sábado, 13 de septiembre de 2014

La teoría como arrogante argumento intelectual para vender mediocridad.


   Primero, una honesta aclaración: Probablemente escribo esto desde el más absoluto resentimiento. Yo intenté desde la apertura de la galería de arte del Centro Cultural Rojas (¡pobrecita!  ¡qué pedazo de ingenua!, que digo, ¡¡¡la reina de las pavotas!!!) obtener fecha de exposición.  Presentaba mi carpeta de propuesta cada año a cada convocatoria, y, lógico, cada vez era ignominiosamente ignorada.  Así que, obviamente, lo que sigue debe ser la  sangre no coagulada de la herida.  Dicho esto, sigo.


“Jorge Gumier Maier. “Avatares del arte”
Texto inaugural de la galería de artes visuales del Centro Cultural Rector Ricardo Rojas. Buenos Aires, 11 de junio de 1989.
(Fuente: http://proa.org/esp/exhibition-algunos-artistas-90-hoy-textos.php#texto2)

En el saturado y vibrante paisaje del mundo, la pintura se ha desleído. Como un fénix fatigado es necesario sostenerla en cada escena, en cada aparición. Pero es gracias a esta negatividad, a su insistente capricho, que es capaz, a veces, de recuperar su aliento sagrado.

Todo arte contemporáneo sería conceptual, de no ser bruto (como quería Dubuffet). En esta práctica estéril, equívoca (“A mí me gusta pintar. Incluso una puerta”, R. Rauschenberg), que se debate entre heredades y el hartazgo incesante de devenir otras cosas, toda obra, ante tamaño desamparo, se transforma en certificado de sí misma, en documento de su filiación, en apologética de su nimiedad, en rasgo paródico o vocación replicante. Esto da razón, por una parte, del gran tamaño compensatorio de las obras actuales y, por otra, de cierto sencillismo tan en boga, una especie de minimalismo omnicomprensivo: hay un minimalismo del expresionismo, un minimalismo del neoexpresionismo, un minimalismo del informalismo, uno para el revival de los años 50, una psicoldelia minimal, e via cosí…

La obra busca entonces sustentarse en una propuesta. No se aprecian las obras, a la vista, sino lo interesante de la propuesta. La obra solo se mide como ilustración fallida o certera de una intención. Al amparo de esta ley se traman las originalidades.

Lo importante es el modo de producción de sentido de una obra.

Un desplazamiento del imaginario artístico.

Difuminación del arte en sus bordes, lo borroso de sus marcas. Ubicuidad y dispersión… Una práctica que se entiende como trabajo (creativo), más cope que pasión morbosa, ligado a la idea de disfrute, más cercano al oficio que a la creación, más próximo del ingenio que de la expresión subjetivada.

Difuminación que lleva al arte hasta los contornos del espectáculo. […] Si el arte se había desacralizado, estas operaciones reinstalan un hedonismo pagano. El privilegio parece recostarse del lado del fruidor; el creador mismo, lejos ya de las tormentas y borrascas de otrora es, antes que nada, un fruidor de su talento y de su obra.

Cosecha adeptos el estomaguismo.

Lo hace entre quienes, zozobras mediante, nostalgían el dogma sólido y apacible de un arte de eficacias; una pintura que, de tan solo verla, nos golpee el estómago.

Suelen figurar o evocar estampas sociales y marginales, lo que los induce a ser gestuales y matéricos. Son desprolijos, rebeldes y se osan con lo feo.

En ellos todo se dirige hacia una forma de alto impacto. Algunos lo hacen con materiales de desecho, basura, trapos, una camada de materiales neo-nobles (arriba los de abajo). […]

El arte, lo sagrado, se escurre de las pretensiones, adolece de fugacidad, se instala donde no se lo nombra.”


  No voy a protestar por los neologismos, que a mi criterio marcan más ignorancia que sofisticación, pero ¿quién soy yo para criticar el gusto por el discurso grandilocuente y snob de quién tuvo como “mérito” condensar en su espacio la movida de arte conceptual porteño?  Nadie, ya lo sabemos.

  Pero, tratando solo de entender, releo la teoría iniciática  de quién se supone sabe:
“…la pintura se ha desleído. Como un fénix fatigado es necesario sostenerla en cada escena, en cada aparición…” 

Ante tamaña contundencia me resuena en los oídos Bécquer con su “No digais que agotado su tesoro/  de asuntos falta enmudeció la lira./ Podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía”.

Dudo que la pintura estuviera muerta en los 90, ni antes ni después.  A lo sumo no había (lo que sinceramente dudo y discuto dispuesta a batirme a duelo) artistas de mérito en ese momento y lugar.  Si toda la teoría del arte conceptual se basa en ese falso hecho -el agotamiento de la pintura-, todo el argumento se desmorona como un castillo de naipes.



  “Esto da razón, por una parte, del gran tamaño compensatorio de las obras actuales y, por otra, de cierto sencillismo tan en boga, una especie de minimalismo omnicomprensivo: hay un minimalismo del expresionismo, un minimalismo del neoexpresionismo, un minimalismo del informalismo, uno para el revival de los años 50, una psicodelia minimal, e via cosí…”

  O sea, vayamos sobre seguro, no nos tomemos mucho trabajo y menos riesgo y repitamos lo ya probado; copiemos con descaro pero expliquémoslo desde el divague intelectual críptico (¡lleno de neologismos!) como si fuéramos los únicos iluminados que supiéramos la verdad.   Sobre una nada sin valor construimos un palacio de humo de “conceptos” huecos. 

  “La obra busca entonces sustentarse en una propuesta. No se aprecian las obras, a la vista, sino lo interesante de la propuesta.”  

  Traducción:  circo.  La obra no cuenta, no es el objeto que interesa, sino la parafernalia del entorno y el carácter de “personaje” o “celebritie” del “artista”. La pose.  El que quiera ser reconocido como artista no necesita trabajar ni luchar por la coherencia, el estilo y la individualidad sino, simplemente, vincularse con las personas adecuadas que le den espacio para montar un cachivache llamativo que se describa con un argumento muy sesudo e inintelegible para los no iniciados (nosotros, los otros).  Porque el “concepto” debe ser hermético, accesible sólo para el grupo selecto de pertenencia.  El “club” de la elite artística.  La secta de turno.


  “El arte, lo sagrado, se escurre de las pretensiones, adolece de fugacidad, se instala donde no se lo nombra.”  

  No,  el arte no se “escurre”, sencillamente NO ESTÁ ahí.  Toda la teoría del arte conceptual pergeñada por el grupo del C. C. Ricardo Rojas, cuyos estertores siguen hasta hoy, es un elocuente ejemplo como se utiliza la teorización intelectualoide para encubrir la mediocridad y lucrar con ella.


  “Mientras sintamos que se alegra el alma/  sin que los labios rían;/ mientras se llore sin que el llanto acuda a nublar la pupila;/ mientras el corazón y la cabeza batallando prosigan;/ mientras hayan esperanzas y recuerdos,/ ¡habrá poesía!”   Gustavo Adolfo Bécquer.

  Afortunadamente, a pesar de las teorías, siempre habrá arte de verdad.







No hay comentarios:

Publicar un comentario