martes, 30 de septiembre de 2014

 Sobre la presunta tendencia a la dispersión de los artistas.



     La razón por la que los artistas –en su mayoría- propenden a la dispersión en su conducta obedece a un cúmulo confluente de causas.  La primera a señalar, quizá la más sorprendente, es la de resultar ser el artista una “persona”.  Con una vida propia de una persona, esto es, una vida afectada por extorsiones emocionales parentales en líneas ascendente, descendente y colaterales; con preocupaciones viles como el pago de alquileres y suministros eléctricos o cloacales, la inestabilidad constante de la señal de internet y la mala cobertura del celular si uno se mueve, digamos, un centímetro de dónde comenzó la conversación.

    Como persona tiene también el agravante de calificar para el rango de ciudadano, lo que le suma todos los conflictos éticos y frustraciones temperamentales que saben generar los representantes electivos al presunto soberano al que debieran responder por sus actos.  Y si ante la lógica sobrecarga el artista pretende desligarse de sus cuestiones ciudadanas, no pasan demasiados segundos antes de que se produzca el recordatorio imperativo con un señor que a punta de pistola en la puerta de nuestra casa nos arrebata la bolsa de la compra recién hecha en el super chino, donde a dura penas logramos sobrevivir al leer los renovados cartelitos de precios de la góndola de la yerba mate.


   El artista tiene que ser persona, ciudadano y  artista a un mismo tiempo y con únicos, limitados y ciertamente destartalados, cuerpo y alma.  Y está muy bien eso de que como artista se retira a la solitaria introspección creativa para fluir renacido hacia la acción hacedora magistral, pero a la vez tiene que cumplir con el trabajo civil con el que cubre las miserias de sus necesidades humanas, correr a sacar la ropa de la soga porque empezó a llover sólo por contradecir al servicio meteorológico, atender con estoicismo a las quejas filiares telefónicas de parte diario, deambular veloz con los sentidos  hiperactivos por la vía pública intentando evadir el robo nuestro de cada día y aplicar conocimientos de macroeconomía frente a cada compra para merituar si se logra con ella escabullir aunque más no sea medio puntito a la creciente inflación galopante. Aun reconociendo en el artista alguna capacidad excepcional, pretender que a esta multiplicidad de acciones aplique, a cada una, el cien por ciento de su atención es probablemente exigir demasiado…


   A quien corresponda este comentario –que doy por hecho  recibe y recoge el guante sin necesidad de que coloque destinatario a la esquela- sabrá entender que no es “disperso” sino “excesiva y desquiciantemente ocupado” aquel artista que no puede vivir, trabajar, crear su obra, difundirla, y responder los mails dentro del rango de los cinco minutos de recibidos. No es dispersión sentarse frente a la computadora sólo un rato, cuando el resto de todo lo demás lo permite.  No es desinterés ni irresponsabilidad.  Es, simplemente, la vida






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