Sobre la presunta tendencia a la dispersión de los artistas.
La razón por la que los
artistas –en su mayoría- propenden a la dispersión en su conducta obedece a un
cúmulo confluente de causas. La primera
a señalar, quizá la más sorprendente, es la de resultar ser el artista una “persona”. Con una vida propia de una persona, esto es,
una vida afectada por extorsiones emocionales parentales en líneas ascendente,
descendente y colaterales; con preocupaciones viles como el pago de alquileres
y suministros eléctricos o cloacales, la inestabilidad constante de la señal de
internet y la mala cobertura del celular si uno se mueve, digamos, un
centímetro de dónde comenzó la conversación.
Como persona tiene también el agravante de
calificar para el rango de ciudadano,
lo que le suma todos los conflictos éticos y frustraciones temperamentales que
saben generar los representantes electivos al presunto soberano al que debieran
responder por sus actos. Y si
ante la lógica sobrecarga el artista pretende desligarse de sus cuestiones
ciudadanas, no pasan demasiados segundos antes de que se produzca el
recordatorio imperativo con un señor que a punta de pistola en la puerta de
nuestra casa nos arrebata la bolsa de la compra recién hecha en el super chino,
donde a dura penas logramos sobrevivir al leer los renovados cartelitos de
precios de la góndola de la yerba mate.
El artista
tiene que ser persona, ciudadano y artista a un mismo tiempo y con únicos,
limitados y ciertamente destartalados, cuerpo y alma. Y está muy bien eso de que como artista se
retira a la solitaria introspección creativa para fluir renacido hacia la
acción hacedora magistral, pero a la vez tiene que cumplir con el trabajo civil
con el que cubre las miserias de sus necesidades humanas, correr a sacar la
ropa de la soga porque empezó a llover sólo por contradecir al servicio meteorológico,
atender con estoicismo a las quejas filiares telefónicas de parte diario,
deambular veloz con los sentidos hiperactivos
por la vía pública intentando evadir el robo nuestro de cada día y aplicar
conocimientos de macroeconomía frente a cada compra para merituar si se logra con
ella escabullir aunque más no sea medio puntito a la creciente inflación galopante. Aun
reconociendo en el artista alguna capacidad excepcional, pretender que a esta
multiplicidad de acciones aplique, a cada una, el cien por ciento de su atención
es probablemente exigir demasiado…
A quien corresponda
este comentario –que doy por hecho recibe y recoge el guante sin necesidad
de que coloque destinatario a la esquela- sabrá entender que no es “disperso” sino “excesiva y desquiciantemente ocupado”
aquel artista que no puede vivir, trabajar, crear su obra, difundirla, y
responder los mails dentro del rango de los cinco minutos de recibidos. No es
dispersión sentarse frente a la computadora sólo un rato, cuando el resto de
todo lo demás lo permite. No es
desinterés ni irresponsabilidad. Es,
simplemente, la vida.
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