viernes, 12 de septiembre de 2014

La teoría como ficción sustitutiva de la realidad.


  Se supone (supongo yo) que se observan los hechos, que se los compara, se los agrupa, se saca conclusiones sobre concordancias y convergencias, y sobre esa sólida “experiencia de campo” se elabora una hipótesis tentativa.  Hipótesis que, tras refutaciones y confirmaciones, habrá de dar paso a una teoría, siempre tentativa, siempre pasible de modificaciones.

  La teoría teoriza,  argumenta una posibilidad.  Cuando la teoría se convierte en verdad incuestionable, en absoluto dogma de fe, es evidente que algo anda mal.


  Leo la contundente afirmación de la escritora argentina Josefina Ludmer:

  “No comparto la idea o el mito del autor como creador y la ficción legal de un propietario de ideas y/o palabras. Creo, por el contrario, que son las corporaciones y los medios los que se benefician con estas ideas y principios. El mito del plagio (“el mal” o “el delito” en el mundo literario) puede ser invertido: los sospechosos son precisamente los que apoyan la privatización del lenguaje. Las prácticas artísticas son sociales y las ideas no son originales sino virales: se unen con otras, cambian de forma y migran a otros territorios. La propiedad intelectual nos sustrae la memoria y somete la imaginación a la ley.  Antes del Iluminismo, la práctica del plagio era la práctica aceptable como difusión de ideas y escritos. Lo practicaron Shakespeare, Marlowe, Chaucer, De Quincey y muchos otros que forman parte de la tradición literaria.” (Fuente http://loveartnotpeople.org/2014/09/11/josefina-ludmer-versus-lanp-el-plagio-no-existe/ )

  ¿Mito del autor como creador?  Shakespeare o Marlowe, -o Shakespeare que era Marlowe, o que eran todos Bacon-,  no plagian, sino que reconstruyen desde su voz personal el folclore oral de su tiempo.  Y yo he leído a De Quincey y ciertamente lo que él hace mal puede llamarse “copia” de nada que le fuera anterior.  Del asesinato considerado como una de las Bellas Artes si de algo peca es de originalidad.

  “La finalidad última del asesinato, considerado como una de las bellas artes, es purificar el corazón mediante la compasión y el terror.  Por lo tanto, no hay nada impropio en asesinar.”  Thomas De Quincey.

  “Jorge Luis Borges afirmó que uno de los autores releídos por él era De Quincey.  No es de extrañar semejante afirmación.  En la obra del argentino hallamos las huellas del inglés.  En la entreverada prosa de Borges, en la cual no sabemos dónde comienza y termina la realidad para unirse con la ficción, dónde se inicia el ensayo y finaliza el cuento, vemos los fantásticos destellos de Del asesinato… donde tampoco sabemos qué es real y qué ficticio, qué es mentira y qué es verdad.”  Julio Travieso Serrano, Prólogo a Del asesinato considerado como una de las bellas artes, Editorial Lectorum SA México 2007, pág. 13.

  Borges se nutre en sus lecturas, aprende y destila lo aprendido, interpreta y reinterpreta, crea su versión.  Negar el carácter creativo del autor es un disparate. Más aun: una falta de respeto.


   De nuevo, teoría que se sustentan sólo de teoría, que se desentiende de los hechos y que pretende constituirse en una realidad sacra aunque se aproxime más a escenografía barata de cartón –mal- pintado.




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