Una de mis más íntimas convicciones es la de que el
único legado valedero que puede dejarse del paso por esta vida es la
construcción de una sólida biblioteca personal.
Ninguna otra tarea puede ser a un mismo tiempo egoistamente hedonista en
el presente y generosamente pródiga para el porvenir.
La
compilación empeñosa de placer, bajo una impronta indiscutiblemente personal,
que habrá probablemente de permitir a otros –desconocidos y ajenos por completo
a nuestra existencia- fragmentos de goce, mera curiosidad o franco
descubrimiento, similar o superior al que nosotros hemos tenido.
Esta
convicción me inclina a priorizar la visita (¿husmear?)
a otras bibliotecas personales por sobre itinerarios más habituales. Así llegué a The Morgan Library & Museum, argumentando
un interés casi científico por ver una de las biblias de Gutemberg para encubrir mi auténtica avidez por una biblioteca
personal reconocida como una de las mejores del mundo.
Cuesta describir la magnificencia tanto del
lugar físico (a mi criterio, lucía como debe lucir una biblioteca) como por
las piezas que en concreto constaté en sus anaqueles. Si yo fuera creyente y alguien me preguntara
como imagino el cielo, sin duda respondería:
como la Biblioteca de Pierpont Morgan.
Pero el
cielo no es suficiente parangón, me temo, porque en el área de museo que se ha anexado
a la biblioteca original, se presentaba en estos días la muestra temporaria “Marks of Genius” - Mastepieces from the Collections of the
Bodleian Libraries, University of Oxford .
Es imposible
relatar lo que uno siente cuando tiene a la vista esos originales de los que ha
leído cientos de veces en distintas fuentes y desde que uno aprendió,
literalmente, a leer. Incunables. Manuscritos.
Fragmentos de un poema de Safo y las correcciones de puño y letra de Mary
Shelley sobre su Frankenstein. Una especie de vértigo intelectual que excede
a las palabras.
Y, encima,
mapas. De esos que me sé de memoria por
tenerlos reproducidos en los atlas y facsímiles que he ido coleccionando por
años. Esos mapas que suelo “versionar” libremente en mis obras. Fue como reencontrarme con viejos amigos
queridos. Fue, en cierto modo, como llegar
a casa.
Ahí
estábamos, frente a frente, face to face,
con el Map of Virginia trazado por John Smith en 1612, del que tengo varias reproducciones (hoy una
más, porque –ob-via-men-te- compré el
catálogo de la muestra que lo incluye) y que fuera parte de mi propia Virginia, aun inconclusa…
Parece mentira, venir desde tan lejos para encontrarme tan, pero tan cerca...
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