lunes, 1 de septiembre de 2014























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Íntimas reflexiones turísticas.

 Supongo que en parte mi disgusto se debe a que –de modo inconsciente- creía que esta ciudad se parecería más a Londres que a las otras ciudades estadounidenses que conozco; que  el Museo de Historia Natural estaría próximo al British Museum.  Y, obviamente, cuando me topé de frente con la realidad me costó asumirla por sobre mi bucólica fantasía, y eso me generó este mal humor.

  Sé que se necesita más tiempo y más observación para esbozar una opinión seria.  Pero yo estoy acá ahora, persistiendo un estado lamentable en mis pies, con un grave cuadro de agotamiento visual y aturdimiento auditivo, y una sensación de histeria colectiva contagiosa escociéndome la piel.

  Se me viene a la cabeza la teoría de Eco sobre lo kitsch (que pocas entradas atrás transcribía en este blog): las diversas manifestaciones culturales "adaptadas" a  nivel accesible a las grandes masas. Simplificación y superficialización para que -lo que sea- se vuelva apto a todo público y así ampliar audiencias. 

  Apenas llegada visité el American Museum of Natural History.  Pese a la maravilla edilicia se sobrepone por sobre el placer arquitectónico la primera sensación (¿molestia?) de que hay mucho espacio (demasiado espacio) y todo sabe a prodiga profusión de recursos económicos.  Uno, que viene de la costumbre de museos pequeños y mal mantenidos, con falta de espacio para las colecciones que hace que todo resulte siempre un poco abarrotado,  de entrada se descoloca.  Enseguida viene la sospecha de que algo está mal, de que ante tamaño contenedor el contenido peca por su ausencia.  Porque lo que se presenta al público general es tirando a pobre, “montado”, con sabor a ilustración de libro de lectura infantil.

  Seguramente estoy siendo injusta, que con el Británico en la cabeza cualquier museo antropológico tiende a caricatura.  Pero apenas entrar ver tanta vitrina desperdiciada con animalitos embalsamados me rememoró a un trencito de visita escolar (en Disney los animalitos o son de verdad o son animatronick, por lo que al menos se mueven y uno no se pone a pensar en cazadores  asesinando hembras con sus crías para  ponerlas tras un vidrio para  el “disfrute” de las masas).  Las salas superiores, de fósiles prehistóricos y el expolio mexicano, contaba con más material y con una puesta museística tradicional, pero con poca data informativa que detuviera al espectador.  La sensación que me dio fue que estaba planeado para un recorrido lento pero sin pausa.  Sólo para ver.  Nadar en la superficie.


  El público, abundante por no decir excesivo, estaba de lo más feliz dedicado a identificar los sectores donde se había filmado la película de Ben Stiller, y cumpliendo el recorrido trazado con toda prolijidad hasta llegar al cuarto piso para fotografiarse con el moai del Pacífico y atestiguar su comparecencia al Museo que Hollywood puso de moda. Todo muy lindo y todos muy contentos, ¿quién soy yo para quejarme?  



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