sábado, 6 de septiembre de 2014

  Una de mis más íntimas convicciones es la de que el único legado valedero que puede dejarse del paso por esta vida es la construcción de una sólida biblioteca personal.  Ninguna otra tarea puede ser a un mismo tiempo egoistamente hedonista en el presente y generosamente pródiga para el porvenir. 

  La compilación empeñosa de placer, bajo una impronta indiscutiblemente personal, que habrá probablemente de permitir a otros –desconocidos y ajenos por completo a nuestra existencia- fragmentos de goce, mera curiosidad o franco descubrimiento, similar o superior al que nosotros hemos tenido.

  Esta convicción me inclina a priorizar la visita (¿husmear?) a otras bibliotecas personales por sobre itinerarios más habituales.  Así llegué a  The Morgan Library & Museum, argumentando un interés casi científico por ver una de las biblias de Gutemberg para encubrir mi auténtica avidez por una biblioteca personal reconocida como una de las mejores del mundo.

   Cuesta describir la magnificencia tanto del lugar físico (a mi criterio, lucía como debe lucir una biblioteca) como por las piezas que en concreto constaté en sus anaqueles.  Si yo fuera creyente y alguien me preguntara como imagino el cielo, sin duda respondería: como la Biblioteca de Pierpont Morgan.  




  Pero el cielo no es suficiente parangón, me temo, porque en el área de museo que se ha anexado a la biblioteca original, se presentaba en estos días  la muestra temporaria “Marks of Genius”  - Mastepieces from the Collections of the Bodleian Libraries, University of Oxford .

  Es imposible relatar lo que uno siente cuando tiene a la vista esos originales de los que ha leído cientos de veces en distintas fuentes y desde que uno aprendió, literalmente, a leer.  Incunables.  Manuscritos.  Fragmentos de un poema de Safo y las correcciones de puño y letra de Mary Shelley sobre su Frankenstein.  Una especie de vértigo intelectual que excede a las palabras.

  Y, encima, mapas.  De esos que me sé de memoria por tenerlos reproducidos en los atlas y facsímiles que he ido coleccionando por años.  Esos mapas que suelo “versionar” libremente en mis obras.  Fue como reencontrarme con viejos amigos queridos.  Fue, en cierto modo, como llegar a casa.

  Ahí estábamos, frente a frente, face to face, con el Map of Virginia trazado por John Smith en 1612, del que tengo varias reproducciones (hoy una más, porque –ob-via-men-te-  compré el catálogo de la muestra que lo incluye) y que fuera parte de mi propia Virginia, aun inconclusa…



  Parece mentira, venir desde tan lejos para encontrarme tan, pero tan cerca...




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