberlo varios acordes de su tema "He's So Fine".
Michael Jackson estuvo involucrado en casos similares: perdió un juicio con el compositor africano Manu Dibango por las similitudes entre su tema "Wanna Be Starting Something" y el anterior "Soul Makossa". Un juez italiano dictaminó además que "Will You Be There" es una copia de "I cigni di balaka", compuesta previamente nada menos que por Albano y Romina Power.
La lista podría ampliarse e incluir las supuestas similitudes entre una canzonetta italiana y la exitosisima "Yesterday", compuesta por Paul McCartney hace poco menos de cuarenta años y que recién se han denunciado dos semanas atrás.
Pero lo más interesante de este vínculo entre rock y plagio es la cantidad de sitios de Internet y conversaciones off the record que amplían al infinito los nombres de saqueadores y saqueados. Algo que seguramente tiene que ver con la ideología del género que vincula un énfasis casi absoluto en la originalidad (lo que hizo que en algún momento de la evolución del movimiento se viera con malos ojos que un grupo interpretara temas de otros) y la supuesta ortodoxia del género. De allí que en esas listas no oficiales se confunda el homenaje, la cita admirativa y los elementos inevitables comunes de un género musical con el robo descarado y un vampirismo, a veces solapado, y otras irritantemente evidente, del talento ajeno. Que es en definitiva lo que se pone en discusión.
Como el valor es la primacía y la originalidad, la única manera de establecer listas organizadas por talento en cualquier arte es encontrar cuánto debe un artista a otro; algo, por otra parte, que cualquier músico admite sin problemas.
Casos en el arte
En
pintura, ¿qué es plagiar?
Recientemente, la profesora santafesina María Alicia García Facino ha colocado en su blog una acusación contra León Ferrari porque considera que su obra "La civilización occidental y cristiana" es un plagio de "Loor a los héroes", un afiche realizado por el artista español Arturo Ballester. Si se comparan ambas obras, a las que se accede desde el mismo blog, la acusación parece difícil de justificar. El único elemento en común es cierta homología entre la figura humana y la forma de un avión. Allí se terminan las semejanzas: las obras no significan lo mismo, y donde hay estilización en Ballester en "La civilización..." hay un mensaje sin dobles interpretaciones.
Recientemente, la profesora santafesina María Alicia García Facino ha colocado en su blog una acusación contra León Ferrari porque considera que su obra "La civilización occidental y cristiana" es un plagio de "Loor a los héroes", un afiche realizado por el artista español Arturo Ballester. Si se comparan ambas obras, a las que se accede desde el mismo blog, la acusación parece difícil de justificar. El único elemento en común es cierta homología entre la figura humana y la forma de un avión. Allí se terminan las semejanzas: las obras no significan lo mismo, y donde hay estilización en Ballester en "La civilización..." hay un mensaje sin dobles interpretaciones.
Tampoco
resulta fácil entender la reacción de la plástica francesa Anette Messager, quien consideró que la obra de la argentina Mónica Girón recordaba la suya e hizo
que se la bajara de una exposición en París,
cuando como mucho podría hablarse de influencias.
Para pensar la ausencia de la idea de plagio en el terreno de la plástica hay que considerar que el reemplazo de un cuadro por otro entra en otro terreno, el de la falsificación, en la que no está en juego la firma propia, sino justamente la firma ajena. Nadie copiaría un Picasso o un Kuitca y le pondría su nombre abajo, porque se reiría todo el mundo. No parece haber un mercado en el que el plagio cotice. Puede haber semejanzas que tienen que ver con la idea de escuela, en tanto adscripción a un estilo o a una estética.
De todos modos, como sucede con el rock en sentido contrario (ver recuadro), la ausencia de plagio —en un contexto que reivindica el intertexto, la cita y el homenaje— da pautas de cómo funcionan los valores de la originalidad y su peso dentro del mercado.
Tal vez valga la pena aquí recordar los fundamentos de lo que se llamó a fines del siglo XIX el "método morelliano", en reconocimiento al crítico Giovanni Morelli, quien, para cambiar la adjudicación de la autoría de una importante cantidad de cuadros en varios museos europeos, encontraba la marca de autor en las manos o los cabellos, la zona donde el pincel se abandona a su propio movimiento. Es decir que las artes plásticas son impensables sin una marca de autor: en la teoría de Morelli los pequeños indicios de esas pinceladas no pensadas.
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