La
teoría como arrogante argumento
intelectual para vender mediocridad.
Primero, una honesta aclaración: Probablemente
escribo esto desde el más absoluto resentimiento. Yo intenté desde la apertura
de la galería de arte del Centro
Cultural Rojas (¡pobrecita! ¡qué pedazo de ingenua!, que digo, ¡¡¡la
reina de las pavotas!!!) obtener fecha de exposición. Presentaba mi carpeta de propuesta cada año a
cada convocatoria, y, lógico, cada vez era ignominiosamente ignorada. Así que, obviamente, lo que sigue debe ser la sangre no coagulada de la herida. Dicho
esto, sigo.
“Jorge
Gumier Maier. “Avatares del arte”
Texto inaugural de la galería de artes visuales del Centro Cultural Rector Ricardo Rojas. Buenos Aires, 11 de junio de 1989.
Texto inaugural de la galería de artes visuales del Centro Cultural Rector Ricardo Rojas. Buenos Aires, 11 de junio de 1989.
(Fuente: http://proa.org/esp/exhibition-algunos-artistas-90-hoy-textos.php#texto2)
En
el saturado y vibrante paisaje del mundo, la pintura se ha desleído. Como un
fénix fatigado es necesario sostenerla en cada escena, en cada aparición. Pero
es gracias a esta negatividad, a su insistente capricho, que es capaz, a veces,
de recuperar su aliento sagrado.
Todo
arte contemporáneo sería conceptual, de no ser bruto (como quería Dubuffet). En
esta práctica estéril, equívoca (“A mí me gusta pintar. Incluso una puerta”, R.
Rauschenberg), que se debate entre heredades y el hartazgo incesante de devenir
otras cosas, toda obra, ante tamaño desamparo, se transforma en certificado de
sí misma, en documento de su filiación, en apologética de su nimiedad, en rasgo
paródico o vocación replicante. Esto da razón, por una parte, del gran tamaño
compensatorio de las obras actuales y, por otra, de cierto sencillismo tan en
boga, una especie de minimalismo omnicomprensivo: hay un minimalismo del
expresionismo, un minimalismo del neoexpresionismo, un minimalismo del
informalismo, uno para el revival de los años 50, una psicoldelia
minimal, e via cosí…
La
obra busca entonces sustentarse en una propuesta. No se aprecian las obras, a
la vista, sino lo interesante de la propuesta. La obra solo se mide como
ilustración fallida o certera de una intención. Al amparo de esta ley se traman
las originalidades.
Lo
importante es el modo de producción de sentido de una obra.
Un
desplazamiento del imaginario artístico.
Difuminación
del arte en sus bordes, lo borroso de sus marcas. Ubicuidad y dispersión… Una
práctica que se entiende como trabajo (creativo), más cope que pasión morbosa,
ligado a la idea de disfrute, más cercano al oficio que a la creación, más
próximo del ingenio que de la expresión subjetivada.
Difuminación
que lleva al arte hasta los contornos del espectáculo. […] Si el arte se había
desacralizado, estas operaciones reinstalan un hedonismo pagano. El privilegio
parece recostarse del lado del fruidor; el creador mismo, lejos ya de las
tormentas y borrascas de otrora es, antes que nada, un fruidor de su talento y de
su obra.
Cosecha
adeptos el estomaguismo.
Lo
hace entre quienes, zozobras mediante, nostalgían el dogma sólido y apacible de
un arte de eficacias; una pintura que, de tan solo verla, nos golpee el
estómago.
Suelen
figurar o evocar estampas sociales y marginales, lo que los induce a ser
gestuales y matéricos. Son desprolijos, rebeldes y se osan con lo feo.
En
ellos todo se dirige hacia una forma de alto impacto. Algunos lo hacen con
materiales de desecho, basura, trapos, una camada de materiales neo-nobles (arriba
los de abajo). […]
El
arte, lo sagrado, se escurre de las pretensiones, adolece de fugacidad, se
instala donde no se lo nombra.”
No voy a protestar
por los neologismos, que a mi criterio marcan más ignorancia que sofisticación,
pero ¿quién soy yo para criticar el gusto por el discurso grandilocuente y snob
de quién tuvo como “mérito” condensar en su espacio la movida de arte
conceptual porteño? Nadie, ya lo
sabemos.
Pero,
tratando solo de entender, releo la teoría iniciática de quién se supone sabe:
“…la
pintura se ha desleído. Como un fénix fatigado es necesario sostenerla en cada
escena, en cada aparición…”
Ante tamaña contundencia me resuena en los oídos Bécquer con su “No digais que agotado su tesoro/
de asuntos falta enmudeció la lira./
Podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía”.
Dudo que la pintura estuviera muerta en los 90, ni
antes ni después. A lo sumo no había (lo
que sinceramente dudo y discuto dispuesta a batirme a duelo) artistas de mérito
en ese momento y lugar. Si toda la
teoría del arte conceptual se basa en ese falso hecho -el agotamiento de la pintura-, todo el argumento se desmorona como un
castillo de naipes.
“Esto
da razón, por una parte, del gran tamaño compensatorio de las obras actuales y,
por otra, de cierto sencillismo tan en boga, una especie de minimalismo
omnicomprensivo: hay un minimalismo del expresionismo, un minimalismo del
neoexpresionismo, un minimalismo del informalismo, uno para el revival de
los años 50, una psicodelia minimal, e via cosí…”
O sea,
vayamos sobre seguro, no nos tomemos mucho trabajo y menos riesgo y repitamos
lo ya probado; copiemos con descaro pero expliquémoslo desde el divague
intelectual críptico (¡lleno de neologismos!) como si fuéramos los únicos
iluminados que supiéramos la verdad. Sobre una
nada sin valor construimos un palacio de humo de “conceptos” huecos.
“La obra busca entonces sustentarse en una
propuesta. No se aprecian las obras, a la vista, sino lo interesante de la
propuesta.”
Traducción: circo. La obra no cuenta, no es el objeto que
interesa, sino la parafernalia del entorno y el carácter de “personaje” o “celebritie” del “artista”.
La pose. El que quiera ser reconocido
como artista no necesita trabajar ni luchar por la coherencia, el estilo y la
individualidad sino, simplemente, vincularse con las personas adecuadas que le
den espacio para montar un cachivache llamativo que se describa con un
argumento muy sesudo e inintelegible para los no iniciados (nosotros, los otros).
Porque el “concepto” debe ser
hermético, accesible sólo para el grupo selecto de pertenencia. El “club”
de la elite artística. La secta de
turno.
“El arte, lo sagrado, se escurre de las
pretensiones, adolece de fugacidad, se instala donde no se lo nombra.”
No, el arte no se “escurre”, sencillamente NO
ESTÁ ahí. Toda la teoría del arte
conceptual pergeñada por el grupo del C. C. Ricardo Rojas, cuyos estertores
siguen hasta hoy, es un elocuente ejemplo como se utiliza la teorización intelectualoide
para encubrir la mediocridad y lucrar con ella.
“Mientras
sintamos que se alegra el alma/ sin que los
labios rían;/ mientras se llore sin que el llanto acuda a nublar la pupila;/
mientras el corazón y la cabeza batallando prosigan;/ mientras hayan esperanzas
y recuerdos,/ ¡habrá poesía!” Gustavo
Adolfo Bécquer.
Afortunadamente, a
pesar de las teorías, siempre habrá
arte de verdad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario